CRÓNICA DE UN MIÉRCOLES FRÍO, POR PABLO CROSA

por El Cocodrilo

Qué hacés boludo, qué hacés boludo, le grito. Un ruido muy fuerte corta la tarde. Como cuando sueltan el pedal y cae la tapa de los tachos de basura de la calle. Aunque no es tan metálico como uno pensaría, sino más plástico. Pero suena muy fuerte. Me levanto automáticamente, tambaleante, puteando qué hacés boludo. Lo primero que pienso es en no molestar el tráfico y me corro del centro de la bocacalle. Me siento en el cordón de la esquina y me quedo esperando. No sé esperando qué. Que otros hagan algo, supongo. Yo me siento. Qué frío hace. Llega alguien y me habla. Estoy bien, repito, me duele el hombro. Me saco el casco y lo pongo al lado mío. Me toca alguien el costado y balbucea algo, le digo que estoy bien, que no me toque específicamente ahí que es exactamente el lugar que me duele. Lo miro por el rabillo, es el tachero que se vino acercando tímidamente. No lo quiero ni mirar. En cambio miro el casco. Lo giro y veo que tiene rayaduras, hasta que llego a la parte del frente y lo veo partido. Me quedo mirando esa rajadura y pienso que podría haber sido mi cabeza. Pienso en cómo caí, si partí el casco en la frente y me duele el hombro. Imagino un salto hacia arriba, como los que hacen los atletas que saltan de los trampolines, y un giro en el descenso, formando una tumba carnera casi perfecta. Nunca me salieron esos ejercicios en gimnasia cuando estaba en el colegio. Me imagino a un gato acomodando el cuerpo en el aire durante la caída. Pasa un patrullero, despacito, mira y sigue. Me sigue hablando gente. Una señora me trae agua y me aclara que tome tranquilo porque ella no toma del pico. No entiendo a qué se refiere hasta que me ofrece alcohol en gel. Digo algo de que en ese momento lo último que me importa es el Covid y pido ayuda para destaparla porque me duele el brazo. Tomo un poco, de golpe estoy muy sediento. Mientras tanto intento llamar a mi hermano. Cinco, seis llamadas seguidas y no da tono siquiera. Pienso que siempre tiene problemas con el celular. Llamo entonces a mi hermana que me atiende contenta y le pido que venga después de dejarle en claro que estoy bien. Le doy una dirección aproximada, no sé ni donde estoy, sólo sé que es calle Dorrego. Llega la policía en dos motos, me preguntan cómo estoy y les digo que estoy bien. Mientras estoy tratando de llamarlo de nuevo, llega mi hermano. No le pregunto cómo llegó si no logré avisarle, le hago señas con la mano para que me vea. Después sabré que justo pasaba por el lugar. Me pregunta cómo estoy y habla con la policía, con el taxista. Tiene un tono serio, habla con ellos como enojado, poniendo los puntos. Pienso en cómo afectará mi dolor de hombro a mi trabajo. Pienso que no tengo que pensar eso, que lo que importa es mi salud. Espero que no afecte mi trabajo. En algún momento un chico que está a mi lado me pregunta si quiere que apague la moto que quedó prendida. La miro, entre plásticos, parece que efectivamente quedó prendida. Me trae la llave y cuando llega mi hermana le cuenta que vió cómo el taxista me chocó. Mi hermana tiene un tono más preocupado, me pregunta muchas cosas que ahora no recuerdo muy bien. Llega el médico y lo recibo diciendo que estoy bien, hago algún chiste de que soy gimnasta y por eso caí bien. Soy mi viejo, saliendo en camilla de una cancha de tenis haciendo chistes a los médicos que me llamaron para avisarme que se había desvanecido. Pienso en cómo me molestó que hiciera chistes cuando yo llegué corriendo por el susto más grande que me dió en mi vida, preocupado. Recuerdo preguntarme por qué no se tomaba en serio la situación. Pienso que lo hago para tranquilizar, para desdramatizar. Para tranquilizarme, para convencerme de que no pasa nada. Doy mis datos a policías, al médico que me revisa y me trata amablemente y llama a la ambulancia. Me empiezan a dar opciones de traslado, atención médica, obra social, ART porque venía del trabajo, incautación del vehículo. Alguien nos reta porque movieron la moto. Siguen las discusiones, que si tengo obra social, que cuál es mi ART, que si los trabajadores provinciales, municipales, qué hospital, qué sanatorio. Me duele el costado, me duele el hombro, me duele moverme. Tengo frío. Qué frío hace. Un policía se me acerca y me dice que conoce al taxista, que ya es el tercer accidente que causa, que la otra vez agarró un muchacho y lo hizo pelota. Mi hermano me contará después que le gritó: “¿otra vez chocaste? No podeś andar chocando a media ciudad”. Miro a lo lejos al tachero y tiene una cara de desorientado terrible. Mi hermano anota cosas y mi hermana me pregunta otras. Llega la ambulancia que me revisa de nuevo y me dice que si voy con ellos vamos a estar dando vueltas toda la tarde, que para ellos no tengo nada de huesos, que si voy por mi cuenta es más rápido. Otra vez toda la discusión adentro y afuera de la ambulancia que si la ART, que si me atienden por un privado o por un público, que si hay constancia de atención o si hay retención del vehículo siniestrado. No sé cómo decir que me importa un carajo y que quiero ir al médico y a mi casa, que tengo mucho frío. Firmo algo, apurado