Corría el año 360 a.C. cuando un sexagenario Platón se dio a la escritura de su diálogo más célebre Timeo, que, junto con Critias, deben su fama, no al contenido filosófico, sino a la narración del mito de la Atlántida. Se trata de una isla de gran tamaño en el mar Atlántico frente a las columnas de Hércules, donde tuvo lugar una avanzada civilización pretérita. Tras construir un imperio, que abarcaba el mar interior hasta los límites de Libia, junto a Egipto, por el sur y el centro de Italia, por el norte, los atlantes invadieron Grecia. La única ciudad capaz de plantar cara y derrotarlos fue Atenas. Sin embargo, tanto los vencedores como la isla de Atlántida desaparecieron bajo el mar, consecuencia de violentos cataclismos y seísmos acaecidos durante un día y su noche.
Para los hombres y mujeres de la antigüedad grecolatina el relato de Platón fue, desde un principio, considerado ficticio o no real. Para los modernos, en cambio, la historicidad de la Atlántida fue siempre una posibilidad. Los conquistadores españoles creyeron encontrarla en el Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón. En 1627 Francis Bacón afirma, en La Nueva Atlántida, que la isla estaba al oeste de Perú. Mientras que el jesuita Atanasio Kircher la ubicó en el centro del Océano que lleva su nombre. La “cuestión atlántica” estaba definitivamente instalada para mediados del siglo XVIII. Sus ejes eran dos, demostrar que existió y localizar su ubicación1. Desde las Islas Canarias hasta las estepas de Siberia los buscadores de la Atlántida han procurado hallarla.
En Entre Ríos el mito platónico tuvo una recepción particular. En el s. XIX el poeta, periodista y político Olegario Víctor Andrade, egresado del Colegio de Concepción del Uruguay, le dedicó un poema en que la Atlántida se asimila a la raza iberoamericana. Escribía, el que fue Secretario personal del Presidente Derqui, en los días en que Paraná era capital nacional, versos como estos:
Siglos pasaron sobre el mundo, y siglos
guardaron el secreto!
Lo presintió Platón cuando sentado
en las rocas de Egina contemplaba
las sombras que en silencio descendían
a posarse en las cumbres del Himeto;
y el misterioso diálogo entablaba
con las olas inquietas
que a sus pies se arrastraban y gemían!
Adivinó su nombre, hija postrera
del tiempo, destinada
a celebrar las bodas del futuro
en sus campos de eterna primavera,
y la llamó la Atlántida soñada!
En la pluma de Andrade el mito se trasmuta de leyenda a profecía. Platón afirma que la historia se la contó Critias El Joven que a su vez la escuchó de su abuelo Critias el Viejo, que se la oyó decir a Solón El Legislador, que la recibió de los sacerdotes egipcios de Sais. Pero Andrade nos cuenta que fueron las “olas inquietas” quienes dieron la noticia de una tierra soñada. La Atlántida se ubica, temporalmente, en el futuro, no en el pasado, y, geográficamente, en América del Sur. Es Sudamérica la tierra destinada a fundar, en su calidad de heredera de la raza latina e ibérica, una nueva y gloriosa nación.
Atlántida encantada
que Platón presintió! promesa de oro
del porvenir humano. — Reservado
a la raza fecunda,
cuyo seno engendró para la historia
los Césares del genio y de la espada, —
aquí va a realizar lo que no pudo
del mundo antiguo en los escombros yertos,
la más bella visión de sus visiones!
¡Al himno colosal de los desiertos
la eterna comunión de las naciones!
¡Es esta! Exclama Andrade. Es esta, nuestra sudamericana patria, la “bella visión” de Platón. Aquí, y no en otro lugar, se erige la eterna isla buscada.
No fue Andrade, empero, el único entre los entrerrianos que creyó encontrar la Atlántida. Ya entrado el siglo XX un docente de historia, del Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Paraná, se topó con la mítica isla casi de casualidad, y dedicó a ella el último cuarto de su vida. Aunque nació en Nueva Helvecia, República Oriental del Uruguay, desde que se radicó en Paraná, allá por 1931, el Profesor Juan Carlos Federico Wirth fue un personaje asiduo entre los círculos académicos y culturales de la ciudad. Era profesor de Historia de Grecia y como tal había escrito un par de artículos, sobre el arte cretense, que acabaron por ser traducidos al griego moderno por un rumano enamorado de la Argentina2. Ese antecedente fue suficiente para que el gobierno de Grecia le diera una beca para ir a visitar yacimientos arqueológicos en el país balcánico. Allí lo esperaba otro hombre, al que Wirth no conocía, y que como “olas inquietas” ansiaba narrarle sobre su feliz descubrimiento. Allí lo esperaba Spyridon Marinatos.
Oriundo de la isla griega de Cefalonia Marinatos estudió arqueología en las universidades de Atenas, Berlín y Halle. Fue director del Museo de Heraclión, en Creta, donde conoció al célebre Sir Arthur Evans, el arqueólogo que excavó Knossos, el palacio del Rey Minos. Luego dirigió diversos yacimientos en la isla de Creta, hasta que la fama le alcanzó cuando obtuvo, en 1967, permiso para excavar el yacimiento de Akrotiri en la isla de Santorini, que los antiguos llamaban Tera. Creía que en la erupción volcánica, acontecida en el segundo milenio antes de Cristo, y que hundió una parte de la isla de Tera provocando a su vez un tsunami que alcanzó las costas de Creta, estaba la clave para dar con el mito de la Atlántida. Si había algo de historicidad en el relato de Platón, había que buscar, pensaba Marinatos, en la Grecia pre-helénica. En la Civilización que tuvo lugar en Creta y que se conoce como Minoica. La desaparición de esa sociedad producto del cataclismo causado por el volcán de Tera pervivió en el recuerdo de los griegos en forma de leyenda hasta dar lugar al mito de la Atlántida3. Esa era, en síntesis, la tesis de Marinatos, reforzada por el descubrimiento de que la cultura que habitaba en Akrotiri era semejante a la de Creta.
Cuando el paranaense llegó a Santorini, en septiembre de 1970, se encontró con el afamado arqueólogo. Los pormenores de ese encuentro son relatados por el propio Wirth en un libro posterior: “Desde lejos le vi venir a mí, con su gorra blanca encasquetada, su recia figura de mediana estatura, de movimientos ágiles y elásticos, a pesar de su corpulencia y de sus largos setenta años, y nos entendimos muy bien en alemán como que Marinatos había estudiado durante varios años en Alemania. Después de un cambio de impresiones y la justificación del motivo de mi presencia, mi pasión por la prehistoria griega, mis modestas publicaciones sobre el tema, mi calidad de entusiasta profesor de Historia de Grecia en un país tan distante como la Argentina…”4 escribe.
Por esos días de 1970 Marinatos y su equipo acababan de hallar una habitación que contenía un fresco de unos catorce metros de superficie representando un solo motivo que el griego bautizó “la llegada de la Primavera”. No dudó en mostrárselo a Wirth que lo rebautizó “El idilio de las golondrinas en un jardín primaveral”. Un fresco cretense en la isla de Santorini ¿no era evidencia acaso de que tras el velo de la Atlántida se esconde aquella minoica civilización? Marinatos estaba seguro que sí y el entrerriano volvió de las aguas mediterráneas convencido de lo mismo.
¡Han hallado la Atlántida en el Egeo! Les dice con voz estentórea a sus estudiantes del Instituto. Lo miran con cierta incredulidad. Les habla entonces de su “amigo” Spyridon Marinatos, de Akrotiri, de Tera y del Volcán. Lo escuchan con atención, seducidos por la pasión con la que les explica, antes que por la comprensión que puedan alcanzar. No lo saben, pero cincuenta años más tarde recordarán aún el nombre de Marinatos y se lo harán saber a este cronista. De la Academia platónica a la Escuela Normal de Maestros de Paraná, fundada por Domingo Faustino Sarmiento, sin escala. El Instituto Nacional de Profesorado Secundario, emplazado en el interior de dicha escuela, se convierte en el nuevo faro de difusión del mito atlántico.
La comunidad educativa asistió, curiosa, el 6 de septiembre de 1971, justo un año después del viaje a Akrotiri, al Instituto para escuchar al profesor Wirth hablar del “Misterio de la Atlántida resuelto”5. ¿Sabía Marinatos que tenía un fiel divulgador en las naciones de la América hispana? La correspondencia, que según algunos intercambiaron, podría arrojar evidencia, pero la misma es una suposición antes que un hecho. Con el tiempo, la amistad entre Wirth y Marinatos fue adquiriendo también ella un rasgo mítico entre quienes cursaron la carrera de Historia en los años 70 en el Instituto. Todos tienen algo que aportar sobre ella, y todos afirman recordar con fidelidad la tesis de Marinatos.
Las cartas no están pero los siete números de Excavations at Thera, los informes anuales firmados por Marinatos, sobre los resultados de las excavaciones en Akrotiri, si6. ¿Cómo los consiguió? ¿Se los enviaba Marinatos? ¿Los obtenía de la Embajada de Grecia? ¿Acaso de su amigo rumano enamorado de la Argentina? Lo que sí sabemos es que Wirth se mantenía al tanto de todo lo acontecido cada año en el lugar para compartirlo de inmediato con sus alumnos, colegas y quien quisiera oír y leer sobre la Atlántida.
En 1974 el paranaense se aprontaba para otro viaje a Grecia cuando apareció su libro Resonancias contemporáneas de pre-historia helénica, publicado en la Colección Entre Ríos de la Editorial Colmegna que dirigía Adolfo Argentino Golz7. Este libro rastrea la presencia del cataclismo de Tera en la mitología griega. Una forma de avalar la tesis de Marinatos, porque si es posible identificar en otros mitos griegos ecos del desastre provocado por el volcán, entonces es factible que el mito de la Atlántida sea precisamente eso, una resonancia.
A Grecia fue esta vez con una beca de la compañía naviera propiedad de la familia Simou. Aunque visitó Akrotiri no hay evidencia de que volviera a encontrarse con Spyridon. En las páginas del libro mencionado informa que “se iniciará allí la octava campaña a cargo de Marinatos y sus colaboradores”, ignorando que sería la última dirigida por su admirado maestro. La muerte alcanzó al griego el 1 de Octubre de 1974 en el mismo yacimiento al que dedicó su vida. Murió convencido de haber resuelto el misterio de la Atlántida, desconociendo, tal vez, que en una pequeña ciudad de Argentina otro hombre compartía la misma certeza.
A esta altura de las investigaciones, es posible dudar que la Antigua Metrópoli fuera Tera, y que la Villa Real y su planicie, su montaña y sus muchos pueblos de los Atlantes, fuera la Creta minoica.
Muchos autores sostienen que nuestra civilización procede de los atlantes, y yo comparto la conclusión, siempre que asimilemos Atlantis con Creta minoica, y no olvidemos que la cultura griega clásica es la transmisora de tal influencia.
Ese es Juan Carlos Wirth que, como Olegario Víctor Andrade antes, creyó encontrar la Atlántida. Quien visite hoy Paraná se sorprenderá al descubrir cuántos de sus habitantes saben que la Atlántida ha sido localizada en una isla del Mar Egeo, llamada Santorini. Es que el mito platónico es parte de nuestra historia, pues la tierra entrerriana fue también cuna de buscadores de la Atlántida.
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Notas:
1-Pérez Martel, J. M. (2010) La Atlántida en Timeo y Critias: Exégesis de un mito platónico. Fortvnatae 21, 127-145.
2- Los textos en cuestión aparecieron en los tres números de la Revista Presencia que publicó el Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Paraná entre los años 1963 y 1967. El traductor rumano se llamaba George Hurmuziadis con quien más tarde, luego de su visita a Grecia, Wirth trabó amistad. De hecho en 1971 Hurmuziadis visitó Paraná y dictó una conferencia sobre el arte griego según informa el diario La Acción de Paraná del día 2 de Marzo de 1972.
3- La tesis de Marinatos fue publicada bajo el título “Περι τον θρυλον της ‘Ατλαντίδος”. Scientific Review Cretica Chronica IV, 195-213, 1950.
4- Se trata del libro De Entre Ríos a la Grecia Inmortal. Santa Fe: Editorial Colmegna, 1971, en que Wirth plasmó sus recuerdos del viaje a Grecia.
5- Varios de los ex alumnos entrevistados dieron fe de este curso, pero fue la Profesora Susana Solari de Larghi, sucesora de Wirth en la Cátedra de Historia de Grecia, quien me facilitó el certificado de asistencia al mismo donde consta la fecha, el año y el título del curso.
6- En mi visita a la Biblioteca Privada de Wirth, que aun conserva su hija, pude constatar que tenía en su poder estos informes.
7- Wirth, J. C. (1974) Resonancias contemporáneas de pre-historia helenica. Santa Fe: Editorial Colmegna.
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Diego Alexander Olivera nació en Paraná (1986). Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Ríos. Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Entre Ríos, donde además ejerce como docente de Historia Antigua Grecolatina. Desde 2015 ha publicado artículos sobre Historia, Cultura y Literatura Griega en diversas Revistas académicas de Argentina, México y España. También colabora en Revistas Culturales como 170 Escalones de Paraná y REA de Rosario.
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noviembre 2022 | Revista El Cocodrilo