Traducción de Ernesto Inouye |
Antes de dedicarse de lleno a su oficio de corresponsal de guerra, el joven Edward Frederick Knight (1852-1925) zarpó en su yate Falcon desde el puerto de Southampton rumbo a Sudamérica junto a dos amigos y un grumete. Era la tarde del 20 de agosto de 1880. Una multitud se había reunido para despedirlos. Sobre el muelle se había organizado un almuerzo en el que se brindó repetidas veces. Varias embarcaciones escoltaron el Falcon hasta que se alejó de la costa.
El objetivo del viaje era explorar el Río de Plata y remontar sus caudalosos afluentes Paraná y Paraguay. Antes de llegar a destino hicieron escala en las islas Cabo Verde, frente a la costa africana, cruzaron el Atlántico, se detuvieron en Salvador de Bahía, Río de Janeiro y Montevideo.
E. F. Knight relató su travesía de veinte meses por Latinoamérica en su libro The Cruise of the Falcon —puede traducirse como La expedición del Falcon—. La narración sigue un orden cronológico y por momentos adopta la forma de un diario de viaje.
Hace unos meses mi amigo Martín Perisset me pasó The Cruise of the Falcon en un PDF. Lo había encontrado el abogado Diego Torresi de Cañada de Gómez, en sus derivas por internet en busca de libros raros. Esta desconocida obra en inglés les llamó la atención a ambos porque se nombraba ahí a Carcarañá —la ciudad donde vive Martín y donde yo me crie—, Cañada de Gómez, y otras de la región como Campana, Rosario, y las actuales Las Rosas y Bell Ville. Solo que cuando pasó E. F. Knight por ahí la ciudad de Las Rosas no existía, sino que había en su lugar solamente una estancia con ese mismo nombre donde se criaban los mejores caballos de carreras de Sudamérica; Bell Ville no se llamaba así sino Fraile Muerto; y la llanura, que el viajero recorrió en sulky, en vapor y en los flamantes vagones del Ferrocarril Central Argentino, no se parecía a lo que puede verse hoy cuando se la atraviesa en auto por la autopista —una seguidilla de campos de soja, trigo o maíz, dependiendo de la época del año— sino que eran tierras vírgenes, de pastizales altos y florecitas, poblada por diversos animales salvajes.
Muchas veces me había preguntado cómo había sido ese paisaje antes de que la labranza y los cultivos se extiendan por toda la superficie sin dejar prácticamente sectores sin tocar. ¿Qué plantas y animales habría? E. F. Knight, un tipo muy observador y curioso, dejó testimonio de ese lugar, no solamente de los aspectos naturales sino también de los sociales: un viaje en vapor por el río Paraná con música de piano, las pulperías de los pueblos frecuentadas por criollos y colonos, los carnavales en Rosario, un brutal método para apagar incendios rurales, una tormenta furiosa en medio del campo, una fiesta de casamiento en la posada de Carcarañá, un paseo en sulky entre las flores silvestres del campo…
En este tiempo de encierro en casa me puse a traducir los dos capítulos de The Cruise of the Falcon donde E. F. Knight relata su paso por las pampas. La primera edición fue publicada en 1884 en Londres y aunque tuvo varias reediciones en su lengua original —algunas actuales— la obra nunca fue traducida al español. Imprimí y encuaderné estos dos capítulos traducidos y les puse de título el nombre del segundo: Las pampas.
Comparto tres fragmentos que aparecen en este librito —les agregué para esta nota unos títulos ilustrativos— y una breve biografía de E. F. Knight que escribí para la publicación.
