La caspa del punkManuel Díaz
Ediciones Abend
2017 |
Ha llegado a mis manos un libelo escrito por un muchacho de un ignoto país del hemisferio sur, creo que, más precisamente, de ese lugar al que llaman Sudamérica. El texto en cuestión, una aberración genérica que renguea a mitad de camino entre la pretensión de ser una novela –de corto aliento o entabacados pulmones– y las desgrabaciones de una serie de entrevistas hechas a ciertos personajes que alguna vez he cruzado en los pasillos de alguna universidad, mas no recuerdo con la frescura y la nitidez que ellos dicen recordarme a mí y a mis supuestas acciones.
Pues este texto discurre en una serie de afrentas y difamaciones a mi persona, acusaciones sugeridas y descripciones tendenciosas que me veo, aquí, en la obligación de desmentir.
He tenido que hacerme traducir este librillo por un catedrático amigo de la Universidad de Leeds para enterarme de las cosas que han dicho de mí: me caricaturizan como una especie de Bukowski infame de la academia en pasajes de –debo decir– exagerada afectación poética como el que transcribo a continuación:
Simonky se mimetizaba con sus libros. Incluso era difícil distinguir las figuras de Simonky y de la biblioteca. Me asaltó un pensamiento: ¿qué pasa si ponés un camaleón atrás de muchos camaleones? ¿Cómo se mimetizan? O sea, ¿qué color toman? ¿Ellos tienen color propio? Pero estaba sin dormir y no le di muchas vueltas más; preferí dejarlo para más tarde. Como si quisiéramos evitar romper la magia del momento, por decirlo de alguna manera, nos acercamos despacio a Simonky, con cautela, ya que parecía que no nos veía. Cuando estábamos demasiado cerca, repentinamente tiró los libros y trató de salir corriendo por la puerta del departamento, que habíamos dejado abierta con la intención de no hacer ruido. Pero esta vez estuve más o menos rápido y lo abracé para que no escapara, y lo arrastré hasta una silla del comedor, mientras Linda cerraba la puerta. Simonky gritó que estaba bien, pero intentó escapar de nuevo, sin éxito, porque comprendió enseguida que no tenía ninguna chance.
¡SON CALUMNIAS! Dista de mi persona esta imagen egocéntrica de académico que se desdibuja onanísticamente frente a su propia obra (¡espejo de ellos mismos, en todo caso!). Que hagan un culto de mis hábitos alcohólicos y de mis vicios me indigna menos que esa pedantería academicista en la que recaen tantos autodesignados catedráticos que se conocen al dedillo mis obras y las citan de memoria en conferencias y luego citan, en mesas de bares, para impresionar a otras catedráticas igual o tanto más pedantes, las sandeces que algún crítico francés que gozó alguna vez de cierto renombre (no retuve tal nombre, pero era aquel petulante que se creyó que podía hablar del cine, de botánica y de todo el abecedario a la vez), citan, digo, y citan, pero a ninguno se le cae una idea, más que rememorar ciertas anécdotas que exageran y revisten de una epicidad poco creíble para autoconstituirse en los posmodernos héroes de la crítica cultural que cada vez más y más se desgrana en esa terminología plena de prefijos que uno a otro se superponen (inter-, des-, para-, trans-, anti-, pin, pan, pun) y el contenido del pensamiento queda subyugado y perdido en el laberinto retórico de la novedad intelectual, novedosa tan sólo por sus rimbombancias y florituras académicas, pedantes, pedantes, son calumnias he dicho!
Mi amigo de la Universidad de Leeds leyó ese puñado de páginas sudacas, y él, leve conocedor de algunos novelistas hispanohablantes, me comentó rápidamente que esa novela retoma una moda de la segunda mitad, la mitad posmoderna, del siglo latinoamericano, algo sobre emprender una búsqueda de un autor o quién sabe qué disparates parecidos. Mencionó a un “prominente” escritor mejicano que además es cómico, protagonista de una serie de mal gusto sobre un niño pobre en un conventillo, que escribía novelas de este estilo. Con todo esto quiero decir que no sólo debo soportar calumnias, sino que éstas vienen de parte de un jovenzuelo irreverente, carente de la imaginación necesaria para escribir cien páginas sin copiar el estilo de un mejicano que fracasó no sólo como novelista, sino también como actor y cómico.
Extraña manera de perseguirme, mintiendo sobre mis actos. Si este joven admirador quiere hacerme la de John Lennon, tiene que saber que los representantes del punk no se dejan asesinar (ya sea metafóricamente) por sus fans, sino que, muy por el contrario, los mean desde el escenario.
Ya que insiste, sin embargo, en anotar mentiras en una hoja, tomaré este puñado de palabrecas como lo que es: una ficción cuidadosamente construida. No puedo remarcar con el énfasis suficiente que el personaje representado en esas casi cien páginas poco se parece a mí, y que, en todo caso, los recuerdos de esos infames calumniadores sobre mi persona dicen más de ellos que de mí mismo. Por su parte, si alguien creyera las palabras de este extraño admirador mío, que me homenajea de una manera muy poco convencional, entonces no puedo sino quitarme el sombrero ante este escritor, y congratularlo por tejer una ficción tan bien pensada que pudiera pasar sin problemas por real.
El punk es una caspa que ha de infectar las cabezas deslavadas de la academia. En este joven detractor, que no sin algo de gracia me difama, debemos reconocer, sin embargo y pese a su carácter petulante, cierta agudeza de hacer que mis poco convencionales modales iluminen la exangüe pedantería universitaria, el anémico Wit de los Centros de Investigación y la lívida flema académica. Sus ironías y sus cabriolas lingüísticas, que mi ojo sagaz llega a apreciar a través del acartonamiento de la traducción que a pedido me fuera hecha, dejan en evidencia a estos patanes que son, en última instancia, quienes en verdad me calumnian con sus meras existencias.
No habrá tónico capilar capaz de quitar esta caspa del punk!
Por Arthur Simonky
(actualización noviembre 2019 | Revista El Cocodrilo)
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