TODO NIÑ@ NACE PUNK, POR LUCIANO TRONO

por El Cocodrilo

“¡Ahí está, mirá! Está sacando la tabla, ¿la ves? Qué loco hermoso” le decía un pibe —desde el fondo de la muchedumbre y lejos del escenario— a la chica que lo acompañaba. Él, como muchos de los que estábamos ahí, anticipa ese momento cúlmine, esa gracia final con la cual nuestro Profeta y Amigo Personal sabe a veces coronar los encuentros con el público: el crowdsurfing, tomado al pie de la letra. De la Gran Caja de Herramientas Para Jugar que lleva consigo a todos lados —en especial, a los escenarios—, el Kid saca su Dispositivo Para Navegar Multitudes y Procesiones Religiosas (conocida también como una tabla de surf) y desafiando las latitudes convencionales de un recital, nos pasa a saludar sobre las manos que lo sostienen.

Quienes ya lo conocen, ven este acto icónico y tantos otros como una marca registrada del artista, pero los que estaban ahí por primera vez me contaban que no sabían muy bien con qué se iban a encontrar, y a decir verdad, hubiese sido difícil predecirlo. Conversando con la gente, un abanico extenso de looks me hablaba a gritos de lo inclasificable y ecléctica que sería la multitud convocada. Desde coquetas parejas chic en su salida semanal, pasando por variadas gamas de grunge, punkies con tatuajes en la cara, cejas perforadas, maquillajes emo, y zapatillas vans. Todo un jardín de personalidades convivía con las multitudes tradicionales del hardcore: una mujer perseguía el recuerdo de su vieja amiga; otro par de barbas plateadas evocaban un recital al que fueron en los ‘90; mientras que para muchos jóvenes sería la primer ocasión en la que verían a Nekro en vivo.

Para otros con más años, la música del Kid había sido el soundtrack de la adolescencia, el sonido que acompaña a una colección de historias, anécdotas, y recuerdos. Pero en el relato de lo que recordamos haber vivido, se esconde siempre el rastro de una historia mayor, una historia colectiva que todos conocemos: el antro, las bandas, la “movida”. Con el paso del tiempo, las escenas que habitamos se transforman y van mudando de pieles; y en la vereda de Jaguar Haus, a minutos de que empiece el recital de Boom Boom Kid, pareciera poder apreciarse el resultado de este proceso vivo. Hay un popurrí de procedencias socio-culturales, una melting pot que cuenta la historia de nuestra música y nuestra cultura recientes, que se funde en una audiencia que se observa altamente disímil, heterodoxa, y difícil de precisar. Esta pintura, diversa en colores y sonidos, es un fiel reflejo de la multiplicidad de sentidos que Nekro es capaz de contener en su registro musical y plasmar en su manifestación integral como artista. 

Este no era mi primer recital de BBK, mas sí la primera vez que iba con un propósito más que el de disfrutar la música y perderme en el pogo. Producir un registro profundo y significativo implica no solo mirar a nuestro alrededor y anotar detalles que nos llamen la atención, sino también ser capaces de reconocer, en lo que observamos, un ecosistema con características propias y elementos compositivos. Solo a raíz de esta mirada es posible empezar a hacernos las preguntas indicadas para entender la naturaleza de aquello que observamos, y qué implicancias o significados se desprenden de su existencia. En este collage de gente tan distinta, cabía preguntarse qué era lo que nos agrupaba, qué mirada común teníamos acerca de la obra de il Carlo, quien sigue convocando gente después de 30 años. La respuesta la escuché de boca de sus fans: la energía arriba del escenario lo es todo. Algo que se percibe cuando escuchas sus canciones desde tu casa, pero solo es comprensible en el vivo.  

