SOBRE CÓMO DEJAR DE PREOCUPARSE Y EMPEZAR A DISFRUTAR LA EXPLOSIÓN, POR GABRIEL AIMETTA

por El Cocodrilo

El día viernes 23 de agosto de 2024, día soleado por momentos, nublado y lluvioso por otros, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) celebró su centésimo cuadragésimo aniversario. Para dicha ocasión, las autoridades anfitrionas extendieron la invitación a sus superiores de la Comisión Nacional de Valores. La ceremonia tendría lugar en el edificio nuevo con entrada por calle Paraguay. Una fila se divisaba desde la plaza Pringles alrededor de las cinco de la tarde. Además del presidente Milei, estaban invitados el ministro de Economía, Luis Caputo; el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro; el intendente de Rosario, Pablo Javkin, y cerca de 500 empresarios del sector agroindustrial, financiero e industrial, además del empresariado pyme de la región.

Tamaña concurrencia requirió una logística comprometida. Para garantizar la seguridad del evento, desde temprano se colocaron vallas dos cuadras a la redonda de la manzana de la Bolsa, Corrientes, desde Rioja hasta Santa fe, estaba completamente cercada, y en la calle había formaciones policiales de distintas unidades: de gendarmería, policías de la provincia, de la ciudad, PFA con unidades anti-explosivos, porque sí: había una amenaza de bomba. Quizás la temida amenaza terrorista de Irán, fruto de la adicción del presidente al mundo libre y su apoyo incondicional al Estado de Israel en la escala de hostilidades que intercambia con sus vecinos. Resulta difícil estimar esta hipótesis considerando la reciente muerte del alfaquí Ebrahim Raisi de Irán, presidente en funciones antes del “accidente” que concluyó con su vida y mandato de manera simultánea, dicho sea, en circunstancias semejantes a Menem Jr… la muerte del representante político de Hamás, Ismail Haniya, poco tiempo después, en el mismo país, muestra un enemigo poco amenazante, pero como la amenaza de bomba está, el presidente no escatimó en su escolta y convocó al Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF). Esta unidad está preparada para actuar en misiones de contraterrorismo y antinarcóticos. El conjunto de la caravana presidencial estaba equipado con robots a control remoto, que, con cámaras integradas, revisaban desde abajo todos los vehículos policiales. Había camiones y equipamiento antidisturbios. A unas cuadras, en la Plaza Sarmiento, siempre pletórica en cagadas de paloma y olor exudado de colectivos con calefacción que abren sus compuertas vomitando y engullendo humanos de todas las procedencias, se congregaban grupos opositores: gremios como COAD, que un día antes había colgado una pancarta de protesta en calle Corrientes, armaba una columna y alzaban sus banderas en repudio a la visita oficial de su némesis. Obviamente el cartel fue removido, y el vallado trazado tenía como objetivo impedir que la cobertura televisiva del evento muestre el disgusto de algunos sectores con el actual gobierno.

Más allá de toda la parafernalia del despliegue de unidades armadas para combatir un enemigo hipotético, y el cercado para maquillar cualquier tipo de transmisión visual, al lado de las combis con antenas parabólicas, desfilaban grupos de yuppies con zapatos de vestir, monopatines eléctricos, camisas, trajes de vestir, en pantalón o pollera ajustada para la dama, con tacos ellas, y todos abrigados con sobretodos, cargando maletines, expectantes, acomodándose la corbata. Mientras, algunos despistados peatones circulaban, mirando curiosos el despliegue. Un hombre andrajoso, probablemente linyera, y borracho, me dijo: hay que matar al presidente. Está difícil, le contesté, primero tenés que pasar a todos esos, y le señalé un policía con escudo y cachiporra que medía dos metros, que destacaba entre sus compañeras, en su mayoría mujeres. Después se puso a cantar Sr. Cobranza de Las manos de Filippi cambiando la letra. Tomaba una botella de vodka del pico. En el resto de la ciudad, después de concluido el acto, las entradas de circunvalación estaban vigiladas por unidades de gendarmería, y había más vehículos y más policías, que, para variar, frenaban gente, y la revisaban. Caía una llovizna, y en los aleros de edificios nuevos, en todo el centro, colchones raídos, llenos de sábanas y restos de comida, albergaban soñadores que ignoraban la amenaza explosiva, y recíprocamente eran ignorados monumentalmente, en la ciudad del Monumento a la Bandera.

