4 POEMAS SURTIDOS DE DARÍA MILVECES

por El Cocodrilo

Nadie entiende, todas bailan (2019)

Me visto en el espejo. 
Es imposible el verso modelo 
que represente a mi generación
ahora que olvidamos cómo vernos. 
Recorriéndome entre mis disfraces 
prefiero bajar el vidrio de la pared 
y llamarme como sea. 

Cuerpos bailan invocando al futuro. 
Entramos a oscuras, 
busco cosas firmes, 
pero el lugar entero va donde el firmamento
la gente entera en el movimiento. 
Humo de cena, 
saboreando piel metalizada, 
electrónica invasión del oído, 
soy eso que digo: ¡dale, dale! 

El juego es sencillo, contemporáneo,
a la quieta la comen los cuervos, entonces ¡dale!
Un reflector cada tanto se posará en nosotras,
vamos a contemplarnos entregadas a la secuencia 
¡Dale, dale!
La música por momentos se volverá insoportable,
nos cubriremos los oídos como si eso permitiera 
susurrarnos el deseo más próximo ¡dale, dale!
Quiero seguir ¡dale!
no quiero parar ¡dale, dale!
quiero bailar ¡dale!
no quiero morir ¡dale, dale! 
ya que todo murió ¡dale!
y somos post ¡dale, dale!
vivimos epílogos ¡dale!
la historia en cajones ¡dale, dale!
quiero sobrevivir ¡dale!
a la noche ¡dale!
Dejame llegar ¡dale!
hasta el día ¡dale! de mañana 
¡Dame, dame un mañana! 

Al volver de fiesta
con el cuerpo vibrando, 
la sangre en licuadora, 
cuatro países enteros pierden la luz. 
Bailando en penumbras es entretenido
viviendo sin luz es entre novelesco y horrible. 
¿De qué sirvo para esta sala oscura 
si no es tratando de iluminar diferente? 

Porque algo se rompe en mí 
cada vez, apagón tras apagón, 
cuando una luz en una calle
de algún lugar irreconocible
ya no vuelve a encenderse. 

Nuestros huesos adornando el ecosistema (2021)

A mí, la piedra más dura,
me barniza un río violento, crecido,
desquiciado por la edad.
Hay cosas ingobernables,
pero con cuánta facilidad me creo déspota. 

La espuma embravece la basura en los ojos,
yo ignoré la astucia con la que el clima
podría matarnos y zumbé por la ribera
con un bote de piel incontrolable.
Se llevó la casa,
los billetes devaluados,
el pan quemado,
los perros domésticos. 

Yo domestiqué los perros
entrené su animalidad, también la mía,
para al borde del caos perderse con instinto,
dejarse morir por el flujo.
Sin ladrar, sin guarecerse,
sin morder la ola,
ni un llanto de cachorro hubo,
un espíritu suicida de can quieto.  

Lo perdí, aposté en el ring
por los perros más mansos,
los que se arrojarían sin garras
ni nada entre dientes.
Sabía que llovería a mansalva
y que crecería, destruiría,
no pelearíamos, no competirían contra la muerte y perdí.
Quedó puro hueso
animal, humano,
y el clima cobrándose la gran apuesta:
nuestros huesos adornando el ecosistema.

LED: Luna Electrónica Desalmada (2023)

Sucre casi Colón.
Leve brillo en las baldosas chuecas,
hora del último bondi a casa,
corro en el riesgo de perderme.
Creo ver la luna guiándome encima
entre los edificios centrales,
se revela otra vez la forma centellante
del alumbrado público LED,
ángel electrónico en la obra humana,
potencia de luz de estrella
cada veinte metros en la Avenida.
El descubrimiento del nuevo cielo americano
o la matanza de la noche histórica.

En un pleito de animales
que se adueñaron del fuego,
metemos el pecho para probar que lo humano
crea el éxito acelerado como no podría
la naturaleza lerda, mundana.
La Tierra no pudo inventar la moneda
aunque trajo el oro y la plata,
mi especie forjó la palabra para tomar dimensión de la muerte.

Un anillo perfecto que circula el continente
se hace pasar por una lluvia estelar,
espectáculo aéreo cuyo precio no podríamos abarcar
en la vida con mi ciudad entera.
Estación Espacial Internacional, ¿cuál es el color victorioso?
un gris profundo para el auto andar ligero,
mi casa brilla como un vampiro amenazado por el sol,
árboles caídos en serie,
Córdoba en depilación definitiva.
Ya no es el campo como tal ni es el cielo de dioses, 
un cementerio de aparatos electrónicos y chatarra visual.
palmeras importadas de Canarias sobre tierra Kaminchingón,
resaca triste de lo que fue,
droga ácida es la melancolía,
Cronos maneja nuestro tiempo en complejos vidriados
guarida titánica humana. 

