ENTREVISTA A MARIANA ENRÍQUEZ

por El Cocodrilo

Por Marcela Alemandi |

Mariana Enríquez: “En vez de utilizar el pasado, como el gótico sureño, toda esa obra fantasmal del viejo Sur, lo que yo uso son los fantasmas de las dictaduras latinoamericanas”

“Haceme acordar de la dirección, que estoy cerca pero no sé para qué lado”, me pide Mariana Enríquez por mensaje, un rato antes de encontrarnos en el bar donde está invitada a leer, en Rosario. Como cuando llegamos ya está lleno de gente, y la música está alta, nos vamos a la vereda y nos acodamos en una ventana. Dado el horario, la idea es hacerle dos o tres preguntas concretas, para no quitarle tanto tiempo, pero ella resulta ser una entrevistada generosa: amable, simpática, ante cada punta de ovillo que es la pregunta despliega definiciones, nombres, conceptos, se extiende en algunas opiniones. Logra crear la sensación de que es la primera vez que habla de esto y no, como seguramente lo es, otra más de las cientos de entrevistas y preguntas que ha respondido en los últimos años, desde que se convirtió en una de las autoras argentinas contemporáneas más leídas. Y también, en una de las más traducidas en el resto del mundo.

Al pensar sobre todo en tus dos libros de cuentos, Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, te quería preguntar sobre la relación que vos encontrás entre el gótico –porque hay una especie de gótico moderno ahí– y la cuestión de la femineidad. Viste que el gótico siempre fue un género muy femenino y, de alguna manera, el lugar que encontraron ciertas mujeres escritoras como para poder escribir, el tema del encierro, etc. ¿Hay algo de eso que vos hayas tomado conscientemente?

Sí, pero como homenaje, sobre todo. Quiero decir, yo creo que estoy escribiendo dentro del terror básicamente y, dentro del terror, que podría haber elegido muchos caminos, el gótico es el que más le sienta al tipo de cosas que a mí me interesan, qué sé yo: la locura, las casas, la sensación de lugar en general, ¿no? Porque el gótico es acerca del lugar también, no solamente del encierro, sino también en el sentido de… no puedo escribir más castillos pero puedo escribir edificios. Esa sensación del lugar como personaje. Entonces, en ese sentido, a ciertos temas que me interesan les queda muy bien. Pero a lo mejor el gótico que más me interesa es ya una reinvención y es el gótico sureño de los escritores norteamericanos, porque ahí ya se mezcla un poco más con una idea: la de una región geográfica maldita, y maldita por cuestiones políticas. En el caso de ellos se apunta obviamente a la esclavitud, acá no, pero hay un cuento, por ejemplo, como “Tela de araña”, donde claramente yo ahí pensé en el gótico sureño, por la geografía, el calor, el agobio, la decadencia. Y en vez de utilizar el pasado, como el gótico sureño, toda esa obra fantasmal del viejo Sur, lo que yo uso son los fantasmas de las dictaduras latinoamericanas. Entonces, en realidad, es como una traducción doble, la del primer gótico me sirve pero es muy lejana para mis temas, pero el gótico sureño creo que es como la influencia más clara para mí. Hay algunas pistas de nuestro pasado colonial, ponele, pero básicamente uso los fantasmas de las dictaduras.

En los últimos años, en Argentina y en América Latina, hay una relevancia, una prominencia, un foco puesto en las mujeres que escriben. Acá en Argentina, de hecho, en los últimos años los libros que han sido más vendidos fueron casi todos de escritoras mujeres. ¿Te parece que es saludable? ¿Te sentís parte de eso? ¿Es un dato a tener en cuenta?

Me parece que es parte de un movimiento más amplio. Quiero decir, posiblemente en todos los ámbitos vamos a encontrar una presencia mayor de las mujeres, salvo algunos ámbitos demasiado cerrados. Pero creo que es parte de algo más global y de un interés no solo del público sino editorial sobre el tema de tener mujeres en los catálogos de las editoriales. Que ahí ya es más complejo el análisis porque ya ahí corren otros motivos de la elección. A mí me sigue pareciendo saludable por la cuestión de la visibilidad, pero a mí no me interesa el cupo.

