LECTURA EN VOZ ALTA, POR JULIETA SCENNA

por El Cocodrilo

Respirar para sacar la voz
Despegar tan lejos
como un águila veloz
Respirar un futuro esplendor
cobra más sentido si lo creamos los dos

(Ana Tijoux, Sacar la voz) |

Desde que comenzó el período de aislamiento social preventivo nuestros días se volvieron virtuales. Ya no es solo el uso excesivo que le dábamos a los dispositivos cotidianamente. Ahora el trabajo, el ocio, la actividad física, la educación, las amistades, el sexo y el amor son virtuales.

La sensación de agobio por hiperconexión debe estar más que analizada en el ámbito científico y no sé si son características típicas pero yo siento la vista cansada, pesada y saturada gran parte del día. Quiero cerrar los ojos más de una vez, refregármelos o arrancármelos como Edipo, por qué no.

A los pocos días del decreto de confinamiento ordené mis listas de pendientes (libros, trabajo, películas, etc., etc., etc.) y tuve un profundo estallido de ansiedad. Pensé que era mucho y que ni una cuarentena por pandemia mundial me permitía cumplir con mis listas obsesivas y demandantes. Lo bueno es que cuando algo explota, el ruido es tan ensordecedor que deja un silencio hueco… ahí me quedé por un buen rato.

Ordené mis listas y volví a mirar las películas que necesitaba. La primera fue Mis tardes con Margueritte (Becker, 2010) en francés La Tête en friche. En esa película Margueritte le lee en voz alta a Germain, que no sabe leer. El primer libro que empiezan a leer juntos –sí, juntos– es La peste de Albert Camus: supongo que cuando la pandemia termine nos encontraremos con que este libro de 1947 se ha vuelto un best seller. La película me llevó a pensar en cuánto extrañaba leerles a mis alumnos o la sensación de leer con otros que es cotidiana en el aula y extrañé –o supuse que pronto extrañaría– escuchar lecturas de amigos, profesores, escritores y la de mi mamá, con el diario del domingo en el sillón.

Siendo el día 13 de cuarentena a las 2:30 de la mañana, hora en que las ideas se aclaran o se escuchan mejor, entonces, tomé una decisión: iba a proponerle a un amigo leernos La Peste por teléfono.

Estos días me convertí en una oyente voraz, escucho todo: las lecturas de Cortázar y de Galeano de sus propios escritos, los mil podcasts que me debía, los programas de antaño de Dolina y de Fernando Peña, los audiolibros, radio, los audios de WhatsApp guardados como favoritos y la música, toda la música, la mía, la del vecino, la que me da risa, la que me hace bailar y la que me conmueve pero, además, en este momento en que el derrumbe de las certezas es constante, escucho la voz-refugio de mi amigo con la lectura sostenida de La peste hasta que comienzo a bostezar.

La antropóloga Michel Petit en Leer el mundo: experiencias actuales de transmisión cultural (Fondo de Cultura Económica, 2015) recopila conferencias en las que expone diferentes prácticas de lectura como socialización de los bienes culturales y el modo en que esas prácticas nos posibilitan reconquistar espacios o escenas de lectura que sobre todo, en la edad adulta creemos perdidos o se vuelven inaccesibles. Petit sostiene que la experiencia de la lectura compartida es una forma del arte de habitar el mundo, nada más y nada menos.

La lectura en voz alta (así nos lo enseñaron en la escuela primaria) supone la recuperación de un espacio emocional, íntimo y seguro que en muchas oportunidades remite a la infancia y, por ende, al espacio libre del juego. Hay un mundo que se abre en la voz del otro y que se conjuga con el nuestro porque en esa lectura recae una interpretación y una valoración del mundo que nos leen. No es necesario “tener linda voz” es, simplemente, asumir que la voz es parte del cuerpo con el que nos vinculamos.

La experiencia de leer y de que nos lean en voz alta se vuelve dialéctica: respirar, escuchar, respirar y escuchar otra vez en la sensación de cerrar los ojos solo para hacer carne en esa lectura.

Voy a cerrar los ojos muchas veces más en este confinamiento pero también muchas veces más cuando volvamos a la vida no virtual.

abril 2020 | Revista El Cocodrilo


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