EL INSTANTE ELEGIDO, POR LIS GARIGLIO

por El Cocodrilo

El instante elegido
Nina Jäckle
Editorial Serapis
Rosario
2017
150 páginas |

Esta es una novela de una autora alemana traducida al español. El resultado es muy bueno. Oculta el original, pero no lo niega ni lo rechaza, sino que lo adapta a nuestro español rioplatense. Se emplea el voseo en lugar del tuteo: “quedate tranquilo”, “en qué andás, cómo estás, qué pensás hacer”, “bajá algún día hasta el pueblo”, “sé lo que es para vos”, “hacete sacar una foto”. Incluso se pueden leer vocablos que usamos habitualmente: “yo solito me arranqué el dedo índice”, “dale, agarrame”, “qué onda con Laura”.

El título de la novela alude al instante que el protagonista elige para morir antes de que una enfermedad incurable acabe con su existencia. La estructura de la historia es bastante particular. Cuando uno empieza a leerla, cree que encontrará, como es habitual, una secuencia de capítulos porque aparece escrito “uno” en el primero. No obstante, ese número solo marca lo que podría considerarse la primera parte del libro. Seguirán luego una serie de párrafos que desarrollan, por lo general, lo que el protagonista, Arnold Shrader o Noll, recuerda antes de ese día elegido, martes a las cuatro de la tarde.

Noll recuerda su infancia y a quienes fueron parte de ella: sus abuelos, la amante de su abuelo, su madre, su hermana. Parece prestar especial atención a los detalles. Por ejemplo, se pregunta varias veces qué hacer, por ejemplo, con la planta de la ventana, con la mermelada que queda en el frasco, con los libros que ha leído, si dejar o no cartelitos en sus pertenencias como testamentos mudos cuando él ya haya partido. Y, mientras recuerda, pone énfasis en ciertas características de las personas que conoció o fueron parte de su vida. Por ejemplo, rememora las manos del Viejo, o el cuello de su hija o los ojos de Mara. Además, está presente la duda en ese cuestionamiento sobre qué hacer: “Si ponerse la bufanda para trecho tan corto, si mirar una vez más al espejo”, “Si planchar la camisa, si ponerse el reloj, si cerrar la puerta de su casa y tirar luego la llave por el buzón”. Noll sabe que estos pequeños eventos de la vida diaria carecen de valor porque no habrá un después. De ahí, la duda que lo lleva a plantearse el sentido de su propia vida. Por eso, “Noll no quiere dejar de recordar”, frase que se repite, como tantas otras, a lo largo de la historia.

La puntuación acompaña ese fluir de la consciencia de Noll. No hay comillas ni rayas de diálogo para las intervenciones de otros personajes porque, en definitiva, no son voces, sino evocaciones que Noll guarda en su memoria y trae al presente a modo de despedida. Prevalece el uso de la coma, lo que hace que las palabras y las imágenes se fundan en un todo amorfo como el pensamiento, como los recuerdos. Esto también le da un ritmo especial a la lectura.

Si la primera parte se centra en Noll y el repaso de su vida, la segunda parte se centra en Sonia, que debe determinar si la muerte de Noll fue accidente o suicidio. De eso depende que la familia cobre o no el seguro de vida. Sonia también empieza a evocar su propia infancia, especialmente lo que sucedió después de la pérdida de su madre y la aparición de otra mujer que cumplió ese rol.

En esta segunda parte, se intercalan los testimonios de la familia o de conocidos de Noll que Sonia recaba para tomar una decisión y comunicársela a su jefe. Esos testimonios sí están encerrados entre comillas. El lector puede intuir que Sonia está segura de que fue una muerte premeditada, pero no se decide a informarle a su jefe la verdad. Tal vez por el recuerdo de la muerte de su madre o simplemente porque Sonia parece liberarse a través de la historia de Noll, y romper con toda esa rectitud con la que fue educada (“tal como Sonia aprendiera, como si alguien estuviese tirando de un piolín desde arriba”) y trata de ponerse en los zapatos del protagonista. Por eso, se vuelve a repetir la frase “hay que imaginarse” (con sus variaciones), como en la primera parte. En verdad, en ambas partes existen frases que se repiten como si fueran un estribillo, al estilo de Saer en El limonero real, pero más arbitrariamente, con modificaciones.

Si bien el principio es poético, ya que las primeras oraciones se inician con la misma expresión (“Cómo será para el que ha fijado el último instante… Cómo será cuando alguien parte… Cómo será estar con el mejor amigo en un bar una última vez”), y, en cierto modo, puede pensarse que anticipa el final, este no deja de ser inesperado. La novela se basa en recuerdos y pensamientos, en reflexiones y evocaciones. Y el final alude a algo más concreto, la escritura. Como si todo aquello que se piensa y se siente en un momento tan crucial como la muerte pueda expresarse en palabras. La respuesta está en el relato: “Tiempo después, cuando el abuelo dependía de los demás, dejó de hablar” , “Viejo tenía la mirada fija en el cielo raso de hormigón con la boca ligeramente entreabierta y en el entrecejo se veía una arruga, como si Viejo hubiese olvidado una palabra, ese aspecto tenía, como si hubiera estado buscando una palabra específica, piensa Noll ahora. También lo pensó en aquel momento y por varios días no pudo evitar pensar en esa palabra ausente. Qué palabra será, pensaba Noll parado en el cementerio” .

Entonces, si la cercanía de la muerte priva de palabras, solo queda recordar, pensar, reflexionar. La autora logra plasmar a la perfección la angustia de la nostalgia de lo que ya pasó y la angustia de lo que no será. La puntuación es clave. Pero ¿es esto compatible con la escritura? ¿No es mejor dejar el proceso mental de la evocación como lo que es? Creo que sí. En mi opinión, intentar someterlo a la práctica de la escritura y adjudicarle a un personaje tal tarea no es coherente con lo que narra la historia. El mundo de los recuerdos que van y vienen, que se superponen e incluso se repiten, está tan bien representado que debería dejarse como lo que aparenta ser en la primera parte de la historia: el intento de Noll de asirse a la vida de la que se despide, y no convertirlo en un relato escrito. Aun así, es una novela que merece ser leída porque consigue describir, mediante la repetición de frases y una puntuación mínima, el desasosiego que provoca saber cuándo será el último instante.

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