CUANDO NOS ABRAZAMOS CONSTRUIMOS UNA CASA, POR ANACLARA PUGLIESE

por El Cocodrilo

San Juan y España
Meli Navas
UNR Editora
2022 |


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“Estamos otra vez acá”. Así empieza San Juan y España, la primera novela de Meli Navas. Con una oración breve, compuesta por tres palabras: una primera persona plural, un tiempo que se repite, un lugar que se siente próximo. ¿Acaso solo con esos tres términos no podría definirse lo que es una familia?

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El espacio y el tiempo son dos magnitudes inversamente proporcionales. Cuando el espacio se achica, el tiempo se agranda. Y cuando el espacio se alarga, el tiempo se acorta. Así, los viajes pasan rápido; los encierros, lento. Durante el aislamiento por la pandemia, la protagonista de San Juan y España vuelve de un viaje de diez años y se aloja en la casa de su familia, en la que vivió toda la vida y donde todavía viven la madre y el padre. Vuelve y se pone a escribir, no para contar lo que vivió en otras ciudades, como indica un origen clásico de los relatos, los de aquellos que vuelven de un largo viaje, tampoco empieza a crear un diario del aislamiento, cuando precisamente luchábamos por mantener una rutina, es decir, por crear repeticiones, predecibilidades tranquilizadoras dentro de un momento inédito e impredecible. No, ni anécdotas de la viajera, ni diario del aislamiento: desde su angosta habitación de adolescente el tiempo se hace largo hacia atrás y la protagonista entonces revive el pasado en breves diapositivas. Y ese pasado es ante todo un pasado familiar.

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La novela cuenta la historia de una casa. Para mí una casa es donde una puede ser lenta. Una casa es un lugar para acostarse, como las palabras se acuestan sobre los renglones porque un texto también es un espacio íntimo en el que una puede detenerse y descansar. Por eso al leer me detengo en la primera frase del libro. Son cuatro palabras, una oración breve: Estamos otra vez acá. Estamos otra vez acá. Estamos otra vez acá. La repetición es una forma de la lentitud.

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A partir de ese repaso del pasado, Julieta, la protagonista, empieza a tomar conciencia de que ella misma no puede dejar de repetir. Repite la performance de ser hija, y eso se manifiesta en la imposibilidad de establecer un diálogo con la madre. Se va armando una especie de guerra fría, una adicción que busca permanentemente microdosis, palabras filosas. Así, ella misma repite el molde de la adolescencia y en principio encuentra en eso una familiaridad.

Pero a medida que avanza, el relato despierta preguntas ¿cómo dejamos de ser hijas, hijos? ¿cuándo dejamos de ser hijas de nuestras amigas, cuándo dejamos de buscar amigas madres o cómo dejamos de ser hijas sin ser madres?

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La novela busca perturbar la monotonía de la rutina familiar, perturbarla en tanto entrecorta la historia en breves postales que se desordenan a la vez cronológicamente. Pero también las palabras se amontonan, se comprimen, se encabritan porque escribir es para ella como sacar una foto con una Polaroid, la escritura es esa mano que sacude el papel en el aire para que la instantánea se revele.

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Querer una familia es buscar una serie de predicciones. Pero si predecir algo es imposible a menos que ese algo casualmente se cumpla, la escritura también tiene mucho de imposible en su relación con el tiempo: la protagonista escribe para cambiar el pasado narrándolo, para repetirlo pero con una variación interpretativa que lo vuelva otro, que lo desfamiliarice. Escribe como una forma del extrañamiento, una manera de verse a sí misma sin la mediación del propio cuerpo, como cuando escuchamos por primera vez nuestra voz saliendo de una grabadora, sin la caja de resonancia de la propia piel y no nos reconocemos.

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A medida que la escritura avanza y se vuelve una tarea diaria, repetitiva y por eso, podríamos decir, familiar, la lectura de la protagonista sobre la propia familia también se modifica. En la repetición encuentra seguridad. La repetición es como un mantra. De ese modo, como si se tratara de una novela de aprendizaje, Julieta comprende que la única forma de aliviar la tensión del cordón que la mantiene atada, que la ahorca, no es tirar hasta que se corte. Era mucho más fácil, solo había que acercarse. Entonces, la casa en sí misma se vuelve un mantra, un lugar donde la repetición es una calma, una canción que se canta porque se sabe de memoria, porque solo al aprendérsela de memoria la puede cantar con otres.

julio 2024 | Revista El Cocodrilo

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