CARTA DE NICK CAVE, POR ERIC H. HIRSCHFELD

por El Cocodrilo

El ojo brilloso y lagrimeante de la tormenta
Carta de Nick Cave

Hace diez años tu hijo Arthur falleció. ¿Qué han aprendido con Susie en estos tiempos?
Carlos, Florianópolis.

¿Dura para siempre el dolor?
Emma, Melbourne.

Queridos Carlos y Emma,

El dolor se queda, pero me di cuenta de que evoluciona con el tiempo. El duelo florece con los años, se convierte menos en un ataque personal, menos en una traición cósmica, y más en una cualidad poética de estar en el mundo mientras nos entregamos a él. Al mismo tiempo que confrontamos la intolerable injusticia de la muerte, lo que parece insoportable termina volviéndose sostenible. La tristeza crece, se hace más clara, profunda y palpable. Se vuelve creativa, amable y llamativa.

Para mi sorpresa, descubrí que formaba parte de una historia universal. Empecé a reconocer el potencial y el inmenso valor de la humanidad mientras identificaba, en mi corazón, nuestra terrible fragilidad. Aprendí, en efecto, que morimos. Comprendí que, si bien cada uno de nosotros es único y especial, nuestra posibilidad de desarmarnos es la misma. Con el paso del tiempo, Susie y yo caímos en la cuenta de que el mundo no es cruel o indiferente, sino algo precioso y amoroso que siempre se inclina hacia el bien.

Descubrí que el trauma fundacional de la muerte de mi hijo fue una clave sobre la cual Dios habló, y que él tenía menos que ver con la fe o la creencia que con plantear un modo de ver las cosas. Noté que lo que entendemos por Dios en realidad es una forma de percepción, una manera de estar atento a las resonancias poéticas de habitar el mundo. Así, Dios puede estar en todas las cosas, incluso los mayores males y las desesperaciones más viscerales. A veces siento que el mundo tiene una pulsación con una energía lírica, hermosa, y otras veces, la siento llana, vacía, y malévola. Dios está en las dos experiencias.

En estos días no siento ni desconfianza ni sospecha por el mundo, aunque mi corazón se esté desarmando y no esté deprimido, amargado o desesperado. En cambio, siento que desarmar el corazón es la forma más respetuosa de responder a lo que nos pasa –decir “te quiero” es decir también que nuestro corazón se puede desarmar por alguien, y este sentimiento resuena en todas las cosas, trae una claridad para el mundo que tenemos y también para el que está más allá de nosotros. El lamento se transforma en una forma de vida que ocupa nuestro espacio entre risas y lágrimas. Es una forma de dirigirnos a nosotros mismos, de amar lo que tenemos, de respetarlo. 

Le leí esta carta a Susie, y está de acuerdo con el hecho de que las cosas mejoran con el tiempo. Me hizo acordar de sus sueños sobre Arthur, que diez años atrás eran terribles, llenos de devastación, repletos de vergüenza y llanto. Dijo que Arthur la visita todas las semanas. Él siempre tiene la misma edad, cerca de diez años, y no pasan muchas cosas: nada más se queda sentado con ella. A veces le acaricia el pelo, a veces se arrastra hasta su falda y pasa los brazos sobre su cuello. Me dijo que hace poco tuvo un sueño donde Arthur tenía un botón en vez de una nariz, y que cuando lo apretaba una lucecita azul empezaba a titilar. No hay lamento en esos sueños, son por el contrario una alegría compasiva.

No sé con seguridad qué otra cosa aprendí, Carlos, salvo que estamos todavía acá, una década después, viviendo en el centro radiante de ese dolor: el lugar donde todos los pensamientos y sueños convergen y donde descansa toda la esperanza y la tristeza, el ojo brilloso y lagrimeante de la tormenta, ese lugar en el que está girando un niño que es para mí como un Dios, como tantas otras cosas. 

Hoy nos acordamos de él.

Con amor, Nick.

***

Eric H. Hirschfeld es profesor y licenciado en Letras (UNL). Traduce en Cuarta Prosa

septiembre, 2025 | Revista El Cocodrilo

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