AYER A LA NOCHE ME CONTARON QUE MURIÓ CHANDLER, POR ERNESTO GALLO

por El Cocodrilo

–¿Viste que murió Matthew Perry? –me dijeron ayer, después de las lecturas del ciclo literario. 

–No sé quién es –contesté. 

–Chandler, murió Chandler.

Y de inmediato me invadió una profunda angustia, no entendía por qué. Ahí se me vino tu cara, apareciste así como un rayo. Recordé cuando mirábamos Friends, cómo amabas a Chandler, cómo te reías. Yo era más joven y más estúpido y mucho más snob, al punto de decir que no miraba series porque me quitaban tiempo para leer, también tenía mi costado trosko y decía que ese material de entretenimiento era parte de la colonización cultural, como si uno pudiera zafar de la alienación por no mirar series norteamericanas. Después de más o menos cinco meses de negociación me convenciste de que miráramos Friends, vos ya la habías visto como dos veces y todavía te doblabas de la risa.


¿Cuándo se fue todo al carajo? Fuiste la primera mujer de la que me enamoré, no sé en qué momento se terminó eso. Hace como once meses que no te veo, no sé nada de vos. Ahora se murió Chandler y es como si se hubiera muerto alguien de mi familia. No sé en qué momento pasamos de hablar de tener hijos, de comprar una casa –eran proyectos, porque no teníamos un mango–, a ser desconocidos, extraños otra vez. 

Ahora que las cosas me van mejor, que empecé a trabajar y a ganar plata, que se cumplieron algunos de los sueños que tantas veces te conté, miro para el costado para verte entre toda la gente, pero no estás.

Al principio, cuando nos separamos, hice de cuenta que no pasaba nada, gran error, una estupidez mental. En este momento me cae todo el dolor junto, como un yunque de mil kilos. A veces fantaseo que en alguno de los ciclos literarios vas a entrar por la puerta y yo te voy a decir, “Hola, hermosa.” O que me va a llegar un mensaje tuyo. También pienso en escribirte –te escribiría por ejemplo, “Viste que murió Chandler”–, pero sería de una frivolidad tremenda. Pienso en cómo estarás, si andarás con alguien. 

Ayer a la noche me contaron que murió Chandler. Hoy me desperté pensando en vos, en que al abrir los ojos ibas a estar ahí junto a mí, como era antes todos los días. 

¿Por qué te gustaba tanto Chandler? Era un tipo gracioso, con un sentido del humor ocurrente, nunca sabías con lo que iba a salir. También bailaba muy bien y era alguien que se tomaba en serio el matrimonio. No sabés todas las veces que pensé en cómo te iba a preguntar si te querías casar conmigo. Cuándo llegaría el momento, dudaba si iba a ser en un restaurante lujoso –que por supuesto no conocería y tendría que buscar–, o si iba a hacer algo más hippie como invitarte al parque a un picnic, arrodillarme en el césped y sacar el anillo ahí.


Me acuerdo de tus dedos, unos más gorditos que otros, de los lunares de tu cuerpo. De la mirada de perfil de yegua. De cómo no te gustaba la música y que eso me llamaba la atención porque sos bailarina, cuando digo esto es como si estuviera viendo tu culo rebotar mientras preparabas la coreografía de la canción “A primera vista” de Pedro Aznar, también es como si nos escuchara cantar a los gritos “Arrancarmelo” de WOS. Recuerdo lo pobre que éramos en los años de estudiantes en una ciudad que no es la nuestra. Nunca te podía invitar a cenar, ni hacerte los regalos que se me cruzaban por la cabeza. Y ahora que todo eso es posible no queda nada entre nosotros.


Discutimos trescientas cincuenta mil veces, por pavadas. Supongo que había algo de eso que nos gustaba. Porque después de pelear el sexo era mejor. 

Hay algo que me da mucha vergüenza y risa: aquel día en que no sabías cómo decirme que cambie las sábanas de mi cama. Era tan pero tan salvaje que pasaba meses sin cambiarlas. También cuando usaba aquellos calzoncillos de señor de ochenta años, los que no son apretados, y vos una noche dormida te diste vuelta y agarraste una parte del calzoncillo como si fuera la sábana para taparte, nos tentamos de la risa, y a la mañana siguiente me fui a comprar boxers.

También estaba el comentario sobre el feo aliento al despertar. “Aliento a requecho de momia”, decías.


Te acordás de lo dramáticos que éramos. Esta escena: estábamos en capital y teníamos que volver. Faltaba muy poco para que el colectivo saliera desde Retiro. Yo siempre fui impuntual y vos todo lo contrario. Querías tomar un taxi, pero te dije que en el subte íbamos a llegar bien. Bajamos a la estación y no venía ningún tren. El tiempo apremiaba, no llegábamos. Vos me decías que era un estúpido, que por qué no te hacía caso, que era un narcisista. Entonces decidimos subir y tomar un taxi, estábamos en plena avenida 9 de julio, frente al Obelisco, encima llovía. No frenó ningún taxi. Volvimos a bajar a la estación, corrimos, vimos cómo justo se iba el tren. Te largaste a llorar, te arrodillaste en el suelo lleno de inmundicias y gritaste “¡No!”. La gente que quedaba en la estación, en el andén de enfrente, nos miraba, me arrodillé y te abracé. Después de unos minutos vino el tren y lo tomamos. Llegamos a Retiro, corrimos de nuevo y volvió a pasar. Vimos cómo el colectivo se iba sin nosotros. Después sacamos otros pasajes. En el colectivo nos abrazábamos, nos decíamos que ya había pasado, que ahora las cosas iban a ir mejor. 


Mientras mirábamos Friends me gustaba espiarte de reojo, porque vos te anticipabas a reírte cuando venía alguna escena divertida. Por ejemplo, aquella en la que Phoebe está en el departamento de Ross y todavía había algunos del grupo que no sabían que Mónica y Chandler eran pareja. Entonces Phoebe mira por la ventana hacia el departamento de Mónica, donde estaba la nueva pareja dándose un beso. Después Phoebe empieza a gritar “¡Chandler y Mónica, Chandler y Mónica, mis ojos, mis ojos!”. Cómo te gustaba ese capítulo, lo habremos visto tres veces. Tu personaje mujer favorita era Mónica, vos te pareces en muchas cosas, tan linda y tan ordenada como ella. Lo que más disfrutaba de ver esa serie juntos era ser parte de la alegría y la risa que te daba. 

Ahora que Chandler murió, me gustaría decirte que yo no me parezco tanto a él, no soy gracioso, nunca sé lo que tengo que decir, y bailo mal, bailo muy mal. 

***

Ernesto Gallo nació en 1997 en Resistencia, provincia del Chaco. Vive en Rosario desde el 2015. Estudió Psicología en la U.N.R. Su libro de cuentos Voz de vaca, publicado por Le pecore nere en 2023, resultó finalista del Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto 2021, organizado por la Editorial Municipal de Rosario. Forma parte de la organización del Grupo Savoy. Miembro del Centro de Lecturas: Debate y Transmisión. Forma parte de la comisión editorial de la revista literaria El Cocodrilo. Organiza, junto a Felipe Hourcade, el ciclo literario Los detectives salvajes. Coordina el taller literario “Colinas como elefantes blancos”.

Noviembre 2023 | Revista El Cocodrilo

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