por el médico, aunque trato de detenerme y leer lo que firmo. Bajo de la ambulancia, que se va rápido para que no los molesten más. Se empiezan a ir todos y a mí me sigue doliendo el cuerpo y hace frío. Mi hermano se lleva la moto, el tachero se me acerca y me dice sin preámbulos que la vieja tenía el pie hinchado y se acostaba en el asiento. Aunque no entiendo, percibo que está intentando explicarse y echarle la culpa a una pasajera. Recuerdo que le pregunté cuando se bajó si me había visto al menos y me dijo que no, que no me vió. Me quiere seguir hablando y lo esquivo diciendo que sí con la cabeza y poniendo cara de accidentado. Me voy al auto porque tengo frío, mientras la policía hace un acta o alguna constancia. Hablan del domo, de la cámara que hay en la esquina y debe haber captado todo, que hay que pedirla al fiscal antes de los quince días porque se borra. Me imagino de nuevo haciendo la pirueta en el aire. Antes, cuando veía videos de accidentes en internet, pensaba qué habría hecho yo en su lugar. Reacciones o acrobacias que evitaran los golpes. Tal vez relacionado con la fantasía de que en esos momentos el tiempo se detiene o transcurre en cámara lenta. Ahora sé que es una gran mentira; no tengo idea de qué pasó entre el momento del golpe y cuando me senté en la vereda. Necesito esas imágenes para saber, me importa un carajo el accidente. Me voy al auto y me como el pedazo de tarta frío que mandé a recuperar del baúl de la moto. Tengo mucho hambre y ahora un poco menos de frío. Se acerca el taxista y me abre la puerta, me habla de su abogado y por suerte mi hermana le dice que después me cuente, que ahora no. Le pregunto, antes de que se vaya, el nombre del abogado para saber si conozco al carancho. No sé qué apellido me dijo. Me lee y hace firmar el acta el otro policía que me comenta que ese tachero es un peligro, me trata muy amablemente, con menos energía que el otro, que en algún momento me dijo que hacía poco había trasladado a un herido de clavícula que pensaron que no tenía nada pero tenía una arteria interna perforada y tuvo un quilombo bárbaro. Me convenzo de que no tengo ninguna arteria perforada y le pido por favor a mi hermana que me lleve al médico. Decidimos por el Hospital Provincial porque soy empleado público y vengo de mi trabajo. Ahí me toman los datos y me hacen pasar a la sala de espera. Hace mucho frío, parece como si fuera un patio interno abierto, aunque hay un techo que deja pasar la luz; de plástico, parece. Todos los que trabajan ahí están muy abrigados, yo no puedo abrigarme más de lo que me abriga la campera apenas puesta arriba de los hombros, porque me duele moverme. Hay muchos médicos, mucha gente yendo de acá para allá. Trato de quedarme quieto pero tiemblo, del frío, de los nervios. Miro con insistencia al que permite el ingreso, pero nadie me llama. Llega una persona más, un tipo nervioso que a los quince minutos dice que tiene que salir y no vuelve. Llega un señor que camina despacio y llega una señora que se sienta dubitativa. Llega otro hombre más que se sienta en silencio, no se le ve el motivo por el que vino a la guardia y no expresa nada. Siento que todo me duele más, siento que tengo más frío. Quiero llorar, estoy solo por protocolo; no se permite ingresar más que al paciente. Nadie me llama. Después de una hora y media le ruego por teléfono a mi hermano que me lleve a otro lado. Pienso en que debe ser normal que en un hospital nadie te diga nada en casi dos horas de espera y que soy afortunado de tener otra opción. Está de acuerdo conmigo y vamos a un sanatorio. Ahí está cálido y me tranquilizo un poco. Me revisan y hago nuevos chistes, me doy cuenta después. Me hacen unas placas y me dan una inyección. Vuelvo a casa con hambre. Me como las facturas que había comprado para la tarde y quedaron en el baúl de la moto. Me acuerdo de que ni bien me senté en el cordón, me pregunté a dónde iba tan apurado. Me pregunto lo mismo ahora, a dónde iba tan apurado. Trato de relajarme y les agradezco a mis hermanos por la compañía. En un intento de volver rápido a la normalidad, asisto a la última parte de una clase virtual que usualmente disfruto mucho y me hace bien. Casi ni participo. Cuando termina, me voy a bañar. En la ducha pienso en las personas que quiero y lloro. Pienso en las cosas que me gustan y lloro. Después de bañarme voy a la cocina donde mi hermano está cocinando, lo abrazo y lloro. A dónde iba tan apurado. Pienso en que mañana todo sigue, como esos autos que esquivaron despacio la moto, haciendo ruido con las ruedas al pasar, aplastando los plásticos y vidrios que quedaron en la calle.

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Pablo Crosa nació en Rosario en 1989. Es abogado por la UNR especializado en Magistratura. Actualmente trabaja en el poder judicial de la provincia y divide su tiempo de ocio entre el fútbol y el kayakismo. Su interés por lo artístico lo llevó a integrar una murga de estilo uruguayo, aventurarse en el teatro y desde el 2020 asistir al taller literario “Enciende mi letra” dirigido por Cecilia Muñoz.

julio 2021 | Revista El Cocodrilo

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