“KOTZEBUE” Y “LA HUIDA DE BÜCHNER” DE ROBERT WALSER

por El Cocodrilo

Traducción de Pablo Ascierto |

Kotzebue

En verdad no se puede decir que Kotzebue ha creado algo imperecedero, aunque aún hoy, de tarde en tarde, se nombre a pesar de todo su nombre kotzebutzino catervoso. Hay una cosa rara con las celebridades, más bien inmortalidades, como lo es Kotzebue. Yo personalmente, o sea: en silencio para mí, imagino que Kotzebue ha sido horrible. Él no estaba compuesto de huesos y carne sujeta y correosa o blandengue, no, él era ceniza. Así, por ejemplo, se podía soplar: y Kotzebue volaba. Kotzebue ha legado sus masivas y prensadas obras completas, impresas y encuadernadas en piel de ternera, vomitadas y enñomadas, a una siempre agradecida posteridad apegada a lo amable, y así y todo, uno bien puede tener la desfachatez de decir, jamás será apenas leído de nuevo. Los que lo lean, tendrán que extinguirse, y los que no lo lean, no parecerán perderse de mucho, ignorándolo. Al fin y al cabo él es un burgués. Su rostro estaba completamente metido y oculto en un escandaloso cuello de saco, grande y atrevido. Cuello, Kotzebue en absoluto tenía uno. Su nariz era larga, y en lo que se refiere a sus ojos, miraban embobados. Él escribió numerosas comedias que han sido representadas con brillante éxito de taquilla, durante la época en la que Kleist se desesperaba. En general, y eso hay que concedérselo, él ha hecho un trabajo decente. Si alguien se aproximaba a Kotzebue, entonces le daban cosquillas y ganas de vomitar del todo preocupado, y aquellos prójimos y contemporáneos que tenían algo que ver con él, automáticamente se avergonzaban de estar vivos. Así y no de otra manera era la cosa en torno a Kotzebue, el que también, como esperamos, se pueda contar entre los héroes del mundo espiritual alemán, como tantos otros, que eran del mismo modo raros kotzebukitos estrafalarios como él. Si no estoy demasiado confundido, trabajaba en Weimar. Pero dónde ha sido educado, y quién le ha inculcado su poco de formación, eso lo saben los dioses. Los dioses saben todo. ¡Los magnánimos, los bondadosos! Están enterados incluso de un tal Kotzebue. Kotzebue ha insultado a los dioses en todos los aspectos, y más precisamente mediante no otra cosa que sólo y únicamente imaginarse que tenía la obligación de considerarse algo significativo. Un hombre bobo, llamado Sand, creyó, en su ceguera, tener el deber de liberar al mundo de Kotzebue y le atravesó el cráneo de un balazo. Así terminó Kotzebue.

La huida de Büchner

En tal y cual noche misteriosa, atravesado por el temor horrible y espantoso de ser detenido por los esbirros de la policía, Georg Büchner, la descollante estrella joven en el firmamento de la poesía alemana, escapó de la brutalidad, la estupidez y la violencia de la bufonería política. En los nervios de la urgencia, animado a marcharse lo más pronto posible, metió el manuscrito de «La muerte de Dantón» en el bolsillo de su chaqueta de estudiante, prolija y llamativamente confeccionada, de la que blanquecino asomaba reluciente. La impetuosidad, similar a un ancho río monárquico, inundó su alma; y una alegría, antes nunca conocida y presentida, se apoderó de su ser, cuando él, avanzando hacia la carretera iluminada por la luna con pasos grandes y ágiles, vio el vasto campo abierto y ante sí tendido, que abrazaba la medianoche con sus brazos magnánimos y voluptuosos. Alemania yacía sensual y natural ante él, y al noble muchacho se le ocurrieron, involuntariamente, algunas antiguas y bellas canciones populares, cuyo texto y melodía él cantaba de memoria y en voz alta, como si fuera un oficial sastre o zapatero despreocupado y animoso que se encuentra en caminata nocturna del artesanado. De a ratos extendía la mano fina y delgada hacia la obra dramática en el bolsillo, obra que más tarde cobraría fama, para convencerse de que aún estaba ahí. Y todavía estaba ahí, y lo invadió una poderosa sensación de alegría que rebosaba de placer y lo estremeció, recordándole que se encontraba en libertad, precisamente cuando había debido ir a parar al calabozo del tirano. Nubes salvajemente desgarradas, negras y grandes, ocultaban a menudo la luna, como si quisieran meterlo en un calabozo, o como si quisieran ahogarlo, pero él salía una y otra vez, igual a un bello niño con ojos curiosos, del entenebrecimiento a la grandeza y a la libertad, arrojando rayos hacia el mundo silencioso. Büchner hubiera podido arrojarse de rodillas a la tierra, por puro impulso de refugiado, salvaje y dulce, y rezar a Dios, pero él rechazaba eso en sus pensamientos, y tan rápido como pudiera correr, él avanzaba, dejando detrás de sí la violencia sufrida y teniendo ante sí la inminente violencia aún no sufrida, desconocida, que habría de sufrir. Así corría él, y el viento le soplaba en el bello rostro.


Robert Walser (nacido en 1878 en Biel/Bienne, Suiza) vivió como joven poeta y Commis (oficinista, asistente) en Zúrich y otras ciudades de su país. A partir de 1905, se muda a Berlín como escritor independiente; en 1913, de nuevo en Biel y finalmente en Berna. Murió durante una caminata en solitario el día de navidad de 1956, en Herisau (en la Suiza oriental). Allí había vivido en retraimiento, por más de dos décadas, como paciente de la institución psiquiátrica de dicha localidad. Las dos piezas en prosa pertenecen al último año del período berlinés. Fueron publicadas originalmente en el semanario Die Schaubühne, y conforman –en su modo singularísimo– un género en sí mismo dentro de su extensa obra, el retrato de autor; género en el que compuso no menos de un centenar de piezas, incluso también en verso.

 (actualización agosto 2019 | Revista El Cocodrilo)

 

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