Como que ahora es políticamente correcto incorporar escritoras…

A mí no me interesa eso. Y además lo siento sumamente forzado cuando lo veo en otras artes, digamos… A lo mejor no tanto en la literatura pero también, y veo que es muy evidente el esfuerzo por poner ahí una mujer donde podría estar o no. Y se me empiezan a mezclar las cuestiones de “está bien porque eso le da visibilidad” a “ah, esto es una prisión nueva”. Hace veinte años me invitaban a hablar a mesas sobre cómo era ser mujer escritora, como si eso fuera rarísimo, y ahora me invitan a mesas a hablar sobre feminismo. Entonces yo hace básicamente veinte años que escribo y… bueno, pero hablé bastante de literatura también, tal vez estoy exagerando.

Sí, no deja de haber un sesgo siempre relacionado con la condición de lo femenino.

Claro, que jamás les pasa a los varones. Yo nunca en mi vida he visto una mesa sobre escritores varones, “varones y literatura” o incluso ahora “cómo se paran los hombres frente al feminismo”. Y luego, otra cosa que ocurre en la literatura escrita por mujeres es que, por suerte es muy variada, pero hay una franja que es una franja predecible, digamos, ¿no? Que es como esta especie de predilección por que la mujer escriba sobre lo íntimo.

Como si hubiera un tema femenino por excelencia.

Claro, que es lo íntimo en sus varias expresiones, ¿no? Quiero decir: la autoficción, los temas que tienen que ver con la pareja, la maternidad, la sexualidad. Todas cuestiones que tienen que ver con el “ser mujer” que también terminan siendo como una especie de nicho.

Porque no son lo que históricamente se consideró “los grandes temas”.

Claro, entonces suponete que ahora ya se consideren también “grandes temas”, pero siguen siendo los temas que te tocan porque sos mujer. Una escritora argentina que a mí me gustaba mucho era Liliana Bodoc, por ejemplo, muchísimo. A mí lo que me parecía notable de Liliana es que ella era una mujer que a lo mejor en la vida cotidiana cumplía un montón de roles que se esperan de lo femenino: escribía literatura infantil, era profesora, estaba muy interesada por lo docente, por la difusión de la lectura, etc., pero cuando escribía La saga de los confines estaba escribiendo un género de varones, el género posiblemente más varonero de todos, y era la demostración más cabal de que ella nunca había estado en una batalla medieval o el tipo de batallas precolombinas, ponele, que se plantean ahí, pero un varón tampoco. Entonces, cuando vos leías su batalla daba absolutamente lo mismo quién la había escrito, y sin embargo ella en su vida cotidiana ocupaba roles que son entre comillas “tradicionalmente femeninos” con gran tranquilidad y con gran eficiencia, si querés pero, sin embargo, cuando ibas hacia su literatura, era una literatura totalmente libre en ese sentido. Y a mí eso me parece importante, o sea, quebrar algo, de alguna manera: es interesante, es importante que haya un montón de mujeres, pero lo que hay que quebrar es que tengamos que hablar de que hay un montón de mujeres, de si hay que ser feminista en la literatura, de cuáles son los temas. O sea, eso creo que es lo más difícil de quebrar: “la mujer escribe novelas cortas porque no tiene tiempo”, ese tipo de cosas te dicen y es como… ¿tiempo de qué?

Sí, es como religarla todo el tiempo con una praxis que, como decís vos, tiene que ver con un rol tradicional femenino: si no tenés tiempo es porque tenés que estar pensando en cuidar tus hijos, por ejemplo.

Claro, y a lo mejor te pasa, está bien, no tenés tiempo, pero eso no quiere decir que no puedas escribir una novela de ochocientas páginas.

Me acordé de repente, cuando la citaste a Liliana Bodoc, de Susanna Clarke, que escribió Jonathan Strange y el Señor Norrell, un proyecto astronómico que le llevó diez años, más de mil páginas, y es un tema también… el fantasy, la magia, etc.

Otro libro extraordinario, digamos.

Y que no es “femenino” en ese sentido del término.

