Nuestra forma del tiempo es el pasado. El pasado es la región de las sombras. Muraña, Paredes, los Iberra están en el pasado. Ello quiere decir, en primer lugar, que están muertos. No que murieron, lo cual es un hecho, sino que están muertos, que están en la muerte ahora, que la muerte está viva en ellos, que su muerte está viva en nosotros. Pero ese ‘ahora’ no es presente. Ahora es el todavía de ayer. Por eso un poema empieza diciendo:
¿Dónde estarán? pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún, y el Todavía.
El pasado es esa región, es la región de las sombras. La sombra es el modo de ser de lo que ya no es. Si en el mundo, bajo el sol, la sombra es lo que mide el transcurso del día entre los dos crepúsculos, si es lo que el cuerpo deja caer hasta que él mismo cae y ya no hace sombra, en esa región la sombra es lo que queda de aquél que ya no queda. La sombra es el residuo del hombre que fue; ella es, pero es el es de un fue. En su sombra, Muraña es el que fue. La sombra no sólo dice que Muraña fue, dice que ese fue es. La sombra es el ser de aquél que fue, su verdad y su esencia, su cifra. En esa región que es el pasado, abstraído en su sombra, Muraña es el que es, es decir, el que siempre fue. Como se ha dicho, la sombra no tiene envés, no oculta ni disimula nada, no permite diversos puntos de vista, no se ofrece al desciframiento. Cifra, ella es no tanto el enigma como la abreviatura, el lema y el emblema del muerto. En su sombra, el hombre está reducido a sí mismo, es decir, se encuentra despojado de todo lo que le era accidental, desde las circunstancias fácticas hasta las motivaciones psicológicas –despojado de espacio, tiempo y causalidad, como se dice en filosofía. O mejor dicho, en la sombra lo que parecía circunstancial se hace íntimo, lo que resultaba casual se revela irreparable. Una cosa son los hechos: Jacinto Chiclana es asesinado en una esquina del barrio de Balvanera, Juan Iberra mata a su hermano el Ñato en el Camino de las Tropas, Nicanor Paredes enfila para el atrio una tarde de elecciones allá por el ochocientos noventa, Juan Muraña pisa su sombra en una calle de Palermo. (A veces también las sombras son hechos). Pero al poema no le importan los hechos, le importan las sombras. La sombra es algo distinto a ese accidente de la luz, ese adjetivo del cuerpo a los que a veces se la limita. La sombra no es la sombra del compadrito, es el compadrito el que empieza por ser una sombra. A través de los años, más allá del tiempo y de la muerte, el poeta ve ‘las sombras vanas’ compadreando en la recova del Paseo de Julio; ve ‘el choque de hombres o sombras’ bajo el farol amarillo; ve en los oscuros callejones del otro mundo ‘la dura sombra de aquél que era una sombra oscura’ en los callejones de Palermo, Muraña. El poeta ve las sombras. No la sombra de lo que fue, de lo que fueron los compadritos sino las sombras que ellos fueron, los ve a ellos, que hoy son esas mismas sombras. La alegoría dice, le hace decir a la sombra: eso fue. La sombra no es, y todo lo que es es sombra, pura vanidad. Todo pasa y no hace más que pasar, como pasa la sombra, oscura y callada, sin dejar huella en el empedrado. Así pasaron también los compadritos, esa infame gente de las orillas. Si sus vidas sombrías se delatan, por un momento, a la luz de la justicia y del periodismo, lo hacen desbaratándose en hechos de matones, asesinos o rufianes. De los compadritos, en efecto, no queda, allí, nada. O tal vez mejor, allí el compadrito no ha sido visto todavía, nadie ha visto que el compadrito era una sombra, nadie ha visto la sombra del compadrito. Para ello era preciso abstraer los hechos de sus causas y sus motivaciones, sus accidentes y circunstancias, es decir, no ver los hechos sino la Idea, el Gesto, el puro acontecimiento en el hecho –el mero Acuchillarse.
¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?
El gesto es como la sombra del acto, es el acto sin actualidad, sin conciencia, sin razón, y por eso fatal, ni contingente ni necesario, pero irreparable. Acuchillarse es un gesto, pero también silbar es un gesto. En cuanto gesto, nada es accidental para la sombra. El gesto no es el accidente de una substancia sino el modo de ser de una singularidad que no es ni individual ni genérica (Juan Muraña o el Compadrito). Una sombra es una constelación de gestos. Por eso es preciso corregir algo que se dijo antes. La sombra, o más bien la visión de la sombra no hace abstracción de las circunstancias, pero en ella la circunstancia se revela definitiva. Alejo Albornoz no silba simplemente una milonga entrerriana, es aquél que silba, para siempre, una milonga entrerriana. Thames y Triunvirato sigue siendo una esquina cualquiera, pero un día una sombra la convierte en destino, pues esa sombra será para siempre, habrá sido para siempre la que muere de un balazo en Thames y Triunvirato. Es lo mismo que decir que mientras los seres y las cosas del mundo se perciben en un espacio y en un tiempo, las sombras se ven con espacio y tiempo. La sombra no está en el mundo, es el mundo el que está en la sombra. En cada sombra están el mundo entero y la historia universal. Quien ve la sombra, quien ve la cosa en cuanto sombra, la ve, como se dice en filosofía, sub specie aeternitatis, bajo la especie de la eternidad. Así la ve el poema.
