La noche se presta para pegarle a un viejo
Daniel Basilio
Casagrande
2015
104 páginas |
La noche se presta para pegarle a un viejo, de Daniel Basilio, reúne cuatro relatos que conjugan la ficción con una mordaz crítica al sistema, siempre puesta en marcha a través de la palabra, el pensamiento o los actos que ejecutan y padecen los protagonistas. No parece inocente que estos personajes siempre se encuentren atravesados de algún u otro modo por el Arte: Santino es un aficionado al cine y la literatura, hiperactivo, reparte su tiempo entre la escritura de artículos de cine y moda y capacitaciones para formarse como actor y músico; Pupa, que compensa su incapacidad motriz con una frenética capacidad observadora y analítica, con anterioridad a su problema de salud se había dedicado a la redacción de críticas literarias y artículos sobre el mundo del arte en general; Ernestina, por su parte, es bailarina, estudia Bellas Artes y se ve poseída por un excitado impulso de creación pictórica; por último, Eustaquio recuerda y confiesa haber tenido participación, alguna vez, como baterista en una banda de música. Pero además, estos personajes son neuróticos, histéricos que no pueden más que hacer todo exagerada y extremadamente: Santino, primero solo y luego con ayuda, mina la ciudad de viejos golpeados; Pupa no puede detener su impulso de analizarlo todo, pese a lo cual, la conexión hombre-máquina es llevada en su caso hasta el paroxismo; Ernestina llega a pintar frenéticamente durante gran parte del día y Eustaquio lleva las ganas de masturbarse en el medio de la urbe a su máxima expresión al practicarle sexo a un parquímetro. Ahora bien, impacta cómo en cada una de estas historias el sistema se las ingenia para capitalizar en provecho propio incluso todo aquello que parece pasar por fuera suyo. No nos confundamos: el sistema nada desaprovecha, nada descarta, pues nada ocurre fuera de él. Como bien advierte el lúcido análisis de Pupa, al tiempo que el capitalismo genera hambre, encuentra una mercancía para vender y, entonces, vemos un programa con africanos famélicos por Discovery Channel. El caso de Santino, umbral del libro que da título al volumen, no es menos significativo: bastará que le propine una golpiza calculada a un anciano para que una noticia sea vendida por el periodismo que, por su parte, también le echará mano al saber filosófico para aprovechar algún que otro concepto existencialista (el “Ser”, la “Nada”) que le permita explicar el fenómeno, es decir, ceñir lo anormal. En definitiva, no hay que olvidar que este raro superhéroe, que tardíamente encuentra una oblicua justificación para su obsesión (golpea ancianos pero para salvarlos), despliega sigilosamente sus habilidades marciales en la noche, a la sombra de un sistema pero dentro de él: no puede actuar con principios ajenos a los inexorablemente internalizados, por lo que, aunque haga el mal, dirá que lo hace en nombre del bien. Así, estas narraciones evidencian una cargada tensión entre la libertad y el determinismo, al tiempo que desenmascaran los mecanismos perversos de un engranaje que constriñe las subjetividades, que las aliena y cosifica. Esto que se exhibe poderosamente en el primer relato, al mostrar a los ancianos como el sector improductivo e invisibilizado de la sociedad, explora otros senderos en “Sintonía Lumbar”: Pupa, “extremadamente analítico, exageradamente ácido e igualmente improductivo”, víctima de una parálisis, se ve sometido, observado y manoseado por médicos o tal vez “mecánicos” que le niegan la posibilidad de intervenir y decidir sobre su propia salud, sobre su propio cuerpo ¿A qué se ha reducido su vida? La respuesta aflora hacia el final. El sistema de salud y su impersonalidad, todo es contado con genialidad constructiva y desde un punto de vista que recuerda el del protagonista del film La escafandra y la mariposa.
Pulsión de muerte y sublimación artística, interpretación onírica, vacilación, inversión, juego de espejos y dobles, psicoanálisis y literatura fantástica, todo eso combina “El hombrecito de mazapán”, un texto que, una vez más, enseña que el sistema incorpora todo lo que desestima; en consecuencia, el Ideal ingresa al mercado del arte y se tiñe de utilitarismo: la inspiración deviene pose y técnica sin pasión. La frase referente a Ernestina, es sustancial: “Aunque ella se sintiese distinta de todo aquello, siempre volvía a ser atrapada por el mecanismo”.
“Pulsión parquimetral”, el último relato de la serie, revela también su logro compositivo: la descripción alucinada y delirante desestabiliza la común representación de la ciudad como así también las funciones que los sujetos y objetos desempeñan habitualmente en ella. Allí, donde Mitchan –aparentemente, un juez de faltas o un jefe de “rango” con aires de superioridad-, lee que los parquímetros sólo cumplen con su trabajo, irrumpe la pulsión de Eustaquio, quien está decidido a hacer prevalecer su deseo por sobre el de la máquina siempre ávida de moneditas. La satisfacción del deseo, constante y arduamente vigilado, opera una relajación en las formas de la ciudad: los semáforos, antes con colores doctrinarios, ahora flotan en ‘colores de arcoíris’, las ventanas de los edificios, “ejes de visibilidad”, finalmente estallan, aunque el orden no tardará en ser restituido y lo acontecido vendido como un show que los citadinos aplauden.
Filosofía, literatura, sociología y psicoanálisis se entrelazan en esta obra de manera sutil y singular; el resultado es un triunfo sobre los clichés y un aliciente para el lector con el que el libro aguarda mantener un diálogo fructífero y plurivalente.