Los discursos pronunciados por Javkin, Pullaro, Simioni o Milei ya son archivo en la web; los chabacanos recursos retóricos, añejos como la Bolsa misma, abundaron. El mito liberal, la utopía de la ciudad comercial, conectada al mundo; la referencia fisiocrática al “corazón productivo del País”, el interior federal, el gran polo exportador, la ciudad moderna que soporta todo embate, y que siempre demostró tomar la cabecera en modernizar sus instituciones y espacios. Como ya se ha dicho: para insertarte en el mundo, dejá que te inserte; esa es la postura transversal de todo el arco político involucrado en el acto, una singular comunión en la que todos estamos atravesados por lo mismo.

Todo esto podría ser significativo o completamente contingente, casi natural, o necesario, pero lo que no se puede ignorar es la siguiente concatenación de hechos: los enumeraré en orden cronológico, aunque de eso no deduzco la causalidad de los pretéritos sobre los sucesivos. Primero, durante su época como figura pública número uno, Milei dijo tener la fantasía de poner una bomba en el banco central. Claramente se fue moderando en su carrera presidencial, tal como predice el teorema de Baglini. El segundo hecho lo refleja: en la feliz ocasión del aniversario N° 140 de la BCR, bajo amenaza de bomba, acude como presidente en funciones, dispuesto a inmolarse si es necesario, pero lleno de confianza en sus profesionales de seguridad que le protegen y resguardan. Tercero, durante su discurso, cubierto por el aura de mesianismo que siempre lo acompaña, intercalando tartamudeos, declara, haciendo balances de su gobierno, que durante el mismo los jubilados incrementaron su capacidad de compra, en especial comparado con el anterior: “y ni les digo si hubiese estallado la bomba” (minuto 3:29). La bomba financiero-fiscal que tonifica los músculos abstractos de las neuronas hipertrofiadas del presidente, una entelequia que aparece siempre, es una nota pedal, una especie de ruido blanco que está instaurado en la base del subconsciente libertario. Los estallidos lejanos hacen eco en él. Lo llevaron a involucrar a Argentina en conflictos internacionales varios. En el juego constante de guerras proxys tampoco es que pueda ofrecer mucho, pero le entusiasma jugar, aunque sea tímidamente, una modesta cantidad en alguna casillita de la ruleta de la muerte. La clave de su paz sería aprender a dejar de preocuparse y amar el estallido. Pero su parte racional, que ahora está en simbiosis con el Estado que tanto aborrece, le exige reprimir el estallido social, pero subrepticiamente lo disfruta, porque se alimenta de indignación. El peluca espera la bomba, pero los parásitos del erario público se han apoderado de su subconsciente para detener sus planes de aniquilación, impiden que realice la detonación, y lo resignan a conformarse con leves deflagraciones que destruyen la realidad para evocar su utopía. Un puñado de seguidores, aún fanatizados hasta la médula por su figura, evidencian cierta conexión en el denominado inconsciente colectivo libertario. Ellos muestran una especial predilección por las secreciones de su cuerpo que producen cierta liberación, a las que asocian con su ídolo político. Aquí el testimonio de dos de ellos:

“Para esto voté a Milei. Gracias a su liberalización de restricciones legales, pude acceder a que una empresa me tome una muestra de la flora bacteriana del recto, para que a cambio me den 30 dólares en Crypto, y así empecé mi carrera en las inversiones hacia la autonomía financiera, hasta que logré convertirme en una denominada ballena, por acaparar grandes cantidades del total de la moneda en circulación, de manera que cada movimiento que yo ejecutara influía en las fluctuaciones del mercado bursátil. En mi incesante progreso llegué a ser gestor de inversiones de BlackRock, firma que a su vez forma parte de la junta de accionistas de la empresa que extrae información de los rectos de los humanos, para a partir de su estudio, elaborar una nueva línea de productos alimenticios que produzcan, en interacción específica con la flora intestinal, un gas tóxico que sería usado como arma de exterminio bioquímica para controlar el crecimiento demográfico mundial. De esta manera, la gente de todo el mundo será exterminada en una gran nube de pedo, mientras los equipos de respiradores serán inexistentes por una maniobra coordinada de todos los Estados para poner altos impuestos a la producción de respiradores, de manera que todas las empresas dedicadas a ello quiebren y no puedan proveer de auxilio a las grandes masas pedorreras. De esta manera solo los verdaderos criptobros poseerán la tierra, solo los justos, como dicen las Sagradas Escrituras. El juicio divino provendrá de mi recto, se ha logrado a través del trabajo conjunto de Bayer, Nestlé y Pfizer, que ya pronto van a patentar la nueva línea de ultra-procesados. Se venderán al mercado como una nueva especie de materias primas sintéticas de producción infinita, es decir, como la posibilidad de desterrar para siempre el hambre del mundo, eternal wealth for everyone. Pero eso atentaría contra el principio de escasez artificial, necesario para el funcionamiento de las economías desarrolladas capitalistas. Los analistas no lo entenderían, porque parecería el umbral de un mundo sin hambre ni guerras. De repente se neutralizarían todos los conflictos. Sería anunciado como el fin del sufrimiento, cuando en realidad se trata de la concreción del E.F.P (exterminator fart proyect) o el proyecto del pedo exterminador, del que yo mismo supe que era una pieza clave, como una revelación de mi destino, cuando en aquel ballotage voté a Milei y sentí el olor de que alguien se había cagado. Era yo.” Fat man, 24 años, se huele mucho el dedo.

El segundo: “tenía 14 años cuando conocí a Milei, yo lo veía antes que todos. Fui admin de muchas páginas de redes sociales, subiendo debates de él, de Agustín Laje contra las aborteras, etcétera. Yo fui clave en el crecimiento de Javier. Como era menor de edad no me querían contratar, y pusieron a otros a recibir los elogios por el trabajo que yo había hecho, el gordo Dan, el Iñaki, son todos mis salieris. Cuestión, yo empecé a escuchar ópera italiana por Milei, me compré camino de servidumbre de Hayek, y me cambió la vida. Pero lo más fuerte fue cuando conocí a la capitana ANCAP. Milei era mi ídolo, pero ella me enamoró. Me resolví a convertirme en el mejor joven libertario para conquistarla. Pero en ese momento empezaron a salirme todos estos granos, fue un ataque de acné” se reventaba un grano purulento, y después exhalaba aliviado, como jadeando. “Intenté tomar todas las pastillas que me daba el dermatólogo, pero no conseguía ningún resultado, mis amigos me decían que eran todos pornocos. Claramente eso no tiene base científica, no hay pruebas de que la carencia de actividad sexual influye en la presencia o persistencia del acné: dato mata relato, o no dato…en este caso no sé. Pero bueno, por mi aspecto perdí cercanía con los núcleos fuertes del partido libertario. Ahora sé que son heridas de batalla, los granos me invaden como los zurdos invadieron el planeta, y nada me parece mejor que explotarlos con mis propias manos.” Little boy, 20 años. Usa capucha, tiene una voz estridente y finita.

La utopía que sueñan los libertarios no es más que la total liberación del individuo de toda coerción, y el libre ejercicio de su voluntad. En ese sentido, la liberación total de energía de la explosión es una voluntad muy noble y muy liberal para convidar a toda la concurrencia en el muy liberal centésimo cuadragésimo aniversario de la muy liberal Bolsa de comercio de la muy liberal Rosario. Comprendido esto, podremos dejar de preocuparnos y empezar a disfrutar la explosión.

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Gabriel Aimetta nació el 28 de marzo de 2001 en El Trébol, Santa Fe, ciento sesenta y ocho días antes de los atentados de las Torres Gemelas, y doscientos cuarenta y uno antes del Corralito. No los recuerda, pero hoy intenta rastrear sus efectos.

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octubre 2024 | Revista El Cocodrilo

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