UNA HISTORIA DE BARRIO, DE FLAVIO ZALAZAR

por El Cocodrilo

(Para Fede) |

Pasó Marisa y como siempre las miradas se posaban en sus caderas, los pliegues del pantalón y el movimiento al caminar. Con los pibes siempre la fichábamos, aunque era inalcanzable; sus veinte años chocaban en el paredón de nuestra pubertad. El viejo de Leonardo también la miraba; una vez lo junó la mujer y lo cagó a pedo refiriéndose a ella como una estúpida. Y en verdad parecía: no salía de noche, no estudiaba nada y por las mañanas andaba siempre con la madre.
Fue raro descubrir una tardecita, cuando veníamos de patear, a una Honda 400 parada en la vereda de Marisa. Nos quedamos boludeando cerca y la vimos salir en la moto con un flaco. Listo, la chica más linda del barrio tiene novio, nos dijimos con la cara.
Rápido nos acostumbramos a ver el fierrazo japonés, sentir su rugido; la pinta del loco y los pantalones elastizados de Marisa… ¡Un infierno de mina! No parecían hablar mucho entre ellos. A él se lo notaba intenso, ella con el mismo semblante estrábico que nos hacía calentar tanto. Solo se dejaba mirar, tocar, besar; como cuando estaba en nuestros sueños despiertos de baño.
Al tiempo volvió a estar sola. No se sintió más la moto, ni se vio a su dueño. Algo en ella era distinto, cambió su forma de vestir. Los mini short dieron paso a pantalones holgados que mostraban un embarazo pronunciado. Pronto nació la nena –sí, fue nena; hoy linda como la madre– y reestableció sus formas, pero ya no nos importó; nosotros estábamos en la nuestra: cantando goles de ÑULS, saliendo los sábados, conociendo pibas de nuestra edad.
Un domingo, en la vereda de Leo, volvemos hacer foco en Marisa. Escuchar la malicia de un comentario dio paso a una situación de horror protagonizada por la belleza del barrio. La chica con severo retraso mental encandiló a un muchacho que al enterarse de ello –tarde, pues la había embarazado–, no tuvo mejor idea que rajarse un tiro. De esta manera los pibes, hoy ya hombres, podemos decir que Marisa, desde su atavismo nos borró cualquier signo de inocencia, ese candor que da cuenta del intelecto en relación con las formas bellas. Simetría como le llaman los profesores de literatura.

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