No, no, y sin embargo. También hay como una especie de cosa muy cristalizada ¿no? Uno no se pone a pensar en el contraejemplo. O sea, si ponés un contraejemplo, Richard Ford: un escritor blanco, norteamericano, viril –en el sentido de que en su escritura los personajes son periodistas deportivos, escribe sobre la relación padre-hijo, o sea temas tradicionales de hombres–, pero en su quehacer tarda muchísimo, tarda, no sé, siete años entre novelas, y nadie dice “bueno, Richard tarda un montón de tiempo entre una novela y la otra porque tiene que ocuparse de los hijos”. Bueno él no quiere tener hijos. Pero, quiero decir, no tiene hijos y tarda siete años en escribir una novela lo mismo. Es decir, el tiempo no necesariamente tiene que ver con eso. A veces sí, a veces no, depende del escritor. Hay muchas mujeres escritoras, es verdad, que deciden no tener hijos pero yo no sé si eso tiene que ver con el tiempo de la escritura. Alice Munro, por ejemplo, es una escritora que tiene hijos, muchos, que tuvo muchos matrimonios, pero que además de ser Premio Nobel, como es brillante, escribía los cuentos esos de una complejidad que otra persona tendría que pensar durante años, mientras dormía las criaturas. Y Doris Lessing: misma situación, una escritora anglo, los abandonó en el África porque no tenía ganas de estar con sus hijos. No me parece que sea un tema del que se tenga que hablar en esos términos y me parece además que todo eso se soluciona, y con esto termino, con dinero.

Como muchísimas cosas, claro…

O sea, si vos sos mujer y tenés plata, tenés diez hijos, les ponés la niñera y tenés todo el tiempo de la vida: viajás, escribís y te importa un pito. O sea, no me parece que haya que pensar a la actividad literaria con respecto a los roles de lo femenino, sino muchísimo más con respecto a lo económico.

Tal cual, a los roles de clase más bien. Hablando de la cuestión del tiempo de la escritura y los lugares de clase, ¿qué opinás de este movimiento que se viene dando ya hace un tiempo con la Asociación de Escritores y este intento de nuclear a los escritores y escritoras y representarlos también como trabajadores, de alguna manera? Con estos reclamos de “bueno, nosotros somos trabajadores y necesitamos tener los mismos beneficios que cualquier trabajador formal”. Vos que también te dedicas al periodismo, acá en la Argentina vivir 100% de la literatura siempre fue una utopía que casi nadie ha logrado.

A mí no me cierra para nada, porque no me explico de dónde podrían salir esos beneficios. O sea, lo que quiero decir con esto es que obviamente si vos me decís “¿te gustaría tener una jubilación como escritora, te gustaría tener un aguinaldo como escritora, que te pagaran un sueldo?” Por supuesto que sí. Ok. ¿De dónde saldría eso? ¿Y quién determina quién es escritor también? Eso por un lado. ¿De dónde sale el dinero de un salario? De un empleador que podría ser ¿quién?, ¿la editorial? O sea, vos tendrías que trabajar para la editorial. Pensar que la editorial te va a poner plata para tu proyecto literario es un disparate, eso no va a pasar. Entonces olvidate de la editorial, salvo que vos estés trabajando para la editorial como un escritor mercenario, que escribe lo que la editorial tenga ganas de publicar. La otra manera es que te lo pague el Estado. Yo creo que el Estado no tiene porqué sostener una actividad tan irregular como esta, y tan poco productiva en muchos sentidos, sino más bien tiene que estimularla de otras maneras: becas y un montón de cosas que acá no hay y que me parece que es lo que lo fomenta de una manera también muchísimo más productiva, porque te dan tiempo.

Claro, el tiempo de la escritura que decíamos que se necesita…

Que lo necesitás y que un salario no me lo va a solucionar, pero una beca de seis meses, ponele, sí. Y que después yo puedo ofrecer mi proyecto a donde quiera. Luego, esto, quién es escritor y quién no es escritor. En un país donde estamos hablando de que las jubilaciones están en riesgo general, para todos, formalizar a un sector que es de por sí informal y donde es muy difícil establecer cuándo se formaliza, o sea: cuántas novelas tenés que tener publicadas, en independiente, en self-publishing –o sea, que vos te autopubliques– o que una multinacional te haya publicado más de cuántas. ¿Cuándo es escritor uno? ¿Soy inédito pero no quiero mostrar nada?

