Abrió los ojos con el entusiasmo de sentirse un hombre nuevo. La noche anterior tardó en dormirse por la ansiedad de saber cómo iba a impactar ese cambio en su cuerpo apenas siete horas después. Antes de apagar la luz del velador repasó las premisas fundamentales que había rescatado de sus tres nuevos libros de cabecera. Las materias en las que, por decisión personal, decidió enfocarse, fueron educación financiera, estoicismo e historia argentina de las últimas dos décadas. Con la suerte de que todos tenían su versión en audiolibro por lo que no tuvo que leer una sola hoja de un libro tradicional. Pensaba como un tiburón ya antes de serlo efectivamente. Sacaba ventajas hasta de las maniobras más insignificantes, como un piloto de Fórmula 1. Hacía una semana había terminado el último de los tres libros y se tomó unos días para planificar su transformación personal. Finalmente había llegado el momento de estrenar su nuevo yo.
La energía positiva que aportaba una buena rutina de actividad física por la mañana lo ayudó a levantarse de la cama como si tuviera el culo lleno de chasquibunes. Rutina que Rodri ya hacía tres días venía poniendo en práctica. Agua helada para despertarse y activar todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo, además de los beneficios que le traía a su joven cutis. Desayuno de campeones, gimnasio en el medio de su habitación, entre la cama y el escritorio de la computadora, como lo hacen aquellos que le dejan a la posteridad la historia de un héroe de verdad. Luego otro desayuno y otro baño para poder empezar el día fresco como una lechuga. Hizo a un lado los implementos para su rutina de ejercicios, puso la silla frente a la computadora, abrió el programa de gestión de tiempo y encaró su primer gran desafío: armarse un cronograma para ganar plata y ser un hombre exitoso.
El plan era perfecto. Primero autoestima, luego plata, y finalmente mujeres, claro que sí. Para ese momento ya no necesitaría hacer nada, era la parte más fácil, se sentaría en un bar y le lloverían propuestas indecentes, tantas como para poder darse el lujo de rechazar un par y desquitarse con su pasado. Pasado que todavía era presente pero un presente que pronto se correspondería con sus pretensiones. Rodri tenía un mecanismo de auto convicción que por momentos recurría a cuestiones astrales y trascendentales —el universo parece que le debía algo—, y por momentos a la lógica de las causas y los efectos. Sus certezas siempre eran firmes, la instancia del autoestima le fue fácil.
Ahora era el momento de ganar plata. En su billetera virtual tenía cincuenta mil pesos, y con eso debía sobrevivir dos semanas hasta que le entraran los cuatrocientos mil que sus padres le pasaban todos los meses para sus gastos. También tenía cien mil invertidos en una nueva criptomoneda que prometía reventar todos los gráficos en dos meses. Como buen inversionista tenía que diversificarse así que pensaba en una nueva fuente de ingresos. Ahí es donde entra su ingenio.
En el patio de su casa tenía como seis baterías viejas de auto. Decidió venderlas, siempre pasaban chatarreros comprando ese tipo de cosas. Escribió en la aplicación de gestión de tiempo “Conseguir un chatarrero”. ¿Cuándo? En ese mismo momento, él no era ningún procrastinador. Abrió Facebook, publicó su oferta en un grupo de chatarreros y mientras esperaba a los compradores se hizo un café.
Durante los últimos meses había visto como veinte videos de especialistas en café y ya podía decirse que conocía del tema. Él mismo se describía como un amante del buen café, sabía las características de un montón de granos y de preparaciones distintas sin haber probado nunca más que las cápsulas que encontraba en su casa, elegidas por su padre. Volvió a la computadora. Tenía un mensaje esperándolo. El universo lo estaba mimando. Un tal Juan Carlos Teresso le escribió a partir de su publicación en el grupo de chatarreros. Parece que había descubierto, con sus altas capacidades, su tercer ojo para divisar talentos, y su olfato de ganador, que Rodri no era meramente un acumulador. No, tal como decía el mensaje, Rodri era alguien que apuntaba más alto, que pensaba como un líder, que actuaba como un visionario. Juan Carlos esa mañana estaba buscando a una persona que estuviera decidida a cambiar su vida y empezara inmediatamente a vender máquinas de café importadas.
Rodri no lo podía creer. Bueno no, mentira, claro que Rodri lo podía creer. Claro que estaba convencido que él no se merecía menos que semejante suerte, casualidad, oportunismo o recompensa astral. Aceptó sin dudarlo, le pasaron por email su capacitación que, inteligencia artificial mediante, fue resumida y devorada por este ágil autodidacta. Lo mejor era que el material no perdía tiempo en descripciones aburridas sobre máquinas de café. El material hablaba sobre la vida, le hablaba a él, le decía exactamente lo que necesitaba saber: el paso a paso que lo llevaría a tener sus primeros ingresos como vendedor. A las dos horas estaba escribiéndole al primer potencial cliente de la lista de contactos que le había pasado Juan Carlos.
El primero compró sin dudarlo, el segundo lo hizo renegar un poco, pero también compró. El tercero le pidió una rebaja que Rodri se negó a conceder, pero fue sutilmente convencido de seguir charlando sobre el producto al otro día. El cuarto necesitaba una máquina de café para la cocina en donde almorzaban sus empleados, también compró. Tres ventas en una mañana. ¡Qué digo tres! Tres y media. Bueno vamos, no seamos pesimistas. Fueron cuatro. Cuatro máquinas de café. Cien por ciento de efectividad. Parece que ha nacido un auténtico hombre de negocios frente a esta computadora medio escondida en un escritorio dentro de la última habitación de una casa con un lindo jardín y rejas en el medio de un barrio cuya calle principal marca el límite donde finaliza Córdoba Capital. Sí, exactamente eso parece y eso debe ser. Así como parece que el sol gira alrededor de la tierra, así como parece que uno no camina sobre la redondez del planeta, así también parece el éxito de Rodri que le escribe a Juan Carlos Teresso para continuar con el procedimiento de cierre de cada venta. Juan Carlos le pasa un alias donde él debe depositar la plata para que le envíen las cuatro máquinas de café, y luego reenviárselas a sus clientes. Rodri pide un préstamo inmediato en su billetera virtual para poder pagar ese monto y tan pronto como se le acredita se lo pasa a Juan Carlos.
Ha sido un día maravilloso para Rodri. Decide descansar de tanto éxito jugando en la computadora con algún amigo que esté en línea en ese momento. Total, solo queda esperar a que le lleguen las máquinas, a que sus clientes les manden la plata para recuperar su inversión y tener sus primeras ganancias. El éxito está muy cerca, casi puede saborearlo, como a todas esas variedades de café que solo conoce por lo que otros muestran en videos. Está tan cerca que el que no extiende la mano para reclamarlo es porque no quiere.
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Gastón Oliva nació en Córdoba en 1990. Estudió una carrera en la UNC. Lee algunas cosas, escribe otras y a veces lee lo que escribe. Actualmente trabaja en un trabajo. El año pasado ganó el primer premio del sorteo nocturno de la Lotería de Córdoba. Jugó al 111.
Revista El Cocodrilo | mayo 2025