No hay saber sofisticado que valga más que poder darse de comer,
precaria educación media en el mito del desarrollo.
Quiero el morrón creciendo rojo y poder morder el crujiente,
saber qué hoja elegir para que la infusión sea potente
y aguantar los tiempos de cosecha con tabaco en la sombra,
luz de luna en el campo con los amigos de la noche.
Epocalipsis de Virus en el auricular:
zonas de nada, violenta, bifurcaciones,
acechan, busco un atajo personal.
Tengo memoria de poca experiencia terrenal
pero en mis manos caminan cientos de otros aniquilados, celebres,
los que miraban bultos en las penumbras de la intersección peatonal,
las que lloraron amordazadas con los campanazos de la catedral,
vieron luz de luna en la clausura de sus ojos.  

Fármacos, aviones militares y huellas de carbono,
juegos bélicos, alquileres, casas privadas de sol,
secretos, movilizaciones y rumores de principio
cuando todo parece terminar.
Hay una luz inmensa en la luna del Centro,
no quedan omnibuses y corro yo abatido, 
pasan en carrete los sueños inexplorados,
los edificios tumbados inmortales en fotografías,
campesinos criando el sol en el apagón,
murmuran pronósticos de fuego en la tecnocracia,
la Luna intoxicada en triste leche.

No tendré hijos ni dejaré bienes,
aunque sueñe con el niño cantando la vida nocturna,
los insectos irreverentes,
la película campo adentro donde vivirá.
Especie errática, impotente, 
forjó la palabra para no tolerar
nacer y morir sin más.
Así muriendo lento por los días
del presente eléctrico
es cuando digo. 

Espía emocional (2023)

Desde el borde del ojo
donde la lágrima caerá con la fascinación,
por esa curva que pistea el mundo
ingresando en mi lienzo lubricado,
los cuerpos amigos se aparecen
sacudiendo los huesos en ráfagas
de gráfica euforia: Fer, Belén y el whisky,
cuba libre, un disco sofisticado,
entre las luces la cola del diablo,
seduciendo a la vida para que nos bese,
poetas del cuarteto,
choferes del sol,
ferroviarias, provincianas y mortales,
conectaban para mí
un país de ensueño, improbable,
festivo, sudamericano. 

Desde el rincón del bidet,
en la casa de un reciente conocido,
las huellas de un oficio, un temperamento,
emociones que grabaron los azulejos
traiciones, limpiezas, imaginarias fotos
de lo que podría ser un entramado íntimo,
cómo el desconocimiento puede dibujar
las más extrañas, intuitivas verdades
que prefiero preservar así bajando el ascensor,
con el pecho recién limpio,
besando en el cachete.

Desde el auricular inalámbrico
No Soy Un Extraño en Clics Modernos.
Paso tras paso en un escrutinio visitante,
pasan taxis, espías de civil, cumbia santafesina,
una coreografía tiktoker en el playón,
toco lo liso del hormigón y presiento
un clima oculto de material sentimental
como una bruma camaleónica
en éxtasis, temor, vibración del corazón,
armando un repertorio irrepetible
de fuego invisible,
alguien pide un encendedor:
dame fuego
en Rosario encendida.

Desde las gafas polarizadas y en cubierto,
extranjero sentimiento que migra
a las yemas del ojo, oído, nariz,
un presentimiento sin ciencia,
mi piel abierta, oficina de información
que no tiene destino salvo mi curiosidad
mi capricho de individuo,
mi romance de voyeur,
mi insistencia por permanecer.
Oficio inútil, injustificado,
en el borracho balbuceo de las poetas,
en la montura de la intimidad con el extraño,
en la ciudad que son todas las ciudades,
desde el borde del ojo
donde la lágrima cae con la fascinación.

***

Daría Milveces (1998, Villa María). Marica del invierno del 98’. Se crió en Villa María y vive en Ciudad de Córdoba. Hijo de las crisis, de oficio escritor, diseñador y realizador audiovisual. Tiene una editorial casera e inestable donde publica poemarios y fotolibros. Estudia cine y trabaja en comunicación popular.
Espía emocional, lee su cuerpo como un laboratorio del colapso y lo posible.

julio 2023 – Revista El Cocodrilo

Artículos Relacionados