RUSOS DE PUTIN, DE HINDE POMERANIEC, POR MANUEL QUARANTA

por El Cocodrilo

Rusos de Putin
Hinde Pomeraniec
Ariel
2019 |

Las almas más puras están siempre e inevitablemente abocadas a la duda. El mundo está dominado por hombres de escasas luces convencidos firmemente de su razón. Las naturalezas superiores no dirigen los Estados, no toman grandes decisiones.
“Así que no son tan mala gente, después de todo –pensaba Shtrum–. En cada hombre hay algo humano”. Por supuesto, en lo más íntimo, comprendía que todos estos cambios en conjunto no cambiaban nada. No era un estúpido y tampoco un cínico; sabía utilizar el cerebro.
Vasili Grossman (Vida y Destino)

Los Rusos de Putin lo concita todo: intriga, romance, crímenes y nostalgia. Por eso el lector, a medida que se introduce en la historia, queda atrapado en una saga de episodios destinados a dejarlo sin aliento. Ese fervor permanente lo suscita Hinde Pomeraniec porque, además de escribir una crónica extraordinaria sobre las vicisitudes del poder en Rusia, se planta en la ficción, o al menos utiliza ciertos procedimientos ficcionales, como si en el caso específico de Putin los límites entre novela y crónica fueran más bien difusos o necesitara tensionarlos para acerarse mejor al personaje.

Lo anuncia la autora en el prólogo, “Mis rusos” (posesivo en el que resuena un pasado inmaterial y certero, como quien dice, mis padres, mis abuelos, mis orígenes, mi herencia): “Me seduce el periodismo que cruza géneros, con atrevimiento, pero sin faltarles el respeto ni a los hechos ni a los lectores”. Es en esa cruza de géneros, en ese cruce de tradiciones que Pomeraniec forja su arte de narrar:

Grupos de jóvenes bajan desde la costanera a pasear sobre esta pista al infinito de la mañana helada. Se divierten en su universo blanco; destacan colores de sus abrigos y gorros, y los ligeros movimientos de sus brazos. Es tan amplio el escenario, tan descomunal el espacio compartido que nos vemos unos a otros como ínfimas figuras móviles entre los elementos. La religiosidad impregna el lugar; es un imán hacia las preguntas últimas. No son sólo las iglesias o los templos; también los edificios, las calles, cualquier construcción en esta tierra lamida por el agua y el cruce del mar con el infinito obligan a pensar en las propias limitaciones, en la propia finitud.

Sin duda se percibe el intento de construir una voz, un estilo personal, especialmente en los pasajes donde prevalecen (como en el anterior), por sobre el retrato de Putin, las impresiones y experiencias de la escritora. Distinguimos entonces la convivencia (y connivencia) de dos registros, uno informativo y otro íntimo, que a veces en justa medida, y otras veces invadiéndose, van construyendo un horizonte histórico suspendido entre la biografía y lo autobiográfico.

Es cierto que por momentos Hinde Pomeraniec parece obstinada en develar el misterio Putin, y Putin (“el señor de los ojos de hielo”) se le resiste. Sin embargo, esa resistencia es una de las fortalezas del libro. El investigador (detective) incapaz de agotar (atrapar) al personaje investigado, pero no por una falencia, una falla en el método, sino porque su propia investigación le otorga tal densidad al personaje, que cualquier aproximación termina desbordándolo.

Otra particularidad del libro consiste en que los capítulos combinan textos pertenecientes a dos temporalidades. Pomeraniec publicó en 2008 Rusos. Postales de la era de Putin y once años después reproduce algunas de las entradas en Rusos de Putin, inmediatamente antes de las escritas en 2019, procedimiento que genera un sutil desdoblamiento, como si el lector viviera, a pesar de las continuidades estilísticas, dos libros diferentes, dos Rusias distintas, aunque con un personaje común, que, a su vez deviene múltiple.

En su calidad de ensayo de política internacional (recordemos que la autora condujo de 2005 a 2009 Visión 7 internacional en la TV Pública) el libro expone al detalle las complejas relaciones geopolíticas rusas, con decisiones difíciles de comprender incluso para quienes le han dedicado su vida a estos temas.  

Con respecto al título tiendo mentalmente a quitarle la r a Rusos de Putin y pensar así en el uso discrecional que hacen los enemigos del icónico mandatario, la utilización más conveniente, en general para denostarlo, desde los países centrales de Europa hasta los Estados Unidos (párrafo aparte para China). Pero al mismo tiempo, considero la resuelta adopción de Putin operada por gobiernos progresistas cuando ven en el premier la punta de lanza para combatir el imperialismo norteamericano. Son precisamente los diversos usos del nombre, incómodos según el caso, los que enriquecen la figura y le imprimen al hombre un carácter poliédrico.

En Rusos de Putin se repasan acontecimientos de la vida privada del presidente ruso, junto a sus acciones políticas o cuasi mafiosas, desde envenenamientos y asesinatos a plena luz del día, hasta la anexión de Crimea, pasando por la guerra con Chechenia, las persecuciones a homosexuales y la censura a la prensa. Dicho esto, es imprescindible aclarar que la aguda mirada de Pomeraniec deja siempre un resquicio para el equívoco y la ambigüedad, cada vez que está por condenarlo de manera definitiva, introduce algún reparo, algún matiz, alguna reticencia. Hay fascinación y desprecio en ella, admiración y terror, y significativamente, en varios pasajes, las sensaciones encontradas son producto de las mismas circunstancias. Surge así una pregunta: ¿cómo puede ser capaz? Una pregunta que le cabe tanto a un temible asesino serial como a un maestro en la ejecución del piano.

Cerca del final del libro, aparece una reflexión notable de Svetlana Alexievich, la escritora bielorrusa ganadora del premio Nobel, que podría funcionar como respuesta para el interrogante: “Hay un Putin colectivo que consiste en millones de personas que no quieren ser humilladas por Occidente. Hay una pequeña parte de Putin en cada uno de ellos”.

Diez páginas antes, Pomeraniec confirmaba, refiriéndose a una cuestión personal, la idea de que nunca nadie es uno, de que todos somos gracias a los otros (en el peor y en el mejor de los sentidos): “Esta noche me persigue la literatura rusa y no puedo evitar pensar en las deudas de mi propia madre, las que pagué siempre y las que seguí pagando aún varios meses después de su muerte”.

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noviembre 2021 | Revista El Cocodrilo

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