La manera que tiene Nekro de desenvolverse en escena va más allá de los márgenes de su género. Lo que en apariencia es meramente “descontrol”, esconde algo más profundo y vivo, y es que sobre el escenario se palpa la potencia creativa y lúdica de sus instintos. No viene simplemente a cantar lo que alguna vez compuso, sino que su proceso creativo se sigue desplegando con su performance en vivo. Lo vemos improvisando con juguetes y artefactos, desvistiéndose, cambiando de velocidades e instrumentos, reversionando canciones, haciendo que cada show sea único. Lo cierto es que estamos en el tiempo de los espejos, donde nos atraviesa de manera constante nuestro propio reflejo y el de los demás. Habitar de forma constante el mundo digital nos acostumbra a prismas estéticos y poses acabadas, coherentes, “que cierran”. En ocasiones, este efecto influencia la manera que tenemos de relacionarnos con el arte, y es por eso que el aporte más valioso y sorprendente de Boom Boom Kid es este desacato con la pose manicurada y convencional, en donde se niega a caer en esa dinámica de lo predecible y con su potencia escénica nos regala una experiencia artística que se siente espontánea y fresca.

Por más llamativa que sea su forma de jugar arriba del escenario, el contenido de su obra ha sabido también innovar dentro del género. Muchos buscaron las palabras para describirlo, pero yo prefiero abrir su amplio repertorio y elegir una canción que hable por sí sola. Tal vez sea “Blu, de su disco Okey Dokey (2001), la pieza en la que mejor conviven los polos energéticos que definen casi por igual a su esencia musical. Una melodía agridulce, derramada lentamente desde un piano que pareciera ya desde el principio, anunciar un triste final. Las notas del piano —acústicas y frescas— logran caer sorpresivamente al compás de una percusión acelerada, frenética, desesperada. El sonido de alguien que, salpicando lágrimas, corre de su dolor. Lo suave y lo áspero; lo tierno y lo duro, completamente integrados.

“You can’t teach me anymore,

I can’t learn from you anymore, 

I can’t help you honey,

you can’t help me anymore 

..

and when the feelings hit you 

somewhere inside turns blu” 

En esencia vemos que es una canción rápida, explosiva, que se precipita hacia adelante. Adjetivos que describen muy bien la estructura del punk-rock, uno de los géneros que, junto al hardcore, son la principal influencia en la constitución musical del autor. Sin embargo, no serán la rebeldía tradicional, la protesta política anti-sistema y el desacato a la autoridad característicos del punk, los principales mensajes de la canción. Es gracias a ese piano, a la letra, y a la intención percibida en el tono, que aquello enfatizado nos suena más como una desazón que una protesta. Sentimos que alguien llegó a término con la frustración de un vínculo, y a pesar de que logra reconocer el hecho, no deja de estar triste. Un punkie que hasta ayer cantaba en contra del sistema pero hoy se le rompió el corazón, y de acá en adelante lo expresa de la única manera que conoce: haciendo kilombo.

Nekro supo conservar el método fundamental y hacerlo evolucionar, actualizando el mensaje que provenía de esa escena y dándole otros matices a su sonido. Por eso Carlos Rodríguez es, a mi entender, un artista que hizo avanzar al género, reverdeciendo la pradera del punk y el hardcore. De éste último, podemos decir que retiene una mirada seria, en tanto para-nada-en-broma de las cosas que quiere visibilizar en su mensaje: la crueldad animal, el medioambiente (A Veces Me Pregunto Yo, BBK, 2006); el maltrato infantil (Cadaver de Niño, BBK, 2009) e incluso ya abordaba la transexualidad con Never Knows (es obvio) (Fun People, 1999) que todavía en esos años era una temática poco visible. Lo cierto es que, aún cuando nos habla del amor, la protesta sigue presente en su obra. Pero ya no hacia una opresión genérica o a un sistema imprecisable: es ahora una protesta contra la indiferencia del mundo, la frialdad del corazón, y el desamor. El principal lamento ya no es la alienación o la falta de sentido (“Nothing to do, nowhere to go, oh,  I wanna be sedated.”, The Ramones, 1978) sino el amor perdido, la falta de empatía, y los corazones cerrados.

