De la llamada generación de los noventa, Martín Gambarotta es algo así como un llanero solitario. Si se observa el derrotero general de sus congéneres, aunque el espectro es amplio (del lumpenaje al streaming, del exilio al tallerismo crónico, de la erudición a organizar viajes literarios por el mundo), su devenir es bastante excepcional. Es también (y quizás por eso) el último en instalarse.
Más allá de la indiscutida trascendencia de su libro debut, cuya importancia ha sido y sigue siendo destacada de manera unánime, y de la calidad de los textos que le sucedieron, la densidad y la contundencia de sus libros e intervenciones críticas no ha sido tan matizada con eso que podemos llamar actividades culturales.
Con el tiempo parece haber ido convirtiéndose en una presencia más bien fantasmática: es, ha sido, intermitente pero sostenidamente a lo largo de los últimos treinta años (para quien pueda y quiera oír), la mosca que jode detrás de la oreja.
En varios de los veintiún textos de las cinco categorías que componen Literatura de base (hay dos categorías más, pero contienen entrevistas y un epílogo) se repiten tres zonas centrales de reflexión.
La primera es una propuesta: la idea de que cada autor puede forjar su propia tradición (seleccionar con claridad sus influencias y ponerse a escribir a partir de ellas).
La segunda es una motivación: escribir lo que se quiere leer y nadie parece estar escribiendo.
La tercera va más allá de la escritura: la intención de imponer un nuevo orden literario cuyo discurso derrame en otras esferas de la vida social (cuestión que presupone un vínculo entre la literatura y lo que podríamos llamar bien común).
En uno de los ensayos incluido en el apartado “Estética” (publicado originalmente en 2013 y dedicado a Gulp!, el disco debut de Patricio Rey y sus redonditos de ricota) Gambarotta relaciona la afluencia de bandas de rock barrial desde mediados de los noventa con el repliegue del grupo de Solari que, ya masivo, empezaba a retirarse de los grandes escenarios. Escribe: “Solo cuando el grupo se retira de la escena queda, porque la naturaleza aborrece del vacío, un lugar que tiene que ser ocupado”.
En la entrevista que cierra el libro, cuando Nicolás Vilela le consulta por lo que andaba leyendo allá por 2012, Gambarotta dice: “lo que me interesaba posnoventa, por hablar de las etiquetas, nunca se terminó de consolidar. Me interesaban, por ejemplo, los artefactos que podía armar Lucía Bianco y otras cosas que empezaban a aparecer. Y finalmente, aunque está por verse, es como si los autores no hubieran tenido la confianza como para seguir adelante con esa veta, ¿no? Veía esa veta como una etapa superior –para hacer un chiste– del noventismo, una cosa más de partido que de movimiento. Eso que me entusiasmaba a mí no sé si llegó a entusiasmar”.
Si se piensa que Literatura de base se suma a una serie de eventos recientes en la actividad de Gambarotta (la publicación de Sangría en 2023 por la editorial Rapallo, sus lecturas relativamente frecuentes en ciclos de poesía, la columna semanal de análisis político que publica desde hace un año en el Hurlingham Post), podría leerse este regreso como un diagnóstico performático: volver para llenar el vacío.
¿Qué modelo de poeta se cifra entre los textos de Literatura de base? ¿Cuál es el poeta gambarottiano y qué características tiene?
En primer término, como ya se dijo, sería un poeta que se inventa una tradición: es decir, aquel que hace una lectura crítica hacia atrás y una lectura crítica de los contemporáneos. Por ejemplo, comentar un libro de un poeta chileno publicado en 1976 y destacar que “trata de manera directa con material político en un momento complejo, la dictadura de Pinochet, pero no por eso resigna consignas estéticas muy fuertes que limitan con lo vanguardista, a tal punto que su texto nunca llega a coincidir del todo con la voz oficial de aquellas organizaciones que luchaban contra la dictadura”.
En segundo término, entonces, sería un poeta que antepone la estética a la militancia: algo así como el que aporta el brazo estético a la batalla.
Y en un tercer término, en la medida en que la estética es la expresión de una política, se trataría de un poeta que no solo representa la disidencia dentro de la disidencia, sino también una vanguardia foquista: un poeta adelantado que ilumina y hace escuela. Un poeta que la ve.
El vínculo entre literatura y sociedad está resentido: la primera parece cada vez más incapaz de excederse a sí misma. En el medio, la crítica, las intervenciones, las reseñas y el periodismo cultural, en la medida en que están hechos por los mismos autores, fueron dejando de apuntar a la sociedad en general y se volvieron cada vez más endogámicas.
Tal vez la intención de que la literatura se articule con la sociedad no sea más que una expresión de deseo: ser militares en la estética, en la ejecución de obras de arte, y publicitarios en la difusión, en todo lo necesario para que las obras circulen (y derramen algo en la sociedad).
En este sentido, si ese fuera un objetivo del libro, hubiera convenido que Literatura de base tenga algo de panfleto, de presentación ATP: la misión de introducir a un poeta central de nuestro acervo cultural, de ponerlo a disposición del pueblo. No hubiera hecho falta mucho: hubiera bastado con terminar el libro un poco antes (aunque manteniendo las entrevistas). Los textos incluidos en la sección Prosas (que Nicolás Ricci llamó prosas poéticas en esta reseña) parecen desentonar con el resto del libro, que, precisamente, tiene poco y nada de poético.
Hay algo en esos textos que queda expuesto con la falta de verso, como si se entreviera una escritura sin filo. La pregunta no sería tanto si los textos son buenos o malos. Tampoco si son poéticos o no. Más bien, y teniendo en cuenta que tres de las cuatro prosas son inéditas, cabe preguntarse por qué están acá, en un libro en el que abundan conferencias, intervenciones en medios especializados, prólogos y ensayos.
Instalar a un autor es una operación delicada: el discurso puede solidificarse, las ideas pueden volverse lugares comunes, la buena intención puede terminar contradiciendo las ideas centrales del autor a instalar.
La veneración es el talón de Aquiles de las vanguardias: ímpetu de dogma que se cuece de abajo hacia arriba. Tal vez sea el precio a pagar por difundir el mensaje, por hacer circular la palabra.
Como sea, el combo que componen tanto el regreso de Gambarotta como su presunta instalación suscitan una poderosa dimensión propositiva: la de empujar el contexto desde la acción.
Como si se le estuviera reclamando algo a la Historia. Algo que en los noventa no se hizo. Una oportunidad que se dejó pasar y cuya omisión produjo una suerte de vaciamiento. Como si se tratara de empujar para que surja un nuevo sujeto histórico (¿una nueva generación?) que llene el vacío y restaure el equilibrio perdido.
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Leandro Diego nació en la ciudad de Buenos Aires en 1984. Estudió comunicación y periodismo. Su formación literaria es autodidacta. Desde 2019 coordina talleres de lectura y escritura. En 2020 publicó el poemario Monoimi (AñosLuz). Durante 2023 escribió En pausa, una serie de columnas quincenales en Revista Polvo. Actualmente publica el newsletter MA, un diario público en el que escribe sobre literatura, vida urbana y cultura general.
Revista El Cocodrilo | marzo 2025