TRES ESTRELLAS
Era muy agradable estar en el Paraná esa hermosa noche de verano. Después de la cena tomamos nuestro café y fumamos unos cigarrillos en la cubierta, mientras el buque ascendía echando vapor bajo las maravillosas estrellas del hemisferio sur. Por momentos los costados de la embarcación casi acariciaban la selva, que ahora se encontraba iluminada por luciérnagas que emulaban a los mismos astros. De hecho, con las estrellas sobre nosotros, sus reflejos bailando en las suaves ondulaciones del agua, y las luciérnagas arremolinándose todo alrededor, parecía (dado que la noche era oscura y no podíamos ver otra cosa) que nosotros mismos éramos un planeta navegando a través del espacio infinito repleto de estrellas. Era un curioso y espléndido efecto, pero que no estimuló con tanta intensidad a mi mente tan poco imaginativa como lo hizo uno de nuestros compañeros de viaje. Este era un señor inglés, lamento decir, que tenía toda la apariencia de estar desde hacía más o menos una semana empinando el codo. A este caballero de repente se le ocurrió subir corriendo desde el caluroso y bien iluminado camarote en cubierta para que el refrescante aire nocturno le alivie un poco su frente afiebrada. Apenas hizo su aparición, una mirada perpleja se apoderó de su rostro, se restregó los ojos y miró a su alrededor, después se le cayó la mandíbula, y sus ojos y su boca abiertos expresaron el terror más abyecto. Miró enloquecidamente la miríada de luces arremolinándose arriba, abajo y alrededor suyo, se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos para apartar esas aterradoras visiones, y con un dramático susurro, lleno de horror, “¡Got’em again! ¡Got’em again!”[1], se lanzó una vez más hacia abajo; finalmente le gritó al mozo que le lleve una botella de Tres estrellas, con la cual apaciguar los otros tres millones de espeluznantes estrellas de afuera.
ROSARIO EN LOS VIEJOS ATLAS
Si usted estudia cualquier viejo atlas, e incluso uno no tan viejo, no va a poder encontrar en el mapa de Sudamérica un lugar llamado Rosario, pero podrá ver seguramente Santa Fe, ciudad vecina, señalada en letras destacadas, aunque no sea más que una pequeña localidad en relación a la extensa y rica ciudad que mencionamos en primer lugar. Esto se debe a que Rosario es una de esas prósperas ciudades que crecen vertiginosamente en este nuevo mundo. Su progreso data de ayer; es una ciudad flamante—desde el punto de vista de las artes, desagradablemente joven; repleta de oportunidades, conectada por tramways, un lugar próspero que duplicó su población en diez años y que, muy probablemente, la duplique nuevamente en otros diez; no puede sino convertirse en un lugar cada vez más importante siendo, como es, la terminal de esas extensas vías férreas que a su tiempo se abrirán hacia todas aquellas regiones repletas de riquezas, entre las selvas bolivianas y las pampas, entre el Pacífico y el Atlántico. Hoy en día el influjo de extranjeros en la República Argentina está aumentando asombrosamente y las revueltas están menguando cada vez más, ¿quién es capaz de prever los límites del crecimiento de las empresas comerciales y la opulencia de estas maravillosas regiones? La producción que hoy se encuentra en los muelles de Rosario lista para ser cargada en los barcos puede darnos una perspectiva del futuro que le depara. Ahí está el azúcar—la valiosa madera para mueblería de Tucumán—el cuero y carne de vaca de las pampas—los vinos provenientes de la ladera este de los Andes, las vendimias de Mendoza y San Juan; minerales, también de la cordillera y de las sierras de Córdoba, donde el oro, la plata y el cobre abundan, y esperan por algún intrépido minero.
PAISAJE PAMPEANO
Las pasturas que atravesamos ese día son de las más ricas de la provincia. Aquí les presento una típica vista de la campiña como la vimos cuando desatamos nuestros caballos y los dejamos descansar y vagar durante el mediodía. Primero, ante nosotros, se extendía la fangosa huella de las tropillas, una línea oscura a través de las hierbas relucientes. Atravesada, yacía una enorme y tosca rueda de nogal de algún carro desvencijado; eran frecuentes las osamentas de ganado y, un poco más allá, podíamos ver una multitud de buitres sarnosos alimentándose de los restos de un caballo. En las entradas de las innumerables cuevas de vizcacha, entre calabazas silvestres, sentados, pestañeando solemnemente, los búhos grises, generalmente de a pares, sociables. ¿Por qué, a propósito de esto, las vizcachas siempre ponen calabazas y búhos en las puertas de sus casas?
