RESENTIDAS, POR CARLOS ANDRÉS ÁLVAREZ

por El Cocodrilo

La extraña dama
Javier Roldán
Patronus ediciones
2024 |

I can have it all now I’m dancing for my life
Take your passion
And make it happen
Irene Clara – What a Feeling

Eran otras épocas, claro. Cuando mis abuelos se mudaron a Buenos Aires tomaron la decisión de viajar solamente con uno de sus hijos, mi padrillo. A mi tía la dejaron en Mendoza, en medio del campo de lo que hoy es Maipú, bajo la crianza de una de las tantas hermanas de mi abuela. El hijo varón tenía que hacerse hombre en las calles de ciudad, la niña (apenas un año menor que él) tenía que quedarse regando plantas, alimentando chanchos, lavando ropa a mano en un fuentón… Por eso para mí es tan raro pensar que cuando era un niño, el hombre que me engendró tuvo la idea de mandarme cada verano a la casa de su hermana. Digo, si esperaba convertirme en un macho no lo logró, pero ¿qué esperaba? Susana, mi tía, era (quizás aún hoy lo es) fanática de las telenovelas no-argentinas. Junto a ella vi novelones como “Rubí”, “Pasión de Gavilanes”, “Doña Bárbara”, historias de mujeres aguerridas, aceradas, un poco resentidas. Por supuesto que además de puto, salí resentido. Esas telenovelas fueron parte primordial de mi educación sentimental, a pesar del cliché de esta frase. Cada tarde, junto a mi tía Su, vi a esas mujeres descaradas, ambiciosas, pícaras… soñaba con tener ese carácter duro, soberbio. Un carácter que ya había observado en otras mujeres: Lara Croft, Gatúbela, Kim Possible, pero estas chicas vivían en mundos de acción. Las chicas de las telenovelas movieron algo diferente en mí, la necesidad del drama (que Dios se encargó de dosificar, entiendo, por la urgencia de mi pedido), el lamento desmedido, la sed de venganza.

Por todo esto me emociona tanto la lectura de La extraña dama del maestro Javier Roldán. Hay una doble identificación, leo y me identifico con la voz poética, pero también lo hago con las mujeres de la ficción que evoca: Scarlett O’Hara, Ryan Stone, Gina Falcone y Alexandra Owens. El último poema del libro, “Desde tu partida”, construye una escena íntima que reconozco como propia. El enunciador, abandonado por sus padres, pasa las tardes junto a su abuela viendo telenovelas. Esa ceremonia diaria es la herencia más preciada que tiene y comprende ahora que es un hombre. Él recuerda el trono de su abuela y la carrera apurada después de la escuela para sentarse junto a ella. Leo y releo este poema con piel de gallina: recuerdo a mi tía Susana saliendo transpirada todos los mediodías de su taller metalúrgico, la veo sirviéndose un vaso de Gancia con Sprite y prendiendo la tele para que, juntos, veamos a Bárbara Guaimarán vengarse de sus violadores. La voz poética dice “[…] todavía imagino algunas noches que soy Gina Falcone / y que soy una dama extraña y elegante / pero que tiene algo raro en su mirada”, entonces no puedo evitar pensar en la relevancia de estas mujeres en las vidas de los niños putos reprimidos como yo, como la voz poética. Mujeres como su abuela, mi tía, que nos permitieron compartir ese ritual casi secreto o prohibido para cualquier varoncito heterosexual. Mujeres como Rubí Pérez Ochoa o Scarlett O’Hara, dispuestas a todo con tal de medrar en la sociedad. Porque también eso es importante, como mencioné, casi todas estas mujeres eran resentidas (¿y cómo no?), los niños maricones reprimidos también lo éramos (somos): ¿Cuánto nos negaron?, ¿cuánto nos humillaron o golpearon?, ¿cuánto nos aislaron o miraron de costado? Yo a veces también creo que soy una matrona colombiana que con su fusta golpea a los que me hicieron sufrir.

