Las cosas de siempre
Abrimos el portón del taller
para escuchar
el amolar de la lluvia
contra el asfalto
para ver
el cielo
que cede
al gris
como el metal
que se templa.
La viruta se arranca en espirales
de colores quemados,
la rotación es imperceptible
a tanta velocidad
hasta que mutila.
En las fábricas
la belleza siempre está
al borde de la sangre.
Uno de los viejos
habla sobre peronismo
en general
y actualización doctrinaria
en particular.
Él solo existe
entre la pausa
de las palabras y el cigarrillo.
De a poco
me fui arrimando a la gente
y al apuro que respiran
en la combustión de los motores:
aprendí a trabajar sin sorprenderme.
La lluvia martilla las chapas,
aplana el ruido de
las cosas de siempre,
lubrica lo habitual de sus movimientos.
Hace unos días encontré
este cuaderno. Y ahora escribo
mientras las máquinas cumplen
sus ciclos de mecanizado.
No es que deje de prestar atención,
a fuerza de costumbre
uno va entrenando la mirada.
Acá
a eso le decimos
madurez.
Fin de la jornada
Busco simetría
en la acumulación
de chatarra que asoma
por cualquier terraza.
Entre dientes canto una zamba urbana
sólo para interrumpir
el tránsito desierto
del barrio gitano.
El sol da de lleno en la avenida
entibiando el agua estancada
que se filtra de la basura
y despide el olor universal
del verano.
Paso por los monoblock,
imagino la humedad de las piezas
donde se suicidan los adictos.
Veo murales
con caras de adolescentes
y frases de canciones:
la pintura se desprende
y ya no alcanzan las paredes
para los nuevos cadáveres.
Solo como flor de orilla
sucio como llanto de máquina
un hombre espera
sentado a la puerta de un taller.
Al fondo, siempre,
las chimeneas de Acindar,
y los galpones de las fábricas
como cáscaras vacías
del Sueño Industrial.
El único sueño capaz de parir
a una ciudad que se funde
en su propio cansancio.
La inmovilidad se adueña de la tarde
y es como caminar en una fotografía.
I
Me acerco a vos
con la sumisión que me exigen
las intuiciones.
No me repliego.
Soy un equilibrista sin técnica
cruzando la noche
con los ojos cerrados.
Ahora que mis manos
se adhieren a tu espalda
con la caligrafía que me exige
la textura del papel
te das cuenta
que escribo
por una necesidad
fisiológica:
las palabras se me desprenden
como piel muerta.
II
Te escribo
con ternura mecánica.
No te preocupes,
ya no tengo la fuerza suficiente
para obsesionarme.
Ni siquiera puedo darme el lujo
de llamar error
a cada uno de mis impulsos:
la angustia es una artesanía
muy delicada para lucir
atada al cuello.
Así que podrías considerar esto
como una obligación,
un gesto de indiferencia
o una ofrenda,
un puñado
de carne
para los perros del consuelo.
Tu casa, tu espesura
El olor a plomo recién usado
rodea tu casa, tu espesura,
cuando ya es tarde para advertir
una condición de presa distraída.
La obsesión es un oficio nocturno,
ahora sabés
hasta dónde te llevan
las renuncias del insomnio.
Una bala,
un ladrido,
un tranvía,
una gotera,
el estribillo de
una canción de cacería.
Afuera todo está en su lugar:
se escribe como se dispara
con precisión
e indiferencia.
***
Manuel Bozzo nació en 2004 en Rosario. En 2023 ganó el concurso de poesía Felipe Aldana, organizado por la Editorial Municipal de Rosario, con su poemario En el corazón de un país sin nombre, publicado por la misma editorial. Fue seleccionado para la residencia virtual del Festival Internacional de Poesía de Rosario, también en 2023.
Diciembre 2023 | Revista El Cocodrilo