No lo vi rígido y muerto
ni siquiera lo vi enfermo;
lo veo con paso firme
pisar su feudo, Palermo.
Ver no quiere decir recordar o imaginar, pero ver tampoco es percibir, si percibir es percibir un objeto presente, un hecho actual. Uno puede haber presenciado los hechos y recordarlos ahora, puede conocerlos de mentas e imaginarlos a partir de esos cuentos. Paredes vivió toda su vida en Palermo, tuvo algún asunto en unas elecciones, le gustaba tocar la guitarra, hasta que un día se enfermó y otro se murió. Los hechos pasaron allá por el ’90 y ahora están en el pasado, son ahora un presente que pasó. Pero la sombra empieza por pasar, ella es el pasado que pasa, el paso mismo del pasado. La sombra dice que el pasado no pasó, que tal vez no pasó jamás, pero no deja de pasar hoy como pasado, es decir, como lo que solamente pasa. (La sombra, la más inconstante de todas las cosas, es la constante sombra que sobrevive al hombre). Al hombre lo vi o no lo vi, pero a la sombra la veo. Ciertamente, ella no está ahí delante, no la veo como a un objeto presente, no la veo en presente, en el presente. La veo, si puede decirse,
En un instante que hoy emerge aislado,
Sin antes ni después, contra el olvido,
Y que tiene el sabor de lo perdido,
De lo perdido y lo recuperado.
El instante es eterno, pero no es presente. No es, por ejemplo, el presente de la representación del pasado, que se apropia del pasado como presente, es decir, teniéndolo a distancia como pasado, sin que el pasado lo toque. El pasado no está antes del instante ni el futuro después. Sin antes ni después, el instante es el momento insostenible en el que el pasado es el pasado que fue y el presente ya el pasado que será. Por eso el vidente se ve también como una sombra, como la misma sombra que está viendo, pues es la sombra la que ve. A esto el poeta lo llama ‘sentirse en muerte’, es decir, sentirse muerto y eterno en la muerte, saberse sombra. Entonces uno no sólo sabe que todo está perdido, es decir, que todo es sombra, sino también que nada está perdido, porque lo perdido es eterno, porque sólo es nuestro lo que perdimos.
Una de las experiencia primeras, elementales, que nos hace sentir que el pasado es presente, que el presente es pasado, sentir que lo que sucede ya había sucedido y por lo tanto sucede como habiendo sucedido, es decir, que nos hace sentir la sombra y sentirnos sombras, es la audición de la música, de cierta música al menos, ésa que reconocemos propia. Esa música es el tango. Muertos, los compadritos viven en el tango.
Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de la daga silenciosa.
Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.
El contenido del tango es la sombra. El tango trae las sombras del pasado, trae el pasado con la sombra. Pero el tango tiene también la forma del pasado. Si ayer es hoy, hoy no es hoy, hoy es el todavía y siempre de ayer. El tango es pasado y sólo pasado. Por eso lo reconocemos, aun antes de haberlo conocido, sin conocerlo siquiera. Por eso lo escuchamos como habiéndolo escuchado antes. El tango se escucha en pasado, en el pasado, un pasado que tal vez no conocimos pero que nos es más íntimo que cualquier presente.
Gira en el hueco la amarilla rueda
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda
El tango nos llega como el eco de sí mismo, es decir, como sombra. Y como sombras lo escuchamos.* Escuchamos el pasado, somos el pasado escuchándose a sí mismo, contra el olvido.
* En su interpretación de la milonga que lleva por título “Bettinoti”, de Homero Manzi y Sebastián Piana, después de la estrofa que dice ‘Y al agitar en la noche/sombras que el tiempo llevó,/van surgiendo del olvido/las mentas del payador’, Ignacio Corsini tararea “Pobre mi madre querida” sustrayendo algunas sílabas como si la melodía nos llegara desde muy lejos y se la llevara el viento. Se dirá que al final la tararea completa, sin ningún efecto. Pero es que entonces ya estamos nosotros en el pasado, seguramente junto a Betinotti que la toca a nuestro lado. Borges lo ha dicho en un párrafo cuyo falso orientalismo no disimula la entonación: ‘La tarde era íntima, infinita. El camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas. Una música aguda y como silábica se aproximaba y se alejaba en el vaivén del viento, empañada de hojas y de distancia’.
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Sergio Cueto es profesor de Literatura Contemporánea en la Facultad de Humanidades y Artes (UNR) e investigador en el Consejo de Investigaciones de la UNR. Entre sus publicaciones se cuentan Seis estudios girrianos (1993), John Donne: Poesía sacra (Versión y estudio) (1996), Maurice Blanchot. El ejercicio de la paciencia (1997), Versiones del humor (1999), Tres estudios (Dante, Baudelaire, Eliot) (2001), Otras versiones del humor (2008), Kafka. Una construcción (2009), Cinco retratos (2010), Intimidad de las cosas (2018) y La música de la representación (2022).
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octubre 2024 | Revista El Cocodrilo