AHÍ DONDE LA CORRIENTE LOS HUNDE, POR FEDERICO FERROGGIARO

por El Cocodrilo

Ahí donde la corriente los hunde 
Juan Ignacio Mercapide
Editorial Autores de Argentina
Buenos Aires
2018
150 páginas |

Saber contar es darle a un lector una creación verbal que lo involucre e interpele, para invitarlo a aventurarse en esa trama de acontecimientos que propone el lenguaje. Saber contar es sostener un argumento coherente y sorprender, incluso entonces, cuando un buen lector cree poder anticiparse a todas las posibles peripecias. Saber contar es, también, muchas otras cosas que incluso pueden contradecir a las anteriores. Para mí, y lo aprendí de Benjamin, narrar o contar “es una forma artesanal de la comunicación” y en la narración queda adherida “la huella del narrador, como la huella de la mano del alfarero a la superficie de su vasija de arcilla”.1 Hay en los cuentos de Mercapide una indiscutible acción demiúrgica, la marca de un narrador que domina la técnica de atraer, de seducir, de interesar y de premiar al lector con lo que este va a buscar en un libro de cuentos: una buena historia bien contada.

De eso se trata Ahí donde la corriente los hunde, de Juan Ignacio Mercapide, publicado en 2018 por la Editorial Autores de Argentina, e integrado por trece relatos divididos en dos conjuntos: el primero, homónimo del título del volumen y, el segundo, con el nombre del cuento que cierra el volumen: “Las bellas de otros días”.

En el umbral y en el zaguán del libro nos recibe “Sector para fumadores”, la difusa y desesperada historia de un triángulo amoroso que ve perderse a uno de sus lados, y “El ocaso de Tatín Ocampo”. Los boxeadores han sabido interesar a grandes escritores, como Soriano y Cortázar; también Mercapide construye un personaje que, ya retirado de los rings, aparece entremezclado con un grupo de presos políticos. Tatín Ocampo, el púgil opacado por Monzón (“lástima Monzón” repiten en una letanía quienes lo reconocen y recuerdan sus peleas), es encerrado en un centro clandestino de detención, víctima de la violencia bestial de los militares (y de la dictadura que fluye de fondo). A pesar de que al principio goza de ciertos privilegios, luego, en una grotesca fiesta de crueldad, es obligado a boxear contra un cabo al que humilló, contra otros presos y milicos hasta que, en el clímax del salvajismo, debe medirse contra quien es su “protector”, el teniente Flores.

“Pomarola” recrea la amistad de tres estudiantes “de bolsillos flacos”, como dice el tango, que trasplantados a la gran ciudad, La Plata, celebran cenas rituales con abundantes ingredientes precarios: la bolsa de chorizos pasados que rescatan de la carnicería en la que uno de ellos trabaja. La irrupción de una mujer, la novia de Juanma, va cortar la tradición culinaria y esa amistad forjada alrededor de la olla donde se cuecen los casi putrefactos chorizos. Páginas más adelante, “Greta” recrea la forzada y breve convivencia del narrador con una turista alemana que, luego de no congeniar con ella cuando la conoce, en Chile, debe alojarla en su casa de La Plata porque la desvalijaron cuando llegó a Buenos Aires.

Luego de estos cuentos de corte realista, la mayor parte del resto de los textos se introduce en el campo del fantástico y de la ciencia ficción, en una acepción amplia, que incluye además los relatos en ambientes posapocalípticos, distópicos. En esta última línea puede inscribirse “Ella”, que transcurre en un mundo en el que las mujeres han sido (casi) exterminadas y el logradísimo “Cocina Moderna”, que me recordó al clima de los filmes El libro de los secretos y Soy leyenda aunque, por suerte, sin esos zombis tan trillados. “Ojo turístico o la tarde en que pudo conocer a Paul Auster” presenta a una pareja, en una ciudad incierta e irreconocible, que cohabita forjando un vínculo signado por intrigas y temores. Fantásticos, en una acepción más apegada a la tradicional, son el extraordinario “Una familia se pierde”, que pone en espejo la separación de una familia con la pérdida de la fuerza de gravedad en la Tierra, que va a afectarlos también a ellos, y “El alumno desaparecido”, que me recordó el clima inquietante de varios cuentos de Dino Buzzati. El texto que cierra el volumen, “Las bellas de otros días”, brota de un narrador fantasma que, en un hostel catamarqueño, recuerda su pasado con Juliette al revivir, en la relación de dos huéspedes, M y Bob, sus constantes desavenencias y crisis.

Una tercera vertiente está conformada por tres narraciones que, ya sea inclinándose hacia el realismo o bien con una aire característico del fantástico, pueden definirse como cuentos de escritores o sobre escritores. “Días en una ruta” presenta a una pareja de “fugitivos”, Mara y Segundo, cuya carrera consiste en escapar de las responsabilidades para entregarse a una vida plenamente libre, si es que eso existe. De fondo, o como sostén argumental, circula un sueño que Segundo ha tenido con Roberto Bolaño. “Margarita Durán” es el título que remite al enigmático personaje de una anacrónica docente de la carrera de magisterio, con quien el narrador se involucra en varios planos, y que le enseña, como si fuera un elegido y estuviera predestinado, el oficio de escribir. Aquí resuena Marguerite Duràs, pero también la misteriosa joven de “El último piso” de Adolfo Bioy Casares (presencia fantasmática de varios cuentos). En cualquier caso, las referencias literarias y los guiños para los lectores conspicuos son permanentes. Porque Margarita no solamente ha surgido de la Santamaría de Onetti, sino que además ha sido pareja o amante de Juan Carlos –así lo llama ella–, ha besado a Manuel Mujica Lainez, ha estado con Vargas Llosa y con John Cheever, y hasta vivió un efímero pero intenso amorío con Kenzaburo Oé. “La voz de la sangre”, aunque centrado en las problemáticas de la escritura, vuelve a dialogar con la peor máscara de la política: las dictaduras, los centros clandestinos de detención y la tortura.

El encanto de casi todos los relatos reside, creo, en los ambientes y las atmósferas que Mercapide logra configurar para que transcurran las historias. Quizás, la única sombra o el declive donde apenas se hunde el libro es la ausencia o la falta de esmero de un editor o una editora que le haya dado unidad u ordenado el conjunto, para otorgarle una cierta armonía o una progresión menos azarosa. Pero no es esta zozobra una falla atribuible al escritor; más bien, creo que reconoce la labor de esta figura, cuya importancia y necesidad se hacen manifiestas.

1 Benjamin, W. (2008) El narrador. Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados, p. 71.

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