QUERIDO MONSTRUO, POR MARCELA ALEMANDI

por El Cocodrilo

“¿Cómo una joven muchacha pudo imaginar una idea tan espantosa?”. Esa es la pregunta que Mary Shelley responde en su prólogo a la edición de 1831 de Frankenstein o el moderno Prometeo,la novela (y el personaje) que le darían fama eterna, mucha más, incluso, de la que tuvieron su marido, Percy Shelley, y su amigo, Lord Byron, insignes poetas de la segunda camada del Romanticismo inglés, a quienes ella admiraba y a quienes, según narra en ese mismo prólogo, no aspiraba siquiera a igualar en maestría literaria.

Las circunstancias en las cuales surge el germen de la historia son conocidas por todos: unas vacaciones en Suiza en 1816, a orillas del lago de Ginebra; un verano frío y tormentoso, por culpa del cambio climático causado por una erupción volcánica; un grupo de amigos que, aburridos por no poder disfrutar del aire libre, se reúnen a leer viejas historias de fantasmas, en las noches heladas de ese verano fallido. Lord Byron, John Polidori, Mary y Percy Shelley y Claire Clairmont (hermanastra de Mary y amante de Byron) aceptan el desafío del autor de Childe Harold de escribir, cada uno, una historia de terror. Polidori escribe su célebre cuento “El vampiro”; Byron, un fragmento de Mazeppa. A Mary no se le ocurre nada hasta que, unos días después, una noche, entre sueños, “ve” la figura del joven científico inclinado sobre la criatura espantosa que acaba de crear, y a partir de esa pesadilla imagina luego la historia del desventurado Víctor Frankenstein.

¿Por qué esta novela, publicada hace 200 años, tuvo (y sigue teniendo) tanto éxito y tanta trascendencia? ¿Qué hay en el personaje de Frankenstein y, sobre todo, en el de la criatura a la que el científico da vida, que ha interpelado a lectores de diferentes latitudes, de distintas épocas? ¿Por qué ese ser, armado con pedazos de cadáveres y traído a la vida gracias a un golpe de electricidad, es el más humano de todos los personajes de la novela?

Los sueños de la razón

La etimología de la palabra “monstruo” viene del latín monstrare, “lo que se muestra”, y eso dice mucho acerca de cómo se ha escrito lo monstruoso a lo largo de la historia de la literatura y enFrankenstein o el moderno Prometeo, en particular: la condición de lo monstruoso es la imagen, la criatura que se muestra y es vista por otros. Lo monstruoso no causa rechazo absoluto, sino que repele y fascina al mismo tiempo, el monstruo conmociona y maravilla a la vez.

En 1757, Edmund Burke expuso su teoría sobre lo sublime y la belleza en Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas sobre lo sublime y la belleza. Burke acentuó el aspecto tenebroso de lo sublime en tres aspectos: el terror, la amenaza y la sensación de dolor. Según Burke, el terror se hallaba vinculado a la consciencia de la desproporción del poder del universo frente al hombre. Lo sublime era la amenaza de muerte, de la corrupción de un cuerpo insignificante en comparación con ese infinito cosmos. Sin embargo, se trataba de un terror atrayente, un terror que ejercía una fuerza irresistible sobre el ser. Burke señalaba que los signos de lo sublime se daban en la fuerza de los animales, en el poder del soberano, la naturaleza o la divinidad, en los espacios inconmensurables, en los precipicios, en las elevadas montañas, en la tormenta, en la noche, en lo monstruoso. En la novela, centrada en los sentimientos de Víctor Frankenstein, vemos de qué manera él experimenta atracción y repugnancia a la vez por su criatura: lo rechaza pero lo persigue, lo niega pero se siente fascinado por él. Lo grotesco, lo monstruoso de la criatura, genera en Frankenstein ese sentimiento de lo sublime que tan bien describe Burke.

Esther Cross (2013) señala que Mary Shelley no escribe una historia para asustar: muy por el contrario, se sitúa del lado de los que tienen miedo. En la época en la que se escribe y publicaFrankenstein o el moderno Prometeo, el horror de la gente a ser enterrada viva, por ejemplo, o a que su cuerpo se utilice para la ciencia (las disecciones eran la única manera de conocer la anatomía humana), está en el aire. Los velorios duran muchos días, a veces una semana, para que el cuerpo, suficientemente descompuesto, no pueda ser alimento para los científicos. Los “resurreccionistas” se dedican a desenterrar cadáveres y venderlos, porque escasean. Mary capta todo eso y lo plasma en la novela. Tras un siglo de exaltación a la razón, el iluminismo científico y filosófico, y la creencia absoluta en el progreso, el siglo XIX teje un pensamiento donde la misma urdimbre parece poner en duda la verdad de esa razón. El nacimiento del Romanticismo es la consecuencia lógica de ese siglo XVIII. Por supuesto, tampoco es casual que a finales del XIX surjan movimientos estéticos como el simbolismo o el decadentismo. Goya lo había advertido: el sueño de la razón produce monstruos.

“En la materia prima de Frankenstein se combinan fundamentalmente dos fuerzas: primero, y en general, lo sobrenatural y lo horrendo; segundo, y en particular, la propuesta científica”, señala Muriel Spark (1997, p. 202). La fascinación por el galvanismo y los experimentos con la electricidad, así como la pregunta por el origen y los fundamentos de la vida, eran los temas de actualidad que circulaban en los discursos de la época. Shelley misma señala haber escuchado una conversación al respecto entre su marido y Lord Byron.

