El alargue enrollado
entre el codo y el hombro
demasiado tenso
cada vez
también ahora.
Lo desenredo como a una cadenita.
Como mi abuelo
a las cadenitas
que se ovillaban y anudaban.
Con paciencia
los domingos
él les devolvía
la gracia en la caída.
Disolvía
el apelotonamiento
la ilusión de una magia
no era eso
era tiempo
nosotras aprendíamos.
Conecto el cable
largo y siempre herido.
La máquina
muerde el borde de la laja
tritura ramas caídas
corazones de palta
caracoles secos
se traga el pasto
hace flotar la tierra
que también se pega
a mí.
Polvo y pasto
en las piernas
en el cuello
en el pelo
a veces
una astilla en el ojo.
Como papá,
corto en ojotas
al sol del mediodía
a la sombra incómoda
el pasto seco
o recién mojado,
la fantasía
del riesgo
de choque eléctrico,
las reglas de papá
para otros
y sus excepciones
ahora mías
ahora somos
inmortales los dos.
Después ofrezco
pasto muerto a la tierra
riego
con briznas lo ralo
alfombro
con futuro el suelo
devuelvo
al jardín lo suyo
donde lo pide,
como papá.
Papá a los tres años me dijo
“nada se pierde todo se transforma”
y no me dijo
que nos transformamos
en lo que no queremos perder.
Barro, junto, guardo,
limpio de los restos
del trabajo a la máquina.
Recojo el cable
sucio
mojado.
Enrollo
entre el codo y el hombro
demasiado tenso
otra vez.
No como papá,
que sabe enrollar
un cable.
Por ahí aprendo
algún día.
Por ahí repito
distinto
para alojar
un todavía
en la diferencia.
Banfield-Lanús-Banfield
3 de marzo de 2023
***
Guadalupe Marando (Buenos Aires, 1979) es Doctora en Letras y miembro de la institución psicoanalítica Centro de Lecturas: Debate y Transmisión. Da clases en la UBA, en la UNGS y en una escuela. Tradujo, entre otras cosas, obras de Copi, Marguerite Duras y George Sand, y ensayos de Alain Badiou, François Truffaut y Siegfried Kracauer.
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marzo 2023 | Revista El Cocodrilo