Mirando un poco más allá distinguimos a un costado la franja plateada de una laguna a más o menos una legua, con muchas vacas y caballos—también numerosos chorlitos; la hierba en sus alrededores no era amarilla y quemada como en otros lugares, sino verde intenso. Más allá, muy a lo lejos, se extendía el continuo horizonte de la llanura, una larga línea de humo brotando de un punto, evidencia que algunas leguas de campo estaban en llamas.
Volteando hacia la otra dirección podíamos percibir algunas tímidas gamas, el ciervo de las pampas, jugando bajo la sombra de un ombú solitario; más allá, sobre el horizonte, el mar ondulante de los espejismos y dos altas columnas que parecían unas oscuras trombas marinas contra el brillo del cielo—dos remolinos de polvo que se desvanecieron tan repentinamente como aparecieron. Una extraña solemnidad, estas pampas solitarias; silenciosa, también, excepto por el sonido del viento seco del norte que susurra en el pasto.
*
Edward Frederick Knight nació en Inglaterra el 23 de abril de 1852. Estudió abogacía en Cambridge. Se lo conoce principalmente por sus trabajos como corresponsal de guerra para los periódicos Morning Post y The Times.
A los 26 años recorrió a pie, junto a tres amigos, Albania y Montenegro. Dos años después emprendió su viaje, a bordo de su yate Falcon, en dirección al Río de la Plata y sus afluentes. La crónica de ese viaje dio como resultado el libro The Cruise of the Falcon.
En 1889 realizó un segundo viaje a Sudamérica en busca de tesoros, puntualmente a las islas brasileras Trinidad y Martín Vaz. Esta experiencia se encuentra recogida en su libro The Cruise of the Alerte.
Al año siguiente se encontraba explorando el Himalaya con el fin de recabar material para su obra Where Three Empires Meet, cuando se vio involucrado en la campaña británica contra los Estados de Hunza y Nagar, en la actual Pakistán. Fue nombrado oficial a cargo de tropas nativas y actuó al mismo tiempo como reportero para The Times.
Durante de la década de 1890 su actividad como corresponsal de guerra fue permanente. Estuvo presente en muchos de los numerosos conflictos bélicos que se dieron durante el cambio de siglo entre potencias imperialistas y sus colonias, como el ataque francés a Madagascar (1895), la Campaña del Sudán (1896-1898), la Guerra greco-turca (1897) y la Guerra hispano-estadounidense (1898).
A los 48 años, mientras cubría la Segunda Guerra de los Bóer en Sudáfrica, fue gravemente herido en un brazo y poco tiempo después se le tuvo que amputar a la altura del hombro. Sus últimos reportes, después de recuperarse, fueron los de la Guerra ruso-japonesa (1905) —durante la cual el New York Times, habiéndolo dado por muerto, publicó un prematuro obituario— y el conflicto turco de 1908.
Luego de un largo retiro, falleció en Inglaterra el 3 de julio de 1925
Para conseguir un ejemplar de Las pampas, de E. F. Knight, pueden escribir a ernoino@gmail.com.
En los siguientes links pueden descargar de forma gratuita los dos tomos en inglés de The Cruise of the Falcon:
Tomo 1: https://archive.org/details/cruisefalconavo01kniggoog
Tomo 2: https://archive.org/details/cruisefalconavo00kniggoog
[1] “¡Me agarró otra vez!”, refiriéndose probablemente a las alucinaciones del delirium tremens.
Imagen: Ernesto Inouye
noviembre 2020 | Revista El Cocodrilo