LOS MODOS DE VER DE JOHN BERGER, POR MARCELA ALEMANDI

por El Cocodrilo

John Berger tenía la misma particularidad que Cortázar: una erre gutural, que a ambos les habrá servido para pronunciar mejor su francés en París, donde vivieron la mayor parte de su vida. En Ways of seeing, el programa de cuatro episodios que grabó en 1972 para la BBC, lo escuchamos, con su inglés británico afrancesado, discurriendo y reflexionando sobre el arte europeo, la mirada, los desnudos femeninos y la fotografía. De ese programa derivó el libro homónimo, que aún hoy sigue siendo de lectura obligatoria en las academias de arte.

La escritura de Berger está indisolublemente ligada a la pintura (de hecho, fue pintor antes de ser escritor), y no me refiero solo a sus descripciones, nítidas, luminosas, breves, sino literalmente a sus dibujos y grabados, que suelen estar incluidos en sus novelas, poesías y ensayos. Leer cualquier libro suyo es una experiencia estética amplia y profunda. En Confabulaciones, publicado en 2016, disfrutamos de un conjunto de textos breves que parten de acontecimientos simples: una fiesta popular, un recuerdo o la visita a un viejo amigo pintor son las ocasiones que sirven de disparador para reflexionar sobre el efecto de la música, la similitud entre una foto y una pintura o la risa de Chaplin. Cada pequeña crónica tiene una imagen, dibujo o pintura, que no es una mera ilustración, a modo de ejemplo, sino que es parte indisoluble de la cadena narrativa y reflexiva. Sin ellas, estos textos estarían incompletos.

Sus textos son también una experiencia ética: su novela De A para X, una bellísima y triste historia de amor, una serie de cartas de su enamorada que recibe un activista político de la resistencia que está en prisión, no solo tiene sus dibujos, sino también una serie de notas que Xavier, en la cárcel, hace en el dorso de las cartas de A’ida. Esas notas (en un tipo más silencioso, aclara Berger) son, de nuevo, pequeñas crónicas, comentarios, datos duros, sobre la pobreza y la desigualdad, sobre América Latina, Chávez y Evo Morales, reflexiones en torno a lo opresivas que son las leyes hechas por los ricos y a la necesidad de la revolución. Las descripciones de A’ida fuera de la cárcel no son más alentadoras: un país ocupado, ciudadanos en la pobreza, toque de queda y violencia. Nunca queda muy claro dónde está ambientada la novela, pensamos Irak bajo la invasión de EE. UU., pero podría ser cualquier lugar oprimido y tenaz, parafraseando a Borges.

Berger vivió, pintó y escribió coherente con una estética y una ética. Prueba de ello es Rondó para Beverly, el adiós a su mujer muerta en 2013, con dibujos de su hijo, una despedida amorosa y personal. Pero también el hecho de que haya donado la mitad de su premio Booker, recibido en 1974 por G., a los Black Panthers de Gran Bretaña, en apoyo a su causa. O que haya fundado una cooperativa de escritura que funcionó durante más de veinte años. O la publicación de su intercambio epistolar con el Subcomandante Marcos.

En un pasaje de Confabulaciones, el autor resume magistralmente esta conjunción:

“Nuestros líderes y los analistas de los medios hablan de nuestras vidas en un galimatías que no es una jeringoza sino la voz del capital financiero.

Es difícil hoy expresar o resumir en prosa la experiencia de Estar Vivo y Devenir.

En tanto forma discursiva, la prosa depende de un mínimo de continuidades establecidas de significación, la prosa es un intercambio rodeado de un círculo de diferentes opiniones y puntos de vista expresados a través de un lenguaje descriptivo compartido. Y eso, el lenguaje compartido, ya no existe en la mayoría de los discursos públicos. Una pérdida temporaria pero histórica”.

Por la multiplicidad de sus prácticas, Berger podría haber sido lo más parecido a un artista renacentista en el siglo XX. Por suerte, su activismo político y su compromiso ético lo completaron aún más.

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