Es la ceremonia habitual con su abuela lo que le permite después a la voz poética mirar con otros ojos las películas de Hollywood. Se apropia de ellas y en los poemas es capaz de solapar esas ficciones norteamericanas costosísimas con su realidad tan austera. Dice la poeta tucumana, Delfina Terán Cossio, en el prólogo de la reedición de este libro: “La máscara es un ejercicio que nos permite a los poetas adentrarnos en una piel ajena y experimentar la vida desde esa perspectiva, lo que nos lleva a pensarnos a nosotros mismos también.”. Javier Roldán se viste de estas mujeres, les pide prestada la voz, para confesar, para enunciar desde otro lugar. Ocurrió algo al terminar la lectura: necesitaba más. Por eso, corrí a ver las cuatro (eternas e insuficientes) horas que dura Lo que el viento se llevó para ampliar de significados la obra. Porque si bien los poemas se sostienen por sí solos, Roldán realiza un juego muy particular con estas máscaras, con estos solapamientos: se permite entrar y salir varias veces de la máscara, haciendo que realidad y ficción se fusionen en una nueva película, la que tiene a la voz poética disfrazada de Scarlett, Alex o de la Doctora Ryan en el espacio. Por ese motivo, el verosímil de los poemas parece más una confesión de la realidad habitable que la reescritura o revisión de un film. Y quizás fue obvio para mí por ser trolo, pero realmente espero que el lector de La extraña dama sea capaz de revisitar esa película y ver con los ojos de la voz poética. No quedarse con el melodrama caprichoso (casi inaguantable de Scarlett), ir más allá. Entender que esa mujer es una heroína para el puto, ella, que luego de viajar kilómetros en una carreta, jura con Dios como testigo que nunca más será pisoteada, nunca más será humillada: el resentimiento y las ganas de renacer. Entender que Ashley Wilkes es un patán por no tener el coraje de confesar lo que realmente siente y que Rhett Butler fue un (lamentable) daño colateral de la ambición personal. La voz de este poemario se enmascara también en objetos específicos que son testigos de los personajes: la casa de Tara, los zapatos del capitán, un jarrón que vuela por el impulso de la violencia, una puerta que reflexiona sobre el amor, objetos testigos como muchos de nosotros que observamos el amor heterosexual con envidia y cierto rencor. En la contratapa de esta reedición, Guido Sanz dice: “Las heroínas del cine y la televisión son modelos, recipientes, máscaras para el yo, pero también representan la posibilidad de escribir un relato propio, de tramar memorias […]”. Imaginemos, entonces, la posibilidad de reemplazar a esas mujeres a través de la escritura poética. Soñar con ser ellas y, como me pasó a mí, sentir que somos ellas, en simultáneo identificarnos con ese jarrón harto de observar que se estrella contra un cuadro. Cada poema refiere a un evento de los films, pero siempre dice algo más. Algo más, por otro lado, por fuera de lo mero anecdótico. Pesa cada palabra, como si la voz poética hubiera visto cientos de veces estos films hasta adueñarse de ellos. Concluyo que más que máscara, la soltura de estos poemas se asimila a la piel de un camaleón. Es realmente la astronauta Stone la que se despide una pareja, es realmente la casa la que cuestiona a su dueña sobre sus deseos insatisfechos, sobre su soledad y arrogancia, es Rhett confesando que deben separarse para seguir destinos distanciados.

Y también es Alex Owens observando a su madre bailar y sintiéndose un reflejo de ella. ¿Quién no lloró con esa escena final, cuando Alexandra impresiona al jurado académico con sus saltos tan, pero tan arriesgados? ¿Acaso no todos vimos un arcoiris cuando ella corre feliz a los brazos de su amado, mientras Irene Clara canta? ¿Qué marika no sonríe con lágrimas gritando “What a Feeling”? “Donde la bailarina se convierte en el baile mismo” es mi poema favorito. Más reminiscencias, no solo a lo queer y esos rencores de ver a los hombres con deseo; la voz poética, en todo el poemario, pero sobre todo en este poema en particular, habla del resentimiento de clase. “Nacer mujer es el mayor castigo”, dice Amelia, personaje de La casa de Bernarda Alba. Agregaría: y pobre. Amo a Emma Bovary como amo a esta evocación de Alexandra Owens en el poema de Javier. Sucede que me es imposible no ver a mi madre, a mis abuelas, a mis tías… a mí misma, luchando constantemente contra el qué dirán mientras que las otras, las de más dinero, hacen lo que quieren sin remordimiento. Vuelvo a mi tía Susana, que de niña fue exiliada por sus propios padres siguiendo un mandato, y ella se rebeló contra esa mierda y no lavó a mano nada, y no regó ni una puta planta, y como Alex se puso a trabajar con chapas y maquinarias. “[…] comenzaste la pelea de tu vida / bailando durante varios años / en la zona peligrosa”, dice Javier, en ese poema tan bello que habla del desamor y de tantas otras cosas que siguen interpelándome. Una madre se va y a la voz poética le toca bailar sola por sus sueños. ¡Qué imagen poderosa! La lucha contra el mundo en busca de nuestros sueños como si fuera un baile. ¿Qué puto no se siente, al menos por una vez en su vida, bajo la luz de un reflector cantando (quién sabe) una de Barbra Streisand o Valeria Lynch?

Por momentos creo que hice esta reseña como excusa para hablar de mí mismo, pero ¿acaso eso no habla bien de La extraña dama? Los poemas de este libro revolvieron lo que había en mí. A través de esta lectura pude re-explorar esos recuerdos que creía sepultados. Pude mirar mi historia personal desde otro lugar, uno menos melodramático porque eso es justamente lo que hace el poeta en su libro: trastocar/reformular al melodrama. La voz poética, al igual que las heroínas que evoca, tiene absolutamente todo para sufrir y llorar a moco tendido, pero ellas, él, ellael, mutan esa tristeza. Los dolores devienen en un resentimiento que es éxito o fortuna en potencia.

Quiero terminar este texto realizando una infidencia. Fui a la presentación de la reedición de La extraña dama, libro que, según Gabriela Borrelli Azara, ya es un clásico. Durante toda la presentación, vi los ojos de Javier llenos de lágrimas contenidas. “Este choto se hace el insensible”, pensé. Pero claro, ese gesto es propio de las chicas que nos gustan. Yo también contuve las lágrimas, porque si Javier Roldán es Scarlett O’Hara, yo soy Doña Bárbara. “ahora comprendo, mamá / que somos flores que nacen de ese surco / y que cuando nos olvidamos de nuestros sueños / morimos”, dice Javier, en mi poema favorito y Gabi Borrelli dijo algo así como: admiro a Javier por su compromiso con el futuro, con los próximos poetas.

Maestro, le pido que suelte esas lágrimas así yo puedo llorar con usted. Ojalá que esta reedición hermosa sea un sueño cumplido y ojalá que queden más por cumplir. Yo les aseguro que este libro, que la voz de Javier Roldán, son suficiente motor para que sigamos bailando por nuestros sueños. Tomen sus pasiones. Hagan que sucedan.

agosto 2024 | Revista El Cocodrilo

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