Una vez que abrieron el ingreso al recinto, la gente se empezó a acomodar en el campo frente al escenario, y otros subían a un entrepiso al que se accedía con reserva. En una atmósfera densa de concentración, el escenario todavía vacío aumentaba nuestro suspenso, mientras manteníamos  la mirada fija en el telón, esperando la apertura. Con los músicos en sus puestos, el recital empezó al 100%, sin escalas, introducciones, o entrada en calor. Desde el primer minuto Nekro atravesó el escenario con saltos, muecas, y haciendo acrobacias con el micrófono. Con un sombrero y múltiples capas de ropa chillona y brillante, el impulso primordial que guía a Carlos es el de un niño: juega, ríe, se divierte, se disfraza. Y sobre todo espacio vacío u hoja en blanco, garabatea, pinta, adorna y decora. Ni un centímetro del escenario (o del público) queda exento de su improvisación lúdica y potente —elemento fundamental de su carácter escénico— que nos deja siempre atentos a su próximo movimiento, porque la excentricidad, los disparates y la música son partes iguales en un show de BBK.

El ímpetu del público igualó al de Nekro desde el primer momento. Ya en la tercera canción, “Cariño, Rápido un Ticket Hacia Vos”, se observaba un zarandeo de cuerpos en el centro del campo, que solo crecería y nos acompañaría hasta el final. Claro que en el medio escuchamos algunos tracks melosos y lentos que nunca faltan, pero fueron los ritmos apurados y centelleantes de su obra más pesada, los que a la larga predominaron en el recital. A medida que el setlist progresaba y este caos se consolidaba, el calor comenzaba a sentirse con intensidad, la vestimenta de Nekro —que ahora portaba bermudas y remera negra—- se había oscurecido. Las luces nos pintaban de rojo y el flash relampagueaba sobre el pogo. Era evidente que los tonos habían cambiado, la transición fue progresiva e imperceptible. Bajo el hechizo de las voces guturales y la inercia del mosh pit, bailamos en las entrañas del hardcore cubiertos de sudor y cerveza, siguiendo los breakdowns de la percusión y el vuelo de las rastas de Nekro. Desde la suavidad de “Pei Pa Koa” hasta el descenso a la locura de “Ánimo”, tuvimos el gusto de pasear por todas las emociones contenidas en la obra del Kid. 

El recital terminó con “Be My Baby”, en una interpretación mucho más cargada que su versión de estudio. Con un tono de despedida y festejo, el pogo se había relajado, y los que seguían adentro bailaban y movían los brazos en el espacio liberado de la ronda, con sonrisas en sus caras. Un extendido outro instrumental empieza a sonar, mientras el Kid y su tabla de surf salen a buscar la ola entre una marea de gente que, extasiada, lo adora mientras reparte saludos colgado del entrepiso. El crowdsurfing no es solamente un acto reconocible y simpático, sino la manera que encuentra Nekro de condensar su relación con el juego, el riesgo, y el público al que quiere llegar metafórica y literalmente. En sus shows, es común verlo desprenderse de sus aparejos y regalárselos al público: dejándolo todo, se saca las medias mientras surfea de vuelta al escenario, para despedirnos con la panza afuera y haciendo el signo de la paz. 

Recuerdo que a mitad del espectáculo, la canción Pei Pa Koa fue interrumpida por un corte de luz, y cuando el sonido regresó —no retengo las palabras exactas— Nekro tomó el micrófono y dijo: “Está todo muy lindo con el arte y la música, pero sin electricidad no podemos hacer nada. Alcanza con que aprieten un botón y nos dejan fuera de juego, no se olviden”. Cuanto más vivís de prestado, más comprometido se va a encontrar tu mensaje, que depende exclusivamente de los recursos que te faciliten los demás. El compromiso do it yourself de Boom Boom Kid (hacer su propia merch, autofinanciarse, autogestionarse) es un llamado a la independencia del mensaje artístico y un recordatorio de que cuando el mundo te deja a pata, salís adelante a puro pulmón. Nekro dejó el escenario luego de darnos su voz y su cuerpo, porque en gran medida ese es su mensaje, dar todo de sí. No escatimar, ponerle el corazón a las cosas.

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Luciano Trono (1997, Venado Tuerto) es Licenciado en Ciencia Política y se dedica a la escritura de no-ficciones, con el objetivo de formar un perfil periodístico de escritura concentrado en las crónicas y el formato documental. Es redactor en la revista Gente Insoportable de Ediciones del ’00. Todos sus textos publicados pueden encontrarse en https://medium.com/@tronoluciano

noviembre 2025 | Revista El Cocodrilo

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