LA BELLEZA DE UNA VIDA PÓSTUMA, POR MARINA DO PICO

por El Cocodrilo

Memoria de las especies
Katherina Frangi
Club Hem
2022 |

Para mi generación el fin del mundo ya no es esa prolija película hollywoodense, un apagón dramático, una bomba nuclear que aniquila todo lo vivo en cuestión de segundos. Es más bien una novela rusa en varias partes, una agonía lenta y discontinua, como esas velas de cumpleaños radioactivas que nunca terminan de apagarse. Estamos viendo cómo transformamos el paisaje hasta un punto de no retorno. Y, si no hay vuelta atrás y el futuro que proyectamos es insostenible, ¿dónde quedamos? 

Un punto medio amorfo, un monstruo de fango y cines oxidados. Algo así imagina Katherina Frangi en Memoria de las especies (Club Hem, 2022), su espectacular ópera prima finalista de la Bienal de Arte Joven. 

Si Zygmunt Bauman definió a nuestra era como una “modernidad líquida”, Katherina lleva esta idea a su máxima expresión. Memoria de las especies presenta un mundo líquido en todo sentido: tras una gran inundación, los sobrevivientes —que a duras penas sobreviven— se refugian en cuevas, se cosen, fermentan, mutan. La realidad es una sustancia volátil, no termina de ser una cosa que ya es otra. Y a Katherina no le interesa ningún anclaje que no sea una trampa. 

La inestabilidad está subrayada por la misma naturaleza del relato: plural, caótico. “El último día encontramos a los Húmedos en las terrazas de los edificios, pero me estoy adelantando”, leemos en las primeras páginas. Los personajes, con nombres míticos como Girón, Empíreo o Logo, se disputan la palabra como un grupo de hermanos ansiosos en un campamento, “Bueno, sigo yo”. Pero, aunque el agua les muerda los pies, no están urgidos; matan el tiempo, pasan el rato, se cuentan chistes y anécdotas largas, sostienen debates, juegan los juegos a los que uno solo se resigna cuando está varado en la ruta: bueno, a ver, decime una palabra. 

Y así emerge una comunidad con sus propios códigos. La violencia de los cuerpos destrozados tras la catástrofe es contrarrestada por la ternura de coserse entre ellos como el nuevo pacto social: “La empecé a ayudar con sus costuras, así nos hicimos mejores amigos”. También está “el sueño”, una realidad alternativa a la que los personajes asisten como si fueran al teatro, “arreglábamos para ir o faltar al sueño”. 

Este mundo postapocalíptico es en definitiva un mundo más íntimo: acorralados por el agua, los personajes duermen amontonados en un pozo, se juntan telepáticamente en “los sueños”, se cosen. “Nos quedan esas mañas de la ciudad, de verse y no saludarse. Te vi las tripas, ¿cómo no te voy a saludar si te cruzo por la calle?”. En estos comentarios se puede entrever no solo la reconfiguración de los protocolos sociales sino también el ethos lationoamericano de esta comunidad: con su soltura para navegar las crisis más terribles, apiñarse sin pudor, encontrar motivos para celebrar, hacer vino fermentando lo que sea, atar todo con alambre e inventar los métodos más ingeniosos para sobrevivir. Más tarde se revela que la historia está situada en algún lugar de la Patagonia y no nos sorprende, los diálogos están regados con humor e ingenio netamente argentinos.

Pero el humor es solo un condimento más en la prosa de Katherina, que siempre va un poco más lejos y no deja de sorprendernos con su imaginación punk, más fresca que la menta. En lo que quizás sea el giro más poético de este libro lleno de poesía, los personajes empiezan a mutar, se transforman en pájaros, plantas, polillas. Esta vida aumentada no es mágica, no es lo que se imaginan los niños cuando dicen que quieren tener alas. “Mutar no es gratis”, dice uno de los personajes después de sacarle a su pareja un aborto de ave de entre las piernas. A través de las mutaciones los personajes van adquiriendo una sensibilidad transespecie: “hay algo muy íntimo en que coman de una. Se tomaba el néctar que yo le daba”. Y junto con esta mutación del cuerpo, muta el lenguaje, algo de lo que los personajes solo son conscientes cuando se encuentran con otros grupos geográficamente alejados: “Se les entiende como se entiende un idioma que se aprendió en la infancia”. 

¿Es esta una obra sobre el fin del mundo o sobre el origen del mundo? En definitiva, estos sujetos de la posmodernidad vuelven a descubrir el fuego, “eso no se aprende de un día para el otro, el fuego no tiene esa forma ovalada”. Y acá entrevemos una posible tesis sobre la recursividad de la historia, “Sí, van a volver a existir los feriados católicos y el rock”, dice uno de los personajes. Pero la pregunta es, ¿cómo? Donde lo natural y lo artificial formaron un nuevo cuerpo ¿Qué tipo de civilización emergerá en este territorio mutante? Ya está dicho: mutar no es gratis, pero es quizás el único camino posible. Y si ese mundo después del mundo es un lugar habitable, lo es solo porque sus habitantes tejen colectivamente un relato, hacen de la lengua el hilo de la continuidad. Un hilo que sobrevive a todos los saltos: de especie, de forma, de lenguaje. Una memoria que se sostiene porque es diversa, porque es polifónica, porque, a pesar de todo, se mantiene viva.

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Marina do Pico nació en Buenos Aires en 1995. Es diplomada en Lengua Inglesa por la UNSAM (2018) y Licenciada en Artes de la Escritura por la UNA (2021). Formó parte del staff editorial de Atletas Revista y escribió para diversos medios. En 2021, su novela Cerca de la savia fue una de las tres ganadoras de la Bienal de Arte Joven Buenos Aires y se publicó por Editorial Marciana en 2022.

marzo 2023 | Revista El Cocodrilo

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