Es muy lábil…

Soy inédito, pero ¿no soy escritor? Yo creo que sí es escritor el tipo, pero ¿el Estado tiene que pagar? No lo sé. El arte en general, digamos, yo lo pienso en tanto arte, creo que tiene otras formas de financiamiento que no son las de un trabajador con un empleador. Al no haber, para mí, una manera práctica, sensata de formalizarlo con un empleador, me parece que lo que sí es sensato es –en esta coyuntura, para mí, es muy de privilegiado pedirle al Estado cualquier cosa para un escritor, pero ponele que vivamos en una situación más holgada y pudieras pedirle cosas–, yo creo que lo más sensato es pedir becas, ampliar el dinero que ofrece el Fondo Nacional de las Artes, crear otros, a fundaciones privadas, darles la posibilidad de que hagan residencias por ejemplo. Malba, en Buenos Aires, hace pero vienen escritores de afuera, un delirio, cuando podrían ser escritores de acá, que estuvieran seis meses en la casa de Victoria Ocampo. Más premios, a la española: en España cada pequeño ayuntamiento tiene un premio literario.

Muy jugosos, algunos.

Sí, muy jugosos y hay gente que vive de eso. Me parece que hay otro montón de formas y no veo la manera de formalizarlo como un empleado, porque no se me ocurre empleado de qué. Y entonces todo lo que es jubilación y obra social etcétera, solo te lo puede dar un empleador en relación de dependencia, que un escritor no puede tener, porque no podés tener relación de dependencia. Y si no, la otra manera es con un contrato, que eso te lo banque en tanto dure el contrato del libro que vos estás escribiendo.

FOTO: Evan Ochoa. Cortesía A Cuatro Voces

Bueno, como los norteamericanos…

Como los norteamericanos, sí, pero también se termina cuando se termina el libro.

Te pago dos años la escritura de una novela…

Y exactamente, hacés eso, pero eso es también pedirle a la editorial algo que tiene que ver con las ventas: los libros se venden.

Claro, eso también estaba pensando mientras vos lo decías: todos esos mecanismos funcionan en tanto y en cuanto haya un público lector amplio dispuesto a comprar esos libros.

Claro, yo tengo amigos que venden mucho por ejemplo, que vendieron mucho y que tienen jugosísimos adelantos y viven de eso, sobretodo escritores extranjeros de los grandes mercados de Inglaterra o Estados Unidos, y viven de eso en ese sentido. Por ejemplo, una amiga mía es una escritora muy interesante. Es inglesa de familia victoriana, pero no vive en Inglaterra porque le resulta muy caro, vive en República Checa porque es más barato. Un libro solo de ella la rompió, entonces sigue recibiendo regalías muy altas de eso y puede, gracias a ese éxito, negociar, porque a ella le sigue dando plata la editorial, entonces puede negociar un contrato por un adelanto muy importante aunque del libro nuevo no venda tanto. Tiene esa espalda como para poder hacer eso y son mercados donde un libro de un escritor que vende muy poco está arriba de los 10 000 €.

Sí, es algo que para nosotros es inalcanzable.

Es inalcanzable… y en realidad, digamos, un adelanto de una editorial argentina son dos sueldos.

Sí, vivís un mes y medio.

Entonces, a mí no me da la cara para pedirle a la editorial, yo no vendo un millón de libros. Yo lo pensé bastante, porque cuando empecé a pensar dije: “¡qué garca que soy que estoy en contra de esto!”, pero no es estar en contra, es decir “bueno, ok, me copo. ¿Y cómo lo implementamos?”. Yo no quiero estar en esas relaciones de dependencia posibles. No quiero ser una trabajadora de la editorial, pero tampoco una trabajadora del Estado, porque no, ¿qué voy a escribir, un libro para Macri? Me vuelvo loca. O que Macri pueda objetar, que en algún punto tendría derecho, porque es mi jefe. Yo a mi jefe en el diario le banco cosas que no le bancaría en otras circunstancias, o la línea editorial del diario, porque son mis empleadores y yo tengo como un piso de tolerancia de decir “bueno, está bien”.

Se transformaría en un moderno mecenazgo.

Claro, en cambio, estas variantes que tienen otros lugares, que son los premios de los ayuntamientos. En España yo conozco gente que vive de eso.

Hay un cuento de Bolaño, muy conocido, sobre el tipo que vive de premio en premio…

Sí, era él… Y hay un montón que van de premio en premio o de premio en beca. Están seis meses en la Beca Velázquez de Madrid y después van para otro lado, o sea, existe eso y no solo del Estado, sino también de los privados, porque les conviene. A las fundaciones les quitan impuestos, lo que se te ocurra, para que pongan guita en eso. Me parece que esos mecanismos son más sensatos para reclamar y que además nos pueden resultar más beneficiosos a los escritores, a largo plazo sobre todo.

La última y terminamos: ¿qué estás leyendo?, ¿tenés algunos autores que hayan sido como faros o señeros?

Sí, te cuento todo. De chica, yo leía mucho, bueno, gótico sí, pero más bien Emily Brontë, Jane Eyre, Cumbres borrascosas, toda esa línea era lo que a mí me gustaba.

¿Radcliffe te gustaba cuando eras chica?

No, me parecía muy pesada. Pero Frankenstein sí por ejemplo. Y lo que leía mucho, que es una cosa rara, es poesía. Poesía francesa sobre todo: Rimbaud, Baudelaire, esa línea. Eso leía sobre todo de chica, y ya empezaba a leer un poco de norteamericano. Como, Capote, que lo leí de muy chica. Poe no me gustaba mucho, por ejemplo; es una cosa curiosa, pero ni Poe ni Lovecraft. Me gustan, pero no son gente que yo te diría… tanto. Después, de más grande, empecé a leer muchísimos más norteamericanos, muy Bret Easton Ellis, John Fante, todos los sureños. O sea, si era sureño, yo compraba desde Faulkner a lo que vos quieras. De Faulkner soy recontra fan y me sigue gustando ahora. Leo mucho Cormac McCarthy.

Y de más grande empecé a incorporar un poco más de literatura en español, latinoamericana, básicamente, y argentina, que cuando era chica no leía tanto, y ahora trato siempre de tener un balance. En general, leo varios libros al mismo tiempo. Te digo qué estoy leyendo ahora: un escritor inglés que me encanta, que escribe en general fantástico pero más o menos, que se llama M. John Harrison, del que soy muy muy fan, y acabo de conseguir su libro sobre alpinismo, porque ya no me importa lo que él escriba, leo todo. Yo prefiero su fantástico, pero… Es buenísimo y está traducido. Tiene un estilo que a mí enloquece, que robé bastante. Tiene una relación con lo urbano y el misterio de lo urbano que yo… hay cuentos, como “Chicos que vuelven”, que es un afano a él. Como nadie lo lee o lo conoce no es tan evidente, ¿no? Pero es ese tipo de afano que vos decís “este es un cuento de este hombre”.

Estoy leyendo también una mexicana, que se llama Liliana Blum, una novela que publicó Tusquets, El monstruo pentápodo, que es como una especie de reescritura de Lolita, pero en clave Josef Fritzl, el degenerado que tenía a los niños en los sótanos. La novela es extraordinaria, y es desde el punto de vista sobre todo del pedófilo. O sea, hay varios puntos de vista.

Venía leyendo escritoras latinoamericanas, que con esto de viajar a veces las conocés, te dan los libros, y empecé a conocer muchas que me gustaron mucho, como Claudia Ulloa Donoso, que es una escritora peruana muy rara, rara, rara. Vive en Noruega además, imaginate.  Fernanda Melchor, que tiene una novela que se llama Temporada de huracanes, sobre una bruja en un pueblo mexicano, no es una novela de terror pero que es alucinante, y tiene todo ese fondo de violencia mexicano que no es tan común de leer, es bastante más careta la cuestión. Bueno, por ahí. Estuve viendo a un montón de escritoras latinoamericanas. Mónica Ojeda, que me gusta muchísimo, es ecuatoriana, tiene una novela llamada Mandíbula que es la última, buenísima, pero a mí la que me impresionó fue Nefando, que también es una novela sobre unos chicos que hacen una especie de juego para compu con sus videos de cuando su padre, que era como si fuera un Glauber Rocha, o sea un documentalista latinoamericano progre pero pedófilo, se acostaba con ellos y los filmaba, y ellos tienen los videos y los ponen ahí. O sea, es un nivel de locura tremendo.

Empecé a descubrir un montón de escritoras más o menos de mi edad –Liliana, la de la reescritura de Lolita, es del 74, del 73, Mónica un poco más joven–, bueno, empecé a encontrar un grupo con una sensibilidad parecida a la mía, menos de género, más realistas, pero sí muy densas, muy oscuras, muy lanzadas.

Me llama la atención esto que decís, que sean todas mujeres, más o menos de la misma edad, todas latinoamericanas y que tengan también una veta de esa oscuridad o de esa profundidad. ¿Qué será eso?

No sé qué será, pero es muy interesante. Otra que me gustó mucho se llama Pilar Reyes –Pilar es un poco más grande que yo, ponele que tenga 50 años–, la novela se llama La perra y es sobre una mujer que vive en la costa colombiana, no puede tener hijos o pierde hijos constantemente, no me acuerdo bien cómo es la cuestión, pero adopta una perra y se hace como una relación muy simbiótico-maternal con esa perra, hasta que termina odiando a la perra y todas las escenas de crueldad con ella, o sea,  cuando se da vuelta la cuestión, esa perra que termina siendo primero un sustituto del hijo y después la frustración de no tenerlo, la crueldad que hay sobre esa perra es insoportable de leer, y es un librito chiquito. Y empecé a encontrar eso, ¿no? Cuentos de lo cruel en escritoras de mi edad. Hay también una española, más vieja, que se llama Pilar Pedraza, que también tiene esa línea. Entonces me puse a ver eso, porque todas tienen entre 35 y 50, todas latinoamericanas, incluso las que viven en España y parecen todas re locas, ¿no?

Y además el origen es llamativo. Hay tal vez un sustrato de la historia común de muchos de los países de América Latina, esa historia de conquista, de violencia, de situaciones que todavía no se han resuelto, de dictaduras en el siglo XX, están con las heridas abiertas… Quizás –en España incluso creo que pasa lo mismo–, es inevitable que eso surja en algún momento. Ahora, es notorio que surja de mujeres de esta edad y no antes, por ejemplo. Que debe haber quizá también, pero no en esa cantidad, porque vos nombraste a siete u ocho.

Sí, sí y debe haber más. Estas están todas en la superficie, en algún sentido, quiero decir. No sé las que están escribiendo por debajo, en editoriales independientes. Estas son todas chicas de Random House.

El gótico en su momento, lo mismo que el romanticismo a fines del siglo XVIII y principios del XIX, fue como una respuesta al Iluminismo y a las luces de la razón, como diciendo “bueno, cuidado, porque los monstruos todavía están pero por debajo”…

Sí. Es realmente un nivel de crueldad altísimo y muy buena escritura, no es efectista, quiero decir. Incluso el de Mónica Ojeda es bastante difícil, es bastante teórica, y ella sabe mucho sobre obscenidad. Pero es raro eso, que no haya surgido antes, por ejemplo, pienso en los textos obscenos de Alejandra Pizarnik, ahí tiene un poco más de sentido.

Sí, totalmente. Ella fue muy puntual.

Sí, en los últimos textos, ¿no? de La condesa sangrienta, especialmente, y en los otros. Pero estos no son así, no son modernistas, no tienen ese trabajo con el lenguaje. Son libros realistas.

El tema es que este tipo de historias tiene un límite, eso me decía Jorge Herralde, el de Anagrama, porque son muy difíciles de vender, es muy insoportable.

No las podés leer livianamente durante mucho tiempo…

Yo tengo incluso amigas mías, escritoras, que a Mónica [Ojeda], de la que yo soy súper fan, la ecuatoriana, no la pueden leer porque a la tercera descripción de violación de un niño se descomponen, no lo soportan. A mí no me pasa, no solo porque no tengo hijos, sino porque estoy muy acostumbrada a leer ese tipo de cosas a lo mejor en otros textos: Cormac McCarthy, por ejemplo, es todo así. Pero no me había pasado con tantas escritoras mujeres, hay algo de leerlo en la propia lengua, y no dentro de un género que es muy impactante.

Pero, entonces, para resumir esta respuesta larguísima, trato de dividir mis lecturas así: algo que sé que me gusta –lo seguro–, una investigación, y poesía –porque poesía trato de leer siempre–. Y después, bueno, el trabajo… está la “condena” de leer por trabajo.

(actualización agosto 2019 | Revista El Cocodrilo)

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