
Por Marcela Alemandi
“¿Cómo una joven muchacha pudo imaginar una idea tan espantosa?”. Esa es la pregunta que Mary Shelley responde en su prólogo a la edición de 1831 de Frankenstein o el moderno Prometeo,la novela (y el personaje) que le darían fama eterna, mucha más, incluso, de la que tuvieron su marido, Percy Shelley, y su amigo, Lord Byron, insignes poetas de la segunda camada del Romanticismo inglés, a quienes ella admiraba y a quienes, según narra en ese mismo prólogo, no aspiraba siquiera a igualar en maestría literaria.