CUATRO POEMAS DE FÉLIX LEONEL PERALTA

por El Cocodrilo

Mudanzas

Como dice Baudelaire,
siento que estaría bien allá donde no estoy:
lejos de mi familia, en el centro, en Japón.
Lejísimo de este barrio que nunca me quiso 
y hoy lo confirman unos policías
al bajarse del patrullero. 

Es raro, se cagan de risa 
cuando digo que vivo a media cuadra.
Preguntan sí compré droga
y se siente como el comienzo de un videojuego
porque estoy rodeado por seis hombres 
que cierran todos mis flancos.
Cómo me gustaría saber un movimiento espacial,
un ataque o una vía de escape,
pero qué irreal 
solo tengo que 
vaciar otra vez los bolsillos
responder preguntas 
otra vez.

Cuando volví a casa en enero
mi juventud empezaba otra vez a cerrar sus costuras. 
Comencé a darme cuenta
de mis malas formas con los demás,
pude reducir los relatos de enemistad 
a una respetuosa distancia. 

Nació un nuevo silencio. 
Me acompañaba a todas partes.
Cuando salía hacer compras 
él saludaba a los verdugos 
de mi infancia sin responder 
sus cómo estás tanto tiempo. 

Empecé a mirar las nubes 
acostado en un piso recién lustrado. 

Dejé de hacer freestyle cada día
solo como loco malo en mi pieza
para hacerlo en un bar ocasionalmente. 

Todo esto conforma 
el aquí y ahora de estas palabras.
Sueño con la gestación de un nuevo hogar
que está entre ser el definitivo
o el devenir de una verdad
que nunca quise escuchar.

El maestro del Go

Mientras el viento embiste
la resistencia del calor en las paredes
pienso si hice algún sacrificio
que reafirme la vida que llevo
si esta tendencia a escribir poemas
sobrepasa el intelecto y trastoca 
mi naturaleza como el Maestro del Go
que no dejó hijo ni discípulo alguno
sino una sombra inerte que conoció 
la belleza por primera vez
al espirar el alma que habitaba
en su interior.

El Go es un juego de asfixia 
donde dos jugadores disputan la geografía
de un tablero cuadriculado para 
un mayor dominio del espacio. 
Cada partida es un paisaje bélico
que lentamente se va dibujando 
hasta que el enfrentamiento cesa.
Es una guerra sin cuerpos ni sangre
toda jugada surge del silencio 
como una pincelada de muerte
tan fina como una aguja
rebosante de veneno.

El Maestro se abocaba tanto 
que perdió todo ápice de expresión 
posible en su rostro. 
Su mujer se encargaba 
de dar las gracias y pedir disculpas 
por él.

Perdió su última partida 
con Minoru, un joven jugador profesional 
que tenía ocho personas habitando 
su casa: mujer, hijos, tres discípulos. 
Minoru nunca se abandonó
ni por su familia, ni por el Go.
El Maestro, por su parte,
pasó a la historia como
una piedra que se erige 
en el desierto de la tradición
como un faro espectral
que advierte al resto de jugadores
de la entrega necesaria 
para convertirse en terruño 
dejando atrás 
todo el resto.

Los laberintos flotantes del cuerpo
son las intrincadas constelaciones
que debo atravesar para llegar
a donde todo se une y muere,
allí debajo de las sábanas que son sombra 
de la gran sombra que es la noche.

Un resto de lo que sumamos 
queda impregnado en esta cama
que de lo chica que es me da vergüenza,
pero, es tan conveniente estar así,
quizás un sueño en común congregue 
nuestros recuerdos hasta mañana
cuando el día comience por sí solo
a desayunar arrugas y remordimientos
bajo la luz del esmerilado de la cocina.

El humo del mate entre nosotros
nos acerca las bocas una última vez
cerrando el pacto de las cordialidades
como único compromiso a futuro.

Y, por último, el primer y único adiós
la vuelta de las gatas tras ausentarse
por tu presencia, reclamando comida,
y mi regreso a la conversación interminable.

Algo hago para que esto suceda

Solo los carteles de los negocios 
me dan la bienvenida. 
Me esfuerzo para sacar una risa
ser simpático
ante la apatía
de los vecinos. 
Este pedazo de tierra,
repleto de casas y árboles,
fue el set donde se filmó 
mi infancia. Película dirigida 
entre mis padres y yo.
Un elenco imperdible,
en abril solo por I.Sat
Volviendo,
encuentro personas que conozco 
prácticamente desde siempre. 
Sin embargo no hay forma,
no hay forma. A la semana
me entero que uno de los vecinos  
envenenó a una gata.
Por suerte no era una de las mías. 

II 

Siempre hago preguntas equivocadas: 
le pregunto a una chica si está resfriada
cuando el padre no lleva ni un mes
muerto. Le pregunto a una mujer por su hija,
cuando ésta me desprecia por no recordar 
su nombre. Una vergüenza.
Hoy tengo ganas de que caiga 
una bomba en mi casa
yo adentro todos invitados 
menos las gatas. 

III 

Me dediqué toda mi vida a un bucle 
que consiste en renunciar y empezar
amistades, amores, pensamientos. 
En cada nueva renuncia el tablero 
se desploma y levanta el polvo
de los anteriores tableros caídos. 

Solo un retazo de luz ilumina 
la mesa de mi existencia. 
Cuando la habitación oscurece
puede que tarde en volver 
a iluminarse. 

Y hoy justo estoy sentado sin tablero
con polvo hasta en el cuello,
conteniendo el silencio,
acumulando vacío.

***

Félix Leonel Peralta nació en 1994 en Rosario. Cursó Letras en la UNR y es profesor de japonés. Publicó los poemarios “En memoria de los poemas robados” (2014) y “Vestidos” (2015). En esos mismos años llevó a cabo el ciclo literario Voces Subterráneas. En 2018 cofundó y editó Revista Camalote. Actualmente publica traducciones del poeta Ryuichi Tamura en Revista Belbo y autoedita (como puede) dos fanzines: “La gran limpieza” y “23 en 1”. Pronto saldrá su tercer fanzine titulado “No escucho música sino fantasmas”.

noviembre 2024 | Revista El Cocodrilo

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