TETRIS, POR BRUNO BORELLI

por El Cocodrilo

Otra vez la misma situación: él tras la puerta del edificio y ella, enojada, subiendo al ascensor. Él la mira entrar y prende un cigarrillo. Ella cierra con fuerza la puerta de su departamento y camina con pasos nerviosos al baño. Se mira en el espejo y se ve extraña: todos estos años junto a él la han cambiado. Él, abajo, piensa lo mismo: todo era tan distinto antes de conocerla. Va al chino de la esquina y compra una lata de cerveza. Decide caminar unas cuadras. Ella sale del baño y se sirve un vaso de agua. Se sienta y el gato se le sube encima. Lo acaricia. Lo acaricia y le pide perdón. Por lo de recién, dice. El gato ronronea. Afuera se hace de noche y hay poca gente en la calle: mientras él camina se escucha el sonido de sus pasos sobre las hojas. Le gusta ese crujir incómodo de las hojas secas. Ella se para y le pone comida al gato. Se asoma a la pieza y ve sus cosas: una remera de dormir, dos shorts de fútbol y unas chinelas. Busca una bolsa y pone todo dentro. Va a la cocina y deja la bolsa colgada en una silla, cerca de la puerta. Él cambia de mano la lata y busca los cigarrillos. Prende uno. Pita con asco pero lo fuma igual. Se para frente a una concesionaria de autos y los mira. Son autos nuevos, cero kilómetros. Entre todos se deja ver uno distinto a los demás. Es chiquito, con forma de huevo color rojo y techo blanco. Piensa en Mr. Bean y sonríe. Ella tiene hambre: muerde un turrón y toma agua. Tiene los ojos cargados de lágrimas. Él camina hacia al chino en busca de otra cerveza. Ella se seca la cara. Él sale con la lata, pasa por enfrente del edificio y sigue camino, el mismo que antes. Ella se asoma por el balcón y mira a la calle. Lo ve cerca de la esquina: reconoce su andar tranquilo, como confiado de todo. Agarra el celular, quiere llamarlo. No lo hace. Solo lo mira doblar. Él dobla y frena. Piensa en volver. Tantea la cerveza, le queda más de la mitad. Sigue caminando. Ella se tira en el sillón, desbloquea el celular y mira las últimas fotos que se mandaron: del gato, de la comida, del trabajo. Hay una juntos, abrazados: él la está rodeando por detrás y la besa en el cachete, ella tiene una sonrisa enorme y con una mano le acaricia la cabeza. Están en una playa, en su último viaje. Venían mal y decidieron tomarse un fin de semana para los dos solos. El verano había terminado pero igual fueron a la costa. Nada funcionó. La cabaña no tenía estufa y casi ni agua caliente. En la playa un viento terrible, en el centro todos los locales cerrados. El día que no discutieron fue el de la foto. Se levantaron silenciosos, desayunaron y fueron a la playa. Pasaron el día pegados, tranquilos. Antes de irse le pidieron una foto al guardavidas. Deja el celular y mira al gato. Comió toda su comida y ahora duerme. Él sigue caminando: tira la lata al piso y la aplasta con el talón. Se da vuelta para ver el edificio. No lo ve. Siente como si alguien le estuviera pisando el pecho y poco a poco le hiciera más presión. Prende otro pucho y mira los edificios que tapan al de ella; parecen apretados, incómodos. Ella se pone la campera para salir a buscarlo. Baja por las escaleras; no soportaría el encierro del ascensor. Él termina el pucho y empieza a caminar de nuevo hacia el edificio. Ella para faltando un piso, se queda mirando la pared. Sigue bajando. Él frena en la esquina, ella llega a la puerta de rejas. Pone las llaves en la cerradura y mira hacia afuera: ve como las luces de la calle iluminan el conteiner repleto de basura. Él gira y desanda lo avanzado. Ella saca las llaves y pide el ascensor. Él ve venir un colectivo. Ella entra pero no marca el piso. Paga el boleto y se sienta solo contra la ventanilla. Cierra la puerta del departamento, va hacia la pieza y se tira en la cama: siente su perfume en las sábanas. Las cambia, pone unas limpias. Él mira la poca gente que sube al bondi, nadie se parece a ella. Ella pone música y se sienta en la cama. Él nota cómo el colectivo va saliendo del centro: ya no se ven tantos edificios por cuadra. Ella mira su cuaderno mientras piensa. Él piensa mientras el colectivo dobla por la avenida. Piensan que existe un futuro, ese futuro en el que hay que llenar todos los espacios vacíos que quedan.

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Fotografía: Bruno Borelli.

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Bruno Borelli (1995) nació y vive en Rosario. Cursa la Licenciatura en Comunicación Social de la UNR. Escribe y saca fotos. El cuento “Tetris” obtuvo el 1er premio en el X Concurso Literario Nacional 2020, “Ese amor que no pudo ser”, organizado por la Biblioteca Popular Beck-Herzog, de Humboldt.

noviembre 2022 | Revista El Cocodrilo

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