Víctor Frankenstein pretende traspasar los límites hasta los que ha llegado la ciencia de la época, y en ese anhelo vuelca todo su esfuerzo: la creación de vida a partir de la materia inanimada, ambición relacionada con el espíritu de los escritos de los alquimistas, primera bibliografía en la educación de Víctor, que deja en él una marca imborrable. ¿Cuál debe ser la ética del científico? Las palabras de Víctor Frankenstein al capitán Walton son una advertencia: nada bueno puede surgir de la enajenación y la sed de conocimiento desmedidas, si nos apartan de todo concepto de empatía, otro de los términos fundamentales para esta obra.

La historia de Frankenstein ha sido motivo de muchas interpretaciones, ya que están presentes los registros propios de la narración científica, del relato de viajes y de la novela de terror, todos al servicio de una trama central que plantea problemas universales, como son la creación de vida y las consecuencias que tiene y ha tenido a lo largo de la historia el uso de los avances científicos, desde el punto de vista técnico, religioso o moral. Uno de los temas principales de la novela es la bondad natural del hombre y los efectos perniciosos que la sociedad puede producir en ella. Este mismo tema, reflejado en la reacción agresiva de la criatura ante el rechazo que sufre, enlaza con otro gran tema: el enfrentamiento del ser humano contra su creador. Como temas secundarios, aparecen también el potencial ilimitado de la voluntad humana, que permite a Víctor lograr su objetivo, incluso en contra de todas las previsiones; la importancia de la familia y los amigos para el desarrollo de la personalidad; la soberbia del hombre que lo lleva a querer competir incluso con la propia naturaleza; y el poder de convicción de la palabra, que aunque no permite al monstruo ganarse el afecto de sus vecinos, sí lo lleva a convencer a Víctor, al menos momentáneamente, de que le fabrique una compañera que ponga remedio a su soledad.

La naturaleza romántica

La acción de Frankenstein transcurre en diversos escenarios: Ginebra, Alemania, Gran Bretaña y el Polo Norte. En todos ellos, la autora se prodiga en descripciones de paisajes naturales. Estos paisajes cobran un protagonismo esencial en el libro, ya que, como buena romántica, Mary W. Shelley hace referencia constantemente a la relación indisoluble que existe entre la naturaleza y los estados de ánimo de los personajes, los cuales pueden llegar a sentirse felices en medio de la mayor de las desgracias al contemplar la vida que renace en el bosque en primavera o anhelar la muerte con más fuerza que nunca ante la contemplación de una devastadora tormenta. Tanto el doctor Frankenstein como su criatura son especialmente sensibles a la observación del paisaje, y la autora elige deliberadamente entornos familiares que puede describir pródigamente: los Alpes y, en concreto, el Mont Blanc fueron lugares míticos para la generación de autores románticos ingleses, posiblemente por el contraste que suponían con su propio entorno.

¿Quién es el verdadero monstruo?

Uno de los aspectos centrales de Frankenstein es el tratamiento que se da al monstruo o, mejor dicho, a la criatura, como lo llama la autora. Sin duda, Mary Shelley no tenía la intención de presentar un ser abominable, sino más bien un ser desgraciado y débil que es incapaz de afrontar la injusticia humana. Víctor es un padre que abandona a su hijo, porque no puede asumir la extrema fealdad de ese hijo construido, diseñado en un laboratorio con partes de cadáveres unidas, y animadas por una chispa de vida.

“¿Seguiría siendo un monstruo si fuera bello?”, se pregunta Harold Bloom (1987, p. 7). Si este monstruo rousseauniano, que era bueno pero se vio obligado a hacer el mal ante el rechazo social, como él mismo postula, hubiera sido bueno y bello, ¿sería entonces un superhombre?, ¿hubiera sido reverenciado como un dios? El tema de la fealdad es crucial en el abandono de la criatura por parte de su creador, en el horror que este siente por aquel y en su soledad: cada vez que la criatura se expone a los ojos de alguien, desata una reacción de pánico inmediato y, peor aun, de violencia. Solo un ciego se salva frente a esa visión irresistible.

No hay que olvidar lo que aquí ocurre: Víctor, al igual que el viejo marinero de Coleridge, que atraviesa con su omnipresencia toda la novela, comete un crimen contra la humanidad. Un crimen imperdonable: el del abandono. Un acto gratuito y de todo punto de vista cobarde, como la propia Mary Shelley no deja de hacernos notar cuando hace hablar, en esa magistral segunda parte, al monstruo que nos cuenta su historia.

A pesar de su origen y de su espantoso aspecto, la criatura creada por el Doctor Frankenstein tiene atributos indiscutiblemente humanos; representa “la barbarie civilizada” (Cross, 2013): aprende a hablar y lee literatura (Goethe, Milton, Rousseau), es capaz de emocionarse con la música o una puesta de sol, pero no le tiembla el pulso cuando tiene que estrangular a un niño. Se convence a sí mismo de que mata debido a su soledad y encuentra una justificación discursiva para sus crímenes: son por venganza, por resentimiento y dolor, al haber sido abandonado y despreciado. Como todo héroe romántico, el monstruo también quiere algo: una compañera, alguien como él para compartir sus días. El miedo de la criatura es el de todo ser humano: el miedo a la soledad.

Foto: Lucía Alemandi

Trabajos citados: Bloom, H. (comp.) (1987). Mary Shelley’s Frankenstein. New York: Chelsea House Publishers. | Cross, E. (2013). La mujer que escribió Frankenstein. Buenos Aires: Emecé. | Spark, M. (1997). Mary Shelley. Barcelona: Lúmen. |

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