CORAL, POR MELI NAVAS

por El Cocodrilo

De una soga, cuelgan siete bikinis mojadas y el patio queda atravesado por una sonrisa que yo miro desde la ventana. Las gotitas caen como lágrimas sobre el piso caliente y la sonrisa se vuelve triste. Con este lavado, culminan oficialmente mis vacaciones, esos días elásticos como las telas de mis mallas, alegres como los colores de sus estampas. Pienso que fue otra quien usó esas mallas, quien vivió esos días. Fue una tercera persona, una tercera persona de viaje, un yo ajeno a mí. Una Melisa fuera de esta Melisa que ahora se sienta en la otra punta de mi sillón con ese aire desapegado, típico de la gente que no sigue rutinas. Veo en su rostro una expresión relajada, una cara lacia y morena, bronceada por un sol que no es de acá. Si nos vieran desde afuera, seguramente pensarían que somos hermanas, hermanas gemelas, gemelas idénticas aunque yo no lo vea tan así.
―¿Cómo te llamás? ―le pregunto sabiendo la respuesta. 
Coral ―responde ella.
―¿Coral? ―pregunto confundida. 
Coral ―repite ella y se deja puesto ese nombre como un par de anteojos de sol que la hacen sentir sofisticada. Le sigo la corriente. 
―Nunca conocí a nadie que se llame Coral, ¿sabés por qué te pusieron así? 
Ella mira la sonrisa de bikinis en el patio y responde: 
Por varios motivos…
Coral se queda pensativa unos segundos y después me mira. Por un momento, siento que estoy contemplando mi reflejo en un espejo que me hace más todo, que me hace mejor. 
―Hay gente que cuando camina, camina; y hay gente que cuando camina, baila, nada. Hace que el espacio tenga la misma forma que el sonido, la luz o el agua.
Coral busca señales en mi cara, quiere saber si la sigo, si es que entiendo. Yo no podría asegurar eso, más que entendiendo creo estar percibiendo. Por ejemplo, percibo que sus pelos comienzan a flotar y que de repente, ambas estamos haciendo la forma de estrella, flotamos en mi living como si el aire de la habitación tuviera la misma textura del agua y nuestros cuerpos fueran burbujas. Es agua cristalina que deja ver lo que hay en el fondo: mis muebles, el gato durmiendo en su cucha. 
Aprendí a difuminar mis bordes, a volverme horizonte. No sé muy bien dónde empiezo ni dónde termino. Ahora sé que vos sos yo. Yo soy vos, pero también soy tu gato que es mi gato y soy ese cielo y esta manchadice y señala una de las dos marquitas de nacimiento con forma de nube que llevo en mi panza. 
Coral mete la cabeza en el agua y saca debajo del sillón un cofre pequeño que está forrado con felpa rosa y cierra con un caracol. Se lo acerca a su oreja ondulada, lo escucha y se ríe. Apoya el cofre suave sobre la palma de mi mano y me mira mientras sus pelos flotan como plantas preciosas, como perlas salidas del fondo del mar. Muevo mis pies para mantenerme lejos del piso mientras abro el tesoro que Coral acaba de entregarme. Con una perilla, le doy cuerda y escucho una melodía hecha con notas que inventó el mar. La melodía-agua crea vida dentro del cofre y comienzan a deslizarse escenas del viaje en miniatura, recuerdos que giran con la misma gracia que el tutú de una bailarina dentro de su cajita musical. Reconozco a Alef, el brasilero de rulos, diciendo la palabra praia. Con la última sílaba, veo sus dientes diminutos y sus cachetes levantados, como si me estuviese dedicando una sonrisa microscópica. Detrás de él, aparecen sombrillas de colores alegres  ―como los de mis mallas― y un par de turistas que juegan a adivinar la hora a través de la sombra. Más a la derecha, hay una persona sentada en canastita. Tiene puestos auriculares y balancea su torso. Ella no sabe que la música que sale de sus auriculares miniatura es la misma que emite el cofre, que escucho yo. Está contenta porque hoy puede sentarse a escuchar música, porque hoy puede hacer solo eso. Siguiendo por la arena, veo a una chica de pelo negro agachada. Está buscando piedras en la arena mojada. Las mira como si fueran pequeños planetas de un universo que acaba de descubrir. ¡Plop! La chica de las piedras acaba de tirar una al agua, y dos nenes que nadan con remeras uv y antiparras señalan los pececitos que huyen asustados. Desde arriba, el cardumen se ve como rayitas vivas de sombra, son el negativo de las que a veces entran por la persiana de mi habitación. Los nenes sacan la cabeza, respiran y vuelven a sumergirse. El de antiparras azules hace muecas debajo del agua y su amigo se ríe. Una chica de bikini rosa pasa nadando mientras piensa que a esta hora el mar parece tibio. Los turistas aseguran que la sombra marca las seis y media. El sol los escucha y cae cerca de las bisagras del cofre. Un chico estudia el atardecer que, un domingo de lluvia, se va a convertir en un cuadro que decorará el desayunador de una posada llamada Villa Mercedes. Será uno de esos cuadros que nos recuerdan que los paisajes son importantes y como todo lo que es importante, queremos guardarlo, tenerlo cerca, abrazarlo. Enmarcar es un gesto que tranquiliza. Hay un punto en la vida en que necesitamos demostrarnos que somos capaces de poseer un pedacito de inmensidad, poder ser dueños de algo vasto, por ejemplo ser dueños de nuestras vidas. Ese atardecer-tesoro ahora cuelga de una pared que escucha cómo una señora lee mientras espera que el tour la pase a buscar. Arriba del bus, un guía habla en portugués. Ahora el cofre además de música tiene letra, una letra que solo rima en ese idioma pero que traducida queda más o menos así: los viajes son burbujas, un pez que baila en un pedacito de agua contenido por una bolsa transparente, acaban de sacarlo de una pecera redonda, de una vida en loop. ¿Qué tamaño tiene la libertad que existe entre dos cautiverios? Coral, ¿vos sabés a dónde queda el mar? ¿Coral?

***

Meli Navas nació en Mendoza. Trabajó como creativa en diferentes agencias de publicidad en Buenos Aires y colaboró durante más de 6 años con Revista OHLALÁ! En el 2016, ganó una beca para estudiar Storytelling en Scuola Holden (Torino). En el 2019, publicó “Dos veces el mismo cuento” en “Cuentos Bi” (Editorial Magma, Madrid). Publicó “San Juan y España” (Ineditados, 2021) (UNR Editora, 2022). Algunos textos suyos fueron publicados en Revista Rea y en la contratapa de Rosario12. Ahora vive en Rosario, con su gato que se llama Ñoqui.

junio 2024 | Revista El Cocodrilo

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