CATAMARQUEÑA, POR AGUSTÍN HERRERA

por El Cocodrilo

Agüita de olvido 
bebo de tus manos
ardidas al fuego
de mi corazón.

 

I

La arena forma sus montañas blanditas al pie de la roca que se quiebra. El horizonte es corto, el cielo, bajito. Un viento húmedo revuelve la piedra dolida; hace un mes que llueve en el desierto. Casi imperceptible, una línea, como manchita amarillenta, deforma los paisajes iguales. Se cuela en los poros, los ojos, la boca. Irrumpe la silueta. Pelo negro, largo, poncho de colores opacos. Asoman apenas los ojos, se balancean, ya no se ven. Es paisaje; los pocos arbustos vuelan sus hojas verdes.

 

II

Fulgorcito negro
de tus ojos digo nomás
que las palabras deforman. 

Pasaste por al lado
andabas por ahí
no me atreví a mirar. 

No quisiera descubrir
en un estudio lento reflexivo
la palabra asesina.

El vértigo de los ojos su costado
son suficiente hoy sos
palabra o relato
arena.

III

Hace dos días, o tres, pasamos por Famatina. Hoy es palabra nomás para mí. Me hablan del cerro Famatina, de la montaña Famatina, de los picos nevados del Famatina, y yo no veo al Famatina, veo únicamente una imagen genérica que uno construye frente a los conceptos cerro, montaña, pico nevado. Para mí puede llamarse Famatina, Uritorco, Ñangapirí o Paraná, que van a ser esa misma imagen residual de cerro, montaña o pico nevado. Catamarqueña es el único nombre que me animo a darle. De eso sí tengo imagen, aunque brillante, confusa; un obturador que captó de más la luz y el blanco lo inundó todo y lo poco que quedó se desordena en sucesivas copias de sí mismo repetidas y uno no sabe dónde empieza y dónde termina cada una. Esa foto la saqué ayer. Quizás hoy pueda encontrar un cerro de ojos negros y llamarlo Famatina, o encontrar una silueta conocida y aprender su nombre. 

IV

La duna catamarqueña está lejos. Por la senda catamarqueña llegamos a Londres, Nueva Inglaterra en su momento. Humedad rodeada de desierto. Las montañas desérticas —catamarqueñas— están cerca y lejos. Son imagen, paisaje, palabra. La catamarqueña florece como zamba, en zambas, y entre los nogales y las uvas  (cardones y membrillos) crece hierba verde que brilla. Acá el viento no levanta la arena húmeda de los ríos secos. 

Adelante tengo el primer río con agua que fluye. Río de montaña, rocoso, rodeado de monte y cactus. A treinta kilómetros o más, el desierto. Allá la noche era una inmensidad habitada de puntitos blancos. Nunca vi al cielo de día, inmensidad azul, granularse con puntitos negros.

julio 2022 | Revista El Cocodrilo

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