Los infieles
Francisco Moulia
Hojas del Sur
2019
208 páginas |
Lo primero que aparece en la historia de Los infieles, la cuarta novela del escritor argentino Francisco Moulia, es el ruido de los aviones de combate yendo a Malvinas. Estamos en 1982, en plena guerra. Esta no es, sin embargo, una novela sobre la guerra. Tampoco es una novela sobre la dictadura, si bien ambas cosas están siempre presentes. Sí es, de alguna manera, una novela sobre el ruido, la música y el silencio.
Lucía y Dandrea, una pareja escondida en un hotel abandonado en el medio del desierto patagónico, conviven (o están obligados a convivir) en un edificio que se viene abajo, casi sin calefacción, porque están escapando de los militares asesinos y, como tanta otras personas, no pudieron irse al exterior. Hace cinco años que están solos y aislados, con el ocasional contacto con algún camionero que para a cargar combustible en la vieja estación de servicio que está al lado del hotel. La Panorámica, tal el nombre del hotel, se yergue solitaria y resiste como puede los embates del viento helado, constante e inevitable. El ruido del viento es, junto con el frío atroz, casi un personaje más.
Entre Lucía y Dandrea hay silencios. Demasiados. El narrador no nos dice todo, pero es fácil entender que la huida hacia esa tierra inhóspita para escapar de la tortura y la muerte se ha transformado casi en una prisión como la que trataron de evitar. No hay relojes en la Panorámica, así que el paso del tiempo se mide por la luz y la oscuridad, o por las pilas acumuladas de pulóveres que Lucía teje sin parar y las botellas de licor de huevo que consume diariamente, para no enloquecerse. “Dormir, muchas veces, era la única forma de que el tiempo pasara en la Panorámica”. La frase transmite con exactitud la sensación probablemente más espantosa de todas: el tedio. El silencio entre ellos es el del secreto: ambos tienen algo que han preservado del otro. El paso del tiempo ha vuelto más terribles todas esas cosas no dichas.
La llegada de un visitante inesperado reaviva una desconfianza primigenia, y a los silencios que ya existían entre Lucía y Dandrea, se le suma ahora la paranoia, en un émulo de algunas de las mejores escenas de La muerte y la doncella, la obra del escritor chileno Ariel Dorfman, donde, si bien es muy otra la historia, también la tensión y la sospecha de una pareja encerrada con un tercero escalan a límites de locura insospechados. En la novela de Moulia, esas sensaciones están muy bien logradas: el miedo campea en la Panorámica como lo hace el frío terrible de la estepa patagónica. No se puede escapar nunca de ninguna de las dos cosas. El ruido no es solamente el de los aviones de guerra que sobrevuelan el hotel, hay algo más que “hace ruido” en esa convivencia de tres: ocasionales y breves alianzas, confianzas, favores, descuidos, pequeñas traiciones, todo va construyendo un ambiente aún más enrarecido y, si es posible, más helado.
No obstante, no todo es ruido y silencio en la historia, está también la música: el Bolero, de Ravel, se presenta de la mano de un cuarto personaje, todavía más inesperado, que le añade a la historia su cuota de tensión. Las acciones se precipitan en una catarata que escala desde el absurdo hasta el delirio y, finalmente, el horror. El horror que Lucía y Dandrea buscaron evitar, escondiéndose en la Patagonia, finalmente los alcanza, de otra manera y con Ravel de fondo, como una broma macabra del destino, que estetiza el sufrimiento físico tanto como los secretos que ambos guardaron, las verdades que en todos los años de encierro no se quisieron decir, porque tal vez fueran más terribles que la realidad de afuera.
La novela oscila entre varios registros: escenas de intimidad, cotidianeidad y aburrimiento, otras con un cierto humor cáustico y algunas que hasta rozan el gore. Moulia se mueve con soltura entre todas ellas, logrando crear el efecto de encantamiento que provocan las historias bien narradas. ¿No es eso, al fin, de lo que se trata la literatura?
(actualización noviembre 2019| Revista El Cocodrilo)
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