Mi padre como un Koi gigante
Mi padre está en el fondo de un estanque
perfeccionando el arte del círculo.
Está guiando el zeppelín moteado
de su cuerpo en un solo giro incesante
como un monorriel corriendo sobre acero engrasado,
como un patinador de hielo virando sobre el filo.
Sus escamas son lava y ascuas salpicadas por carbón.
Su cola, un lujoso abanico japonés.
Está tan por abajo de la piel verde de las acuarelas
que no puede distinguirme, o yo a él.
Lo que sabe se está reduciendo a hechos redondos:
los días como piedras musgosas, cada una del mismo peso,
lanzas de jacintos acuáticos que se alzan
en torno suyo como barrotes, el hedor a turba.
Ha estado ahí abajo durante años—
dios antiguo de la oscuridad, guardián del único
koan, moviéndose en corrientes que solo él puede percibir,
fluido como una manga de viento. Sale a la superficie
tres veces al día cuando la enfermera trae
una bandeja—frías zanahorias hervidas y carne,
filet de merluza con salsa blanca, un bizcocho.
No puede confiar en los focos rayados
de sus ojos así que navega por tacto
inclinando su enorme cabeza con bigotes
boca-primero rumbo a la bifurcación, urdiendo
como una víbora encantada por el humo,
luego muerde para encontrar el mundo
súbito ahí de nuevo, sólido como el metal y un cebo.
El paracaídas
Toda la noche mi padre cuelga de cabeza
en el sótano del hospital
atrapado bajo la gigantesca campana pulsante
de una medusa de cristal. Se encuentra sujeto—
hebillas de metal entrecruzan su tórax, un enredo
de líneas de suspensión madeja sus piernas.
La tela de nylon ripstop ondea y se encoge sobre él:
toldo de verde militar, una piel febril.
No puede entender cómo aterrizó tras líneas enemigas
en este entrepiso, en su revoltijo de tuberías de cobre
y su maquinaria sobrante. Se mueve lento como un insecto en agar.
Sus ojos son ciegos y brillan con esfuerzo.
Su equipo está enganchado en algún obstáculo oculto—
Un árbol, o la insinuación de un árbol.
Reconoce sus fatigas, pero el paracaídas
es de su padre —aquel que falló en desplegarse
cuando su Hawker Hurricane fue derribado
sobre Francia. Está ahí por observación,
o es reconocimiento —la misión sigue su curso—
pero hay un ojo de cerradura en la tela sobre su cabeza:
una clara pupila, la abertura del vértice, portal
a un mundo al que podría llegar a ver
si tan solo pudiera alcanzarlo, si tan solo no estuviera
cayendo en picada con cada respiración.
En Springbrook
Todo el día los arcoíris han quemado
y flaqueado en la retina
cuando las lluvias han soplado a través del valle
desorientando a los antiguos eucaliptos
al borde del abismo,
sus ramas azotadas como algas marinas
en una tormenta. De vez en cuando un segmento
cae sobre el techo. Entre ráfagas
reina el silencio. Las cumbres abruptas del valle
son desdibujadas por la niebla, apenas distinguibles
como líneas perforadas en azul humo.
Las cacatúas que afilaron su camino
a través del aire al amanecer se han ido.
Entro madera noble para la estufa.
Cuando abro su puerta de cristal
una abeja grisácea cae de la rejilla.
Cubierta de ceniza, se mueve torpe
como si cada una de sus patas estuviera intentando
afinar un instrumento de manera independiente—
rasgueando las cuerdas, sonando las notas.
La abeja no está destinada para este mundo—
la frase de mi padre. La decía sobre cualquier cosa
que estuviera perdiendo su función —una cortadora de pasto,
una tetera, una lámpara— ninguna destinada para este mundo.
La abeja se enrosca sobre su costado. Al final
mi padre no estaba destinado
y muy destinado para este mundo.
La levanto sobre una barca de periódico
y la traslado hacia el pasto.
Se aferra a una lanza verde y se detiene.
Estos días olvido de manera intermitente
que mi padre está muerto—
por algunas horas, a veces, vive de nuevo.
Pronto, te digo, todo
será lavado por la lluvia.
Poemas extraídos de The Jaguar.
Alonso Mejías (traductor) nació en Chile el año 2001, y reside en la Argentina desde 2021 a donde arriba luego de finalizar sus estudios secundarios y vadear la pandemia. Es lector, declarado antiespecialista, traductor independiente y mochilero. Estudió tres años de Letras en la UBA y continúa su formación de manera autodidacta.
Sarah Holland-Batt (autora) nació en Southport en 1985, Queensland, y es profesora en Artes de la escritura creativa en la universidad homónima de la provincia. En 2009 publica Aria, su primer libro de poesía, que le valió el premio Thomas Shapcott, y en 2015 publica The hazards, con el cual obtuvo el premio literario de poesía del primer ministro, uno de los premios más prestigiosos del territorio australiano. Luego en 2021 publica su libro de ensayos Fishing for lightning, para en 2022 publicar The Jaguar que ganaría el premio al libro del año por el periódico The Australian.
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enero 2025